La tónica general es de catástrofe: el mundo cambió y ya nadie lo va a poder salvar. El triunfo de Trump puede no haber sido deseable, pero ciertamente era probable. La forma en que el gobierno y muchos opinadores han reaccionado sugiere que “el final está cerca”, pero no tiene que ser así. El entorno me recuerda a uno de los pasajes de La guerra y la paz: “El más fuerte de todos los guerreros” explica Kutuzov, mariscal de campo, “son estos dos: el tiempo y la paciencia.” El ejército napoleónico avanzaba, pero Kutuzov sabiamente quería esperar a que llegaran refuerzos antes de embarcarse en la batalla. Cuando los generales rusos le demandaban que atacara a Napoleón en su momento de mayor fortaleza, Kutuzov respondió: “cuando tengas dudas, no hagas nada.”
La elección de Trump como presidente del factótum de poder mundial y nuestro principal socio comercial no nos da muchas opciones pero si nos obliga a contemplar, con cabeza fría, las implicaciones y oportunidades que esto entraña. En este momento es imposible saber lo que de hecho hará Trump, pero ya sabemos que va a someter el TLC a una evaluación por parte de la International Trade Commission -agencia con amplias capacidades analíticas- con un mandato económico, laboral y geopolítico, o sea, con seriedad. Obviamente, nadie sabe lo que va a ocurrir una vez que el gobierno esté debidamente integrado, pero de nada sirve especular. Lo que es certero es que Trump entraña un enorme cambio de dirección, sobre todo el colapso de un paradigma de gobierno. Al mismo tiempo, es obvio que, una vez en funciones, la realidad del poder y de las estructuras institucionales le harán reconocer que existen límites a su agenda. Lo crucial para nosotros es tratar de quitar nuestros temas clave del camino, algo no sencillo, pero tampoco imposible.
Si uno lee su “Contrato con el votante americano,” panfleto que preparó para su campaña, no hay límite a los riesgos que enfrentamos; sin embargo, si uno analiza las realidades del poder y de la geopolítica, las opciones que el nuevo presidente tendrá frente a sí son muy distintas a la agenda que propuso cuando no enfrentaba restricción alguna. Una cosa es la retórica y otra la realidad, que no es equivalente a moderación.
Todo sugiere que el mayor riesgo (que Trump llegar a firmar una carta anulando el TLC como está previsto en el artículo 2205 del acuerdo el día de su inauguración) ha disminuido. La evaluación de la ITC será la piedra de toque en el proceso; mientras eso se resuelve, el gobierno debe mantener -más bien, lograr- unidad y disciplina de mensaje y claridad de objetivos. También tiene que entender mejor el panorama que se va desarrollando en el equipo de Trump para identificar oportunidades de acuerdo pero, también, estrategias que hagan ver la fortaleza de las cartas que México tiene, que no son pocas; el manejo político será crucial. Por supuesto, podríamos y deberíamos aspirar a una comprensión mucho más profunda de la enorme complejidad, diversidad y bilateralidad de la relación entre ambas naciones -los beneficios que ambos derivamos de esto en materia de seguridad, estabilidad y desarrollo económico-, pero lo primero es lo primero y eso es que el TLC es el único motor de la economía mexicana.
El gobierno puede pavonearse de su previsión (la invitación al hoy presidente electo), pero la realidad es que eso no cambia en nada el desastre y la vulnerabilidad en que colocó al país con una política fiscal de los setenta que es insostenible en la era de la globalidad y, quizá, por la invitación misma.
La segunda etapa comenzará, al menos formalmente, tan pronto el nuevo gobierno entre en funciones. Ahí veremos tensiones en varios frentes: primero, entre los dos gobiernos por la incompatibilidad de visiones, perspectivas y objetivos. El gobierno se habrá salvado del “castigo” que Clinton probablemente tenía planeado (derechos humanos y corrupción), pero lo que vendrá será un choque de visiones para lo cual México ciertamente no está preparado. El punto no es quien tiene razón, sino quién tiene la capacidad de imponer una agenda. La clave en estos meses será “educar” al nuevo gobierno de lo importante de la relación, principio que incluye hacerles ver, en la práctica, que ellos también se benefician de la relación, que es equitativa y que nos necesitan.
Dicho eso, es obvio que nuestra imagen allá no mejorará mientras no cambie nuestra realidad. Trump utilizó a México como puerquito porque eso era algo fácil para sus potenciales votantes de entender: que nuestra forma de actuar -corrupción, impunidad, mal gobierno, burocracia y abuso- son lo visible de México. No importa si esa fotografía es justa o no; lo importante es que es real. Mientras no cambiemos nuestra realidad, esa será la fotografía que quede en la mente de nuestros vecinos: Trump no inventó esa imagen de México, simplemente explotó la que ya existía.
El gobierno tiene dos opciones: una es adecuarse a la nueva realidad y actuar en consecuencia; la otra sería dejar que alguien más lo haga porque el país no puede esperar.
Cantinflas entendió este momento mejor que nadie: “lo más interesante en la vida es ser simultáneo y sucesivo, al mismo tiempo.” La pregunta es si este gobierno tiene esa capacidad.
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