Inercia u oportunidad

EUA

El país llega al inicio de este año ominoso en condiciones particularmente buenas pero enfrentando la incertidumbre de un complejo escenario internacional, un gobierno poco deseoso de emprender cambios profundos y un entorno político poco propicio para convertirlo en oportunidad. Ante estas circunstancias, la verdadera disyuntiva reside en sostener la inercia del pasado o construir una oportunidad. Lo fácil, como siempre, es no hacer nada y pretender que los problemas se resolverán por sí mismos. Pero hay una mejor opción: la de aprovechar nuestras excepcionales ventajas estructurales y coyunturales para lograr resultados distintos.

En materia económica el debate público tiene dos dimensiones. Por un lado están quienes reconocen lo logrado en materia macroeconómica pero critican las bajas tasas de crecimiento frente a quienes critican la obsesión por la estabilidad, suponiendo que una política fiscal más laxa se traduciría en elevadas tasas de crecimiento de la economía. Por otro lado se encuentra la bizantina discusión sobre la conveniencia de perseverar en el proceso de liberalización económica o retornar a un régimen de protección a los productores mexicanos.

En el fondo, los dos debates parten de una falacia: la percepción de que México está aislado del mundo y sus acciones no entrañan consecuencias. Esto en una nación que ha sufrido décadas de crisis económicas, muchas de ellas originadas en factores políticos. Lo ominoso de este año es que será la primera vez que probablemente enfrentaremos una recesión en Estados Unidos desde que se afianzó la estabilidad macroeconómica luego de la crisis de 1995. La pregunta es cómo reaccionarán nuestros gobernantes y legisladores frente a tal eventualidad. Si nos remitimos al pasado, en el año 2000 fuimos incapaces de reaccionar adecuadamente ante la leve recesión que experimentó la economía norteamericana y que aquí tuvo un impacto negativo desproporcionado.

Todos sabemos que las condiciones macroeconómicas son excepcionales: el país lleva diez años de estabilidad financiera, bajos niveles de inflación, una rápida expansión del crédito y, aunque a regañadientes, un reconocimiento en el mundo político de las virtudes de la estabilidad. En el debate público se asume que la disyuntiva en materia de estabilidad económica se reduce a un factor muy simple: sostener una política fiscal y monetaria conservadora o dar vuelo al gasto y reducir las tasas de interés para estimular el crecimiento. Sería maravilloso que la disyuntiva fuese tan simple porque entonces sería evidente que nuestros problemas se resuelven haciendo lo opuesto de lo logrado a lo largo de los últimos ocho años.

Todo indica que este año que comienza va a caracterizarse por una recesión en nuestro principal mercado de exportación, misma que previsiblemente afectaría tanto nuestras exportaciones industriales como la inversión extranjera. Es decir, un mercado menos dinámico en EUA disminuiría la demanda de bienes producidos en México y reduciría el incentivo para que se realicen nuevos proyectos de inversión en el país. Evidentemente, de materializarse este escenario, la economía mexicana sufriría las consecuencias en la forma de una menor tasa de crecimiento y, si nos descuidamos y somos incapaces de actuar pro activamente, una fuerte caída.

La pregunta importante es qué hacer al respecto. Si volteamos la vista al pasado, la reacción típica sería la de no alterar la estrategia y confiar en que la tormenta será breve y sin mayor trascendencia. La alternativa sería cambiar el camino para intentar convertir las circunstancias en una oportunidad. Habría dos maneras de alterar el curso: una consistiría en abandonar el objetivo de la estabilidad económica al convertir a las políticas fiscal y monetaria en instrumentos de promoción. Esta forma de proceder es la preferida por los políticos y gobernadores no porque sepan gastar (años de dispendio han probado eso), sino porque les da dinero para nutrir a sus clientelas y, sobre todo, les evita tomar decisiones difíciles en materia de estructura económica.

Desde la perspectiva del país, a diferencia de la de los gobernadores, este planteamiento es insostenible. La falacia en este modo de entender la realidad económica es doble: por un lado, de incrementarse la inflación, los gobernadores súbitamente perderían capacidad de gasto. Por el otro, con la balcanización del gasto que ha sufrido el país desde que comenzó a descentralizarse la política fiscal el país no sólo invierte menos (lo que reduce el potencial de crecimiento), sino que se pierden de vista las potenciales duplicidades, excesos y oportunidades perdidas. Es decir, gastamos mucho más pero la economía crece mucho menos.

La otra manera en que se podría enfrentar la tormenta sería llevando a cabo cambios en nuestras estructuras productivas a fin de elevar la productividad de la economía mexicana, atraer inversión del exterior y eliminando los mecanismos de protección que favorecen a intereses particulares en detrimento tanto del crecimiento como del consumidor. La tendencia en los últimos años ha sido hacia el incremento en la protección de la planta productiva y la mayor discrecionalidad en la toma de decisiones en materia económica, dos factores que reducen la competitividad de la economía y, por lo tanto, le impiden crecer en un mundo como el que nos ha tocado vivir.

Una estrategia como la que aquí se propone implicaría modificar el régimen de inversión en materia energética, la eliminación de cientos de regulaciones diseñadas para proteger a productores y oferentes de servicios ineficientes pero políticamente poderosos y abrir espacios a la inversión privada en áreas como la construcción de infraestructura. De emprenderse cambios de esta envergadura, el gobierno súbitamente adquiriría mucha mayor flexibilidad en materia fiscal, a la vez de sentar las bases para el desarrollo de una economía más productiva, más competitiva y, por lo tanto, generadora de más riqueza y empleos.

La verdadera disyuntiva no reside en gastar más o menos o en cambiar la política monetaria, pues ambos cursos de acción serían, en abstracto, suicidas. La disyuntiva consiste en aprovechar los años de vacas flacas en la economía norteamericana para transformar las estructuras de la nuestra a fin de que, en un par de años, nuestra capacidad de competir y crecer sea radicalmente distinta a la actual. La gran pregunta es si habrá la visión y el liderazgo para enfrentar nuestros problemas fundamentales o, por lo contrario, si persistiremos en nuestra inercia de parálisis e inamovilidad. En 2008 la opción será inevitable decidir.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.