Esta aventura nació como un gran sueño. Las circunstancias era propicias, el momento cambiante, los puntos de referencia, nacionales e internacionales, experimentaban profundas convulsiones. Fue en esas circunstancias que un grupo de ingenuos comenzamos a soñar sobre la creación de un vehículo, un foro que permitiera comunicar, debatir, reflexionar y pensar con una perspectiva distinta a lo existente. Se trataba de un sueño que no sólo se hizo realidad, sino que ha adquirido una presencia y relevancia infinitamente superior a la que entonces parecía posible. La idea de crear una revista surgió en un momento no del todo distinto al actual y en mucho por razones parecidas a las que hoy nos reúnen para platicar y discutir los temas de la agenda pública. Era el final de 1987 y principios de 1988, en los albores del proceso electoral. El Frente Cardenista cobraba fuerza y el debate político parecía el de hoy: continuar con las reformas o dar un viraje; nacionalismo o apertura; Estado o mercado. La gran diferencia entre los dos momentos es que el debate público y las campañas de entonces ocurrían en un vacío analítico. Se empleaba el ojímetro para medir la fuerza relativa de los partidos y candidatos. El uso de las encuestas fuera de los países desarrollados apenas comenzaba. La experiencia más reciente en un país similar había sido la de Nicaragua, donde la disputa no se había limitado a lo electoral dada la existencia de los llamados Contras, apoyados por el gobierno estadounidense. El gobierno autoritario de los Sandinistas buscaba la reelección y la población cuidaba mucho sus reacciones públicas. Aquella experiencia había mostrado que, además de no ser un mero deporte, las encuestas requerían de un profundo conocimiento y, en un contexto político conflictivo, mucho más que buena fe. Por ejemplo, en un ejercicio en aquella oportunidad, los encuestadores habían encontrado que el color o emblema de la pluma que empleaba el encuestador podía determinar las respuestas de la población encuestada. Las primeras pláticas sobre lo que acabó siendo Este País comenzaron como un asunto de café. Un pequeño grupo nos reunimos en diversas ocasiones para discutir la situación del país, las tendencias electorales y la forma en que evolucionaba la contienda. Nada excepcional en una práctica como esa que por lo demás era y es rutinaria en el país. Lo que hizo diferentes aquellas reuniones fue el hecho de que entre el grupo se encontraba Miguel Basañez, quien comenzaba a hacer sus pininos en el terreno de las encuestas. La idea de Este País como una revista dedicada a temas políticos, económicos y sociales pero a partir de la presentación mensual de encuestas que apuntalaran la discusión de esos temas fue cobrando forma de manera paralela a la instalación de las oficinas y empresa de Miguel y, en aquel primer momento, en ese lugar. Vale la pena recordar el momento más amplio en que nace Este País porque en su historia, en la era en que ha dejado su marca este proyecto que hoy celebra sus primeros quince años de vida, cambiaron prácticamente todos los referentes antes existentes. En cuanto a la vida cotidiana, los teléfonos celulares todavía no existían en México, el correo electrónico era algo casi desconocido e Internet existía sólo en la imaginación de algunos científicos que comenzaban a comunicarse por medio de terminales “tontas” de enormes aparatos de procesamiento de datos. Más al punto, cuando comenzaron las pláticas sobre lo que habría de ser Este País, el muro de Berlín todavía estaba patrullado celosamente por los guardias de la hoy inexistente Alemania Democrática. Aunque las relaciones Este-Oeste se habían relajado, prácticamente nadie en el mundo imaginaba lo que estaba por venir. Para todos los que participábamos en esas primeras pláticas que acabaron dando vida a este proyecto, la presencia de la URSS y la Guerra Fría eran parte de un paradigma que había nacido antes de nuestro tiempo y, por lo tanto, parecían ser un componente inalterable del firmamento. Dentro del país, la vida política era agria y convulsa. Las líneas de discusión eran rígidas, partidistas y con frecuencia muy ideológicas. Los grupos de discusión tendían a ser entre miembros de un mismo grupo, partido o asociación. La idea de saltarse las trancas y cruzar para platicar con quienes pensaban distinto era casi anatema. Aunque distinto, mucho del tema principal de análisis y discusión en aquella época no era del todo lejano a lo que, refiriéndose a la URSS, Churchill había definido como “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. El gobierno era una presencia con frecuencia abrumadora e imponente en la sociedad, en los medios y, ciertamente, en la política. Por supuesto que existían espacios serios de discusión y reflexión en los temas que a todos nosotros nos interesaban (y en los cuales muchos de nosotros mismos participábamos y lo