A Leonardo Curzio, para quien
los principios importan precisamente
porque son inconvenientes.
Luis Rubio / Reforma
Hace medio siglo, el PIB per cápita de México era el doble que el de Corea del sur. Hoy, el de esa nación es más de tres veces superior. Más allá de la estrategia que siguió Corea en su desarrollo, es evidente, primero, que tuvo una estrategia y, segundo, que ésta fue incluyente, arrasando con sus diferencias regionales. Eso fue ayer; hoy, Corea encara el mayor desafío existencial desde su nacimiento. Me pregunto si hay ahí lecciones para nosotros.
Afortunadamente, la crisis de los misiles norcoreanos en nada se parece a la crisis que México experimenta con nuestro vecino del norte. Sin embargo, con toda proporción guardada, México enfrenta un desafío existencial en cuanto a su desarrollo y en eso hay lecciones relevantes, al menos conceptuales.
Voy por pasos. Primero, he leído y escuchado a varios expertos* sobre la crisis de los misiles afirmar que el asunto ha acabado cayendo en manos del gobierno de Corea del sur, en buena medida porque tanto China como Estados Unidos, cada uno por sus razones, ha probado ser impotente ante la amenaza. China, se afirma, tendría la posibilidad de imponerle condiciones al régimen de Pyongyang, logrando con ello una moderación de su escalada nuclear, aunque no es evidente que hacerlo sea en su interés: para China es mayor el riesgo de tener en su frontera a un régimen militarmente aliado con EUA que las amenazas de Kim Jong-un. Estados Unidos dice contar con la capacidad militar para destruir las instalaciones nucleares clave, aunque cada vez es más claro que esa capacidad no es utilizable por los riesgos inherentes a su empleo. Por su parte, Corea del sur es el país que corre el mayor riesgo en esto, dado que su capital y ciudad principal, Seúl, se encuentra a unas decenas de kilómetros de la frontera. Frente a este escenario, lo crucial es qué hará Seúl más que lo que harán las dos potencias involucradas.
Corea del sur y Estados Unidos han sido aliados desde los cincuenta; esa alianza incluye una vasta presencia militar norteamericana en territorio coreano y garantías de acción conjunta en caso de conflicto. Sin embargo, para Corea, el gobierno de Trump está probando ser menos confiable de lo que preferiría y los riesgos son cada vez mayores, todos ellos para la población coreana. ¿En qué momento sería preferible para Seúl romper con la alianza militar a cambio de la paz con Pyongyang y la desaparición de su amenaza nuclear?
Por supuesto que no hay paralelo entre el predicamento que enfrenta el régimen de Seúl con los dilemas que nosotros los mexicanos encaramos: los suyos son de vida o muerte, los nuestros de desarrollo. No se puede equiparar la dimensión del asunto, pero sí su concepto. Ambos enfrentamos los avatares que impone un gobierno equívoco y vacilante en Washington, lo que obliga a ambos a tomar decisiones fundamentales sobre su futuro. Estoy seguro que los coreanos preferirían enfrentar nuestros dilemas, pero no por eso los nuestros son intrascendentes.
Para Corea el dilema parece radicar en su propia fortaleza interna: ¿cuenta con la capacidad para avanzar sus intereses y proteger a su población sin la alianza con EUA? Menudo problema, sobre todo cuando el riesgo es inconmensurable: cualquiera que haya visitado la zona desmilitarizada entre el sur y el norte entiende a qué sabe el miedo y comprende de inmediato por qué la llaman “el lugar más peligroso del mundo.” Para México la pregunta es si pueden desarrollar fuentes de certidumbre interna que nos permitan disminuir la importancia del TLC para la viabilidad económica del país.
Cada nación tiene su historia y la nuestra no incluye, afortunadamente, riesgos existenciales de la magnitud que afrontan los coreanos. Sin embargo, lo existencial para nosotros tiene que ver con la pobreza que aqueja a buena parte del sur del país y, parte integral de la potencial solución radica en la ausencia de fuentes de confianza y certidumbre internas que, sin el TLC, permitan atraer inversión, la esencia de cualquier estrategia de desarrollo y de combate a la pobreza.
El dilema es conceptualmente simple: la razón central del TLC, el objetivo medular que buscaba procurar el gobierno del presidente Salinas con ese instrumento, era la generación de confianza entre los inversionistas a fin de que se crearan fuentes de riqueza y empleo en México. Sin el TLC, México queda desnudo porque no hemos hecho nada en estas décadas para solidificar un régimen de legalidad equiparable al que crea el TLC. Eso, más que ninguna otra cosa, es lo que está de por medio en el complejo kabuki -ese drama y teatro japonés en el que nunca es claro donde está uno parado- que estamos bailando con los estadounidenses.
La negociación obviamente tiene que continuar, pero lo esencial no es lo que decida un presidente que se levanta a las cuatro de la mañana a twitear ocurrencias, sino qué vamos a hacer nosotros para construir fuentes de certidumbre y legalidad en nuestro propio fuero interior. Nada más y nada menos. Nuestra vulnerabilidad es grande pero no existencial: he ahí una lección central.
“La fortaleza de un país, decía el secretario de finanzas de un país europeo, se refleja en su capacidad para enfrentar y resolver situaciones de crisis.” ¿Es fuerte México?
*ver, por ejemplo, https://www.youtube.com/watch?v=IFLuGzM9alw
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