¿Dónde habrá quedado la maquinaria que hizo famoso al PRI? Aunque las cifras que arrojan las encuestas al día de hoy no son definitivas en ningún sentido, todo parece indicar que mientras más se acerca el día de la elección, más se eleva el nivel de desesperación entre los contingentes priístas. El hecho de que cualquiera de los dos candidatos punteros pudiese ganar o perder esta contienda ya entraña un cambio fundamental en la política mexicana, siempre acostumbrada a que lo que importaba era el proceso de selección del candidato dentro el PRI y no la elección misma. Pero, a pesar de lo reñido de la competencia, muchos priístas descargan su desesperación en la creencia de que un milagro los podrá salvar. Aunque hay muchos indicios de que se han puesto en marcha los más diversos operativos para movilizar el voto, no es evidente que la vieja maquinaria esté operando a cabalidad. De hecho, nadie parece saber dónde está esa maquinaria. Unos no la alimentan porque tienen miedo de las consecuencias legales en caso de perder, en tanto que otros la desprecian porque la ven como una reliquia del pasado. Cualquiera que sea la causa de su aparente inoperatividad, el hecho tiene importantes consecuencias para la política mexicana: de una manera o de otra, gane quien gane la elección, el país ya logró dar un pequeño paso en el camino hacia la transparencia. Pero eso no hace más fácil la vida del votante común y corriente.
Con gran frecuencia, los avances en la consolidación de un régimen democrático no se dan con grandes programas o a través de anuncios espectaculares, sino por medio de pequeños pasos, con frecuencia no deliberados, que van restringiendo la capacidad de abuso de unos o de imposición por parte de otros. Claramente, México no cuenta con un diseño democrático acabado en el que todas las piezas del rompecabezas cuadren para conformar un conjunto institucional equilibrado y capaz de operar sin conflictos. Lo que tenemos es una realidad dispar en la que coexisten instituciones inherentes a la democracia, como el IFE y el Trife, con otras que son resquicios del viejo sistema, lo que incluye a la vieja maquinaria del PRI que, como el partido mismo, ha adecuado algunas de sus formas, pero no se ha transformado para convertirse en una institución moderna, eficiente y competitiva. La suma de estas diferencias y contrastes arroja el cúmulo de contradicciones, temores y esperanzas que hoy caracterizan a la sociedad mexicana y que hacen igual de complejos tanto la competencia electoral del momento como el pronóstico del resultado final.
En la práctica, hay dos vertientes distintas en esta contienda electoral que confunden a los electores. Una se refiere a los candidatos y la otra al proceso de cambio político que ha vivido el país por tres décadas. Los partidos y candidatos han definido el momento de una manera muy clara: los votantes confrontan el dilema de votar por un candidato o por un concepto. La lucha entre los candidatos –sus personalidades, sus atributos y vicios, sus programas y sus equipos de trabajo- le crea un difícil dilema a los votantes: ninguno parece ser del todo satisfactorio. La experiencia de uno se contrasta con la frescura del otro; el partido del que surge uno entraña mayores certidumbres para muchos votantes que las que promete el otro; y el carisma de uno contrasta con la parquedad del otro. Además, sus biografías difícilmente podría ser mas dispares. Dadas las opciones, no es casualidad que muchos votantes muestren una profunda dificultad para decidir entre los candidatos.
Para otros votantes ese dilema es inexistente. Para esos otros votantes la opción es transparente: o se está en favor del PRI y del proceso de reforma que ese partido ha promovido (con todos sus sobresaltos y asegunes), o se está en favor de la alternancia de partidos en el poder. Aunque ésta no es una manera novedosa de ver al mundo, hay dos razones que la hacen particularmente significativa en esta elección. En primer lugar, hoy en día existe una razonable certeza de que el terreno de competencia es más o menos equitativo y, sobre todo, que el proceso electoral mismo será transparente y libre de los vicios de antaño. En segundo lugar, hoy existe un candidato de oposición que quiere y puede ganar la elección presidencial. Los electores que han decidido definir su voto en función de la continuidad o el cambio de partidos en el poder han convertido a esta elección en un catalizador del cambio político en el país.
Lo paradójico de esta situación es que, dados los contrastes y contradicciones en el desarrollo institucional de la política nacional, todo parecía indicar que los dados estaban cargados en favor del candidato del PRI. Si uno observa el panorama electoral, el candidato del PRI tenía aparentemente todo para ganar: ante todo, Francisco Labastida emergió de un proceso de selección interno inédito dentro de su partido. Viendo retrospectivamente, es muy fácil decir que el resultado de ese proceso era anticipable, pero hace un año muy pocos observadores, dentro y fuera del PRI, tenían la certeza de que el proceso se respetaría, que los perdedores reconocerían al ganador y que el presidente se mantendría al margen. El hecho es que la elección primaria permitió que el candidato rompiera con el viejo estigma del dedazo y que emergiera apoyado por un partido acostumbrado a ganar elecciones y con una maquinaria estructurada para operar cada seis años. Pero eso no es todo. Esta contienda presidencial tiene lugar en el contexto de una situación económica mucho más favorable de lo que el propio gobierno había pronosticado. Difícil imaginar un escenario más propicio para ganar una elección con la legitimidad de la que el PRI ha carecido por décadas. Con lo que no contaba ese