seguimos haciendo), pero en cierta forma eran también espacios generacionales. La mayoría de nosotros había vivido el 68, pero no habíamos sido parte del movimiento. Como solía decir un maestro mío en la preparatoria, a nuestra generación le había tocado la resaca del movimiento y eso entrañaba características distintas; no mejores ni peores, pero si distintas. A nosotros nos había marcado lo que había (o no había) pasado después del movimiento. El 88 fue otro año emblemático de la compleja transición política que seguimos viviendo. Las dudas sobre el camino a seguir, el roce con la hiperinflación apenas un par de años antes, el desconcierto sobre las finanzas públicas, la relación con Estados Unidos, la competitividad de la economía. Escribiendo estas líneas hoy para este evento tan emotivo y simbólico quedo meditabundo sobre si no nos habrá jugado Lampedusa una mala pasada. Nadie en su sano juicio puede dudar de lo dramático y profundo de los cambios que hemos vivido a lo largo de las últimas dos décadas y, sin embargo, parecemos haber regresado al origen: a que todo cambiara para que el debate siguiera siendo el mismo. Pero a pesar de las apariencias las realidades son otras. Las instituciones electorales y las exportaciones, el TLC y la Suprema Corte, el congreso sin mayoría partidista y el primer presidente de un partido distinto al PRI. Estaremos más satisfechos o menos, pero el país es otro. En el tema que es el corazón de la revista, las encuestas, el mundo ha cambiado. Hoy ya no se discute de la seriedad del encuestador, sino de la calidad de la encuesta o de la habilidad del encuestador para encontrar la explicación de un determinado fenómeno de opinión pública. Aunque siguen siendo débiles, nuestras instituciones son otras, muchas de ellas ya concebidas en el seno de una sociedad participativa, si no siempre democrática. Mucho más importante, la población se siente diferente: lo que hoy está dispuesto a decir un ciudadano elegido al azar en un parque para ser entrevistado para la televisión o radio antes era simplemente inconcebible. Este País nació porque ese grupo buscaba una voz en ese mundo cambiante en el que todos los marcos de referencia, los paradigmas mismos, se hacían añicos. En ese contexto, la primera condición que surgió fue que el medio tenía que ser plural, respetuoso de las diferentes posturas e ideologías. Estábamos ciertos de que sólo una auténtica pluralidad podría reflejar la condición dinámica del país y la diversidad de sus actores, percepciones y banderas. Se procuraría un medio serio, plural y ecuánime. También, y en esa época había que decirlo con todas sus letras, el medio sería absolutamente libre y de esa libertad de expresión se haría una razón de ser. Hoy que ya es raro un intento coartar la libertad de expresión, y ciertamente casi inexistente desde el gobierno federal (aunque no así de otros niveles), esa acotación parecería arcaica, pero no por eso deja de ser significativa ni debemos olvidarla porque nunca sabe uno lo que depara el futuro. Recuerdo también otro objetivo, ese si incumplido que, si no me falla la memoria, fue planteado por Jorge Castañeda y apoyado unánimemente y de manera unívoca de inmediato, que consistía en pagar los artículos a precios del New York Times. Habrá que esperar otros quince años. Definido el objetivo, Federico se abocó a la tarea de formalizarlo con unos estatutos que siguen siendo modelo para organizaciones plurales y participativas. Concluido ese proceso comenzó la venta de acciones. El proyecto no sólo fue bien acogido, sino que el éxito fue impactante. Cualquiera que vea el primer número de la revista podrá constatar el respaldo que recibió el proyecto. Claramente, el proyecto empataba el momento histórico. La convocatoria fue suscrita de manera casi inmediata. El apoyo fue inmenso. Leer hoy los nombres del grupo de participantes y accionistas que se lista en ese primer número es como leer el who’s who de la vida pública del país. Ahí están todos los que querían manifestarse y/o actuar por la construcción de un país mejor. Muchos de quienes luego protagonizarían muchos de los cambios que el país experimentó a partir de ese momento también están ahí. Lo que impacta no son sólo los nombres, sino la imponente pluralidad. En ese listado hay gente cercana a los tres partidos y gente apartidista; personas con filias de izquierda y de derecha, liberales y conservadores. Quizá no sea excesivo decir que fue el primer esfuerzo plural en todos sentidos que se desarrolló en esta nueva era del desarrollo del país. Lo mismo se puede decir de las más de sesenta personas que, en estos años, han sido miembros del consejo de la revista, sesenta personas que representan ideas, posturas, visiones y perspectivas distintas, pero un mismo compromiso y objetivo. Si eso no es pluralidad, nada lo es.
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