La reforma fiscal está en puerta, pero el consenso necesario en el poder legislativo para aprobarla está lejos de haberse forjado. Los legisladores han comenzado a discutir el contenido de la iniciativa presidencial pero su situación no es sencilla. Por un lado, la parte más vociferante de la prensa ha presentado a la reforma, y en particular la modificación en el régimen del IVA, como un ataque directo a la economía de la mayoría de la población. Por el otro, los propios prejuicios de los legisladores tienden a distorsionar la lógica más elemental de los procesos económicos y a obstaculizar reformas que son imprescindibles. En el fondo, los legisladores enfrentan un problema de opinión pública y tres mitos profundamente arraigados.
El problema de opinión pública sólo podrá tener solución en la medida en que las reformas que aprueben los legisladores vayan cumpliendo sus objetivos y, con ello, desacrediten a los críticos. Este es, evidentemente, un problema de tiempos, pero también una oportunidad para las distintas bancadas legislativas, sobre todo la del PRI. En la discusión de la reforma fiscal el PRI puede refrendarse como el partido con vocación de gobierno que siempre ha sido.
Los priístas, quienes se han convertido en el factor clave para la aprobación de virtualmente cualquier iniciativa de ley, se sienten acosados, circunstancia que les ha impedido definir sus intereses en la coyuntura actual. Esa sensación de acoso en ocasiones les ha llevado a comportarse como antes lo hacía el PRD (burlándose del gobierno, como en la toma de posesión), y en otras a actuar con desesperación (obstaculizando cualquier iniciativa). Esas actitudes revelan la inseguridad del perdedor y no la solidez del partido que aspira a recobrar el cetro gubernamental. La paradoja para el PRI reside en que mientras más postergue su propia reforma interna, menos capaz será de ejercer un liderazgo efectivo y, con ello, de recuperar el poder.
Los priístas pueden agarrar las bolas fáciles para tomar la iniciativa, como presumiblemente lo harán con la ley en materia de derechos indígenas. Sin embargo, la oportunidad para el PRI no reside en los temas en los que todos los partidos coinciden, sino en aquellos en que puedan hacer una diferencia específica, como sin duda es el caso de la reforma fiscal. Los legisladores, sobre todo los del PRI, tienen que ejercer un liderazgo cualitativamente distinto al de cualquier época del pasado reciente, cuando la noción de que un legislador tomara una postura independiente del ejecutivo era simplemente un anatema. Hoy en día, el PRI, por más que sus voceros se empeñen en negarlo, es un partido que navega a la deriva. Ejercer un liderazgo positivo en el proceso de reforma fiscal podría ser una primera oportunidad de marcar un cambio respecto al pasado. Sus opciones son muy simples: podría oponerse a cualquier cambio, como seguramente hará el PRD; podría someterse al ejecutivo, como en el pasado; o podría presentar una contrapropuesta inteligente consistente en proteger los intereses de sus bases tradicionales esencialmente a través del desarrollo de un mecanismo de compensación para los perdedores en caso de que se aprobara la eliminación de la tasa cero en alimentos y medicinas.
El problema es que la mayor parte de los legisladores en la actualidad sostiene tres mitos que, como todos los mitos, son completamente falsos. Antes de definir una postura respecto a la reforma fiscal, sería deseable que los legisladores acabaran con el mito del déficit fiscal, el mito de la recaudación y el mito del IVA. Cada uno de estos mitos se ha ido conformando a lo largo del tiempo, lo que les ha conferido un aura de verdad que hace difícil desarraigarlos. Sin embargo, no por ello es posible ignorarlos.
Dada nuestra historia reciente, el mito del déficit fiscal es verdaderamente increíble. En el país pervive la noción de que un mayor déficit fiscal trae consigo una mayor tasa de crecimiento. Este mito se origina, además de en las malas lecturas de Keynes, en las relativamente elevadas tasas de crecimiento que logró la economía mexicana a finales de los setenta y principios de los ochenta. Sin embargo, si uno analiza aquellos años con detenimiento, lo que resalta no es la vinculación entre un alto nivel de déficit fiscal y elevadas tasas de crecimiento, sino un elevado precio del petróleo y la expectativa de que ese precio se incrementaría en forma permanente. Lo que hizo posible las elevadas tasas de crecimiento fue el terrible endeudamiento externo en que incurrieron las autoridades en aquel momento, sin que jamás repararan en las consecuencias de semejante irresponsabilidad. Y vaya que éstas fueron catastróficas.
Quizá más importante, si uno observa al conjunto de países exitosos alrededor del mundo, lo que destaca en todos y cada uno de ellos es la fortaleza de sus finanzas públicas. Esos países han crecido con celeridad y son poderosos porque tienen su casa en orden. Uno de los elementos fundamentales de la solidez y fortaleza de un país reside en la salud de sus finanzas públicas y las nuestras, como hace días reconoció el secretario de Hacienda, no son un dechado de virtudes. Una vez que se consolidan todos los pasivos gubernamentales, el déficit real de las finanzas públicas no se reduce a medio punto del producto interno bruto, como sostenía la administración anterior, sino que asciende a 4% del PIB, cifra sumamente peligrosa para la estabilidad económica del país. Los déficits fiscales son perniciosos excepto en condiciones verdaderamente extremas, como ocurrió con la Gran Depresión a principios de la década de los treinta. Por ello, lo primero que tendrían que contemplar nuestros legisladores son maneras de reducir ese déficit .
