Competencia

Peña Nieto

En las últimas décadas, la economía mexicana ha experimentado bajas tasas de crecimiento y una distribución desigual del ingreso. Existen muchas razones por las cuales esto sucede y una de ellas es la falta de competencia. Estudios serios consideran que la falta de competencia le cuesta al país alrededor del 5% del Producto Interno Bruto.
¿Cómo resolvemos esto? Todos sabemos que existen muchos cambios que se tienen que llevar a cabo en materia de regulación. Pero hay un obstáculo, igual de importante, del que se habla poco: la falta de una cultura de competencia en el país.
En las elecciones presidenciales de 2006 —y faltaría ver si en las actuales otra vez— López Obrador mostró una actitud que nos es muy familiar: cuando se gana se acepta el triunfo, y cuando no, se culpa a las instituciones, a los participantes, a los contendientes y hasta al clima. En esta misma dinámica, el movimiento #YoSoy132 acaba de rechazar el triunfo de Enrique Peña. ¿Habrían hecho lo mismo si López Obrador hubiera estado arriba en el conteo rápido y el candidato del PRI fuera el que impugnara los resultados?
En las redes sociales, el desprecio a la competencia y sus resultados también ha sido evidente. El domingo, cuando aún no se daban a conocer los resultados del conteo rápido, predominaron los comentarios que daban por ganadores a Josefina o Andrés Manuel. Y en los días que siguieron, las redes sociales estuvieron inundadas con mensajes como “Peña Nieto nunca será mi presidente”.
Nuestra aversión a competir se decanta también en formas más sutiles. Por ejemplo, el Presidente Calderón declaró: “no creo que merecíamos (sic) perder así”. ¿Merecer? En una contienda gana el que consigue la mayor cantidad de votos. Hablar de “merecer” es hablar de algo subjetivo. Sería bizarro que un maratonista que llegara a la meta en último lugar, dijera que no “merecía” ese resultado.
Decenas de cámaras empresariales en México tienen como objetivo el protegerse grupalmente de la competencia; en procesos de licitación, es común que las empresas “tomen turnos” entre sí para ganar; los maestros no quieren ser evaluados y tampoco quieren competir por una plaza, mientras que los estudiantes quieren pases directos y universidad gratis para todos.
Muchos de estos problemas comienzan desde el hogar, cuando el papá le dice al hijo —con la mejor de las intenciones— que no importa que haya perdido en la competencia deportiva escolar, en vez de ver juntos cómo podría sí prepararse para ganar la siguiente vez. En las escuelas también suele haber recelo entre los propios alumnos hacia los que obtienen las mejores calificaciones. En el fondo, muchos chicos quisieran tener “dieces” en sus materias, pero es más fácil descalificar a los que sí los consiguen que competir contra ellos.
Hoy López Obrador tiene la oportunidad de cambiar la historia. No se trata de ignorar las irregularidades que pudo haber habido en la elección; se trata de reconocer que él decidió participar a sabiendas de que las reglas del juego eran imperfectas, que perdió, que gracias a sus contendientes dio lo mejor de sí mismo, y que aún perdiendo puede seguir peleando por las causas que son importantes para el país. Este escenario se vislumbra difícil. ¿Lo podrá hacer?

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