Pero, igual que el anterior, existe otro mito alrededor de la recaudación. Se argumenta repetidamente que la recaudación es baja y que ésta es excesivamente dependiente del petróleo. La realidad, sin embargo, es mucho más compleja. En conjunto, la carga fiscal de los mexicanos y la recaudación son más o menos equivalentes a la de países semejantes al nuestro: mientras que en México la recaudación fue del 16% del PIB en 1997, en Chile fue del 17.4%, y en Colombia 15.4% del producto. Las diferencias se aprecian cuando se analizan las fuentes de recaudación: en el caso de México, el petróleo representa un porcentaje muy elevado del ingreso gubernamental, aunque mucho menor de lo aparente, ya que no más de la mitad de los ingresos por este concepto se deriva de la producción petrolera; el resto se refiere a impuestos, como el IVA sobre gasolina, que los consumidores pagarían de cualquier manera. La vulnerabilidad de las finanzas públicas reside mucho más en la evasión, cualquiera que sea su causa, y la dispersión del IVA, que en su dependencia al ingreso petrolero.
Según las estadísticas de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, del 16% del PIB que el Gobierno Federal recaudó en 1997, el 4.3% provino del Impuesto Sobre la Renta, el 3.1% del IVA, 1.5% de importaciones y otros impuestos directos, 5.23% se originó en el impuesto especial a las gasolinas y en el impuesto a hidrocarburos, en tanto que el resto provino de aprovechamientos y otros impuestos.
Como se aprecia, en la actualidad el IVA recauda poco. La razón de ello radica en la existencia de tasas diferenciadas (0% para algunos bienes, 10% en la zona fronteriza y 15% para el resto), lo que abre enormes oportunidades a la evasión de impuestos. Además, una infinidad de bienes de lujo (como chocolates importados y caviar) se grava con la tasa cero, como si se tratara de frijoles y tortillas. De hecho, la noción de que la tasa cero se refiere sólo a alimentos básicos, como las tortillas, es un mito. La aparente necedad de igualar la tasa del IVA (lo que implicaría eliminar la tasa cero) no surge de una determinación tecnocrática como parecen creer muchos legisladores, sino de la urgencia de recaudar mayores ingresos para cubrir los enormes pasivos contingentes del gobierno (que vienen de antaño), fortalecer las finanzas públicas a fin de evitar inestabilidad económica y sedimentar una base saludable para el crecimiento de la economía. Además, por elemental equidad, y para transferir recursos de los ricos para su redistribución, es imperativo que bienes de lujo como el caviar y otros alimentos sean gravados con el IVA. Por supuesto, los legisladores no pueden aprobar un cambio en la estructura fiscal a menos de que tengan la certeza de que existirán mecanismos de compensación razonables y efectivos para los estratos más pobres de la sociedad que, dicho sea de paso, no son los que típicamente se quejan con sus representantes. Para ello tienen que acabar con el mito de que esto no es posible. Ninguno de estos objetivos puede ser objetable para los partidos políticos. La pregunta es si tendrán la capacidad de ejercer el liderazgo que el país, y su futuro propio, les exige.
Marcos y Fox: dos escenarios
La llegada de Marcos y su caravana a la ciudad de México podría abrir una nueva etapa de desarrollo político para México y la actual administración, pero también podría acabar paralizando al país. Dos escenarios saltan a la vista. En el primero, el que todo mundo parece querer ver consumado, Fox y Marcos compiten en los medios uno frente al otro y la población rápidamente coloca a cada uno de ellos en su justa dimensión: Fox es reconocido como el presidente legal y legítimo, en tanto que a Marcos se le reconoce su astucia, su arrojo y la importancia de su movimiento, pero no la representatividad que éste pretende, lo que le obliga a iniciar la construcción de un movimiento político emergente que reta al establishment político y partidista y compite con él, pero dentro del marco legal, sin buscar subvertirlo. El segundo escenario se ajusta más a las expectativas del propio Marcos y sus promotores: en ese escenario la llegada del contingente zapatista y la presencia de Marcos en los medios de comunicación logra galvanizar a toda la oposición de izquierda en el país, sumando a todos los que se oponen a iniciativas específicas del gobierno de Fox y catalizando una oposición directa y frontal al nuevo gobierno. Esto es, se constituiría en el mayor obstáculo al gobierno actual y al desarrollo del país. La diferencia entre ambos reside en el apoyo activo y efectivo que recoja de la población no el domingo, sino en los días siguientes. Pronto comenzaremos a atisbar cuál de estos dos escenarios es el bueno.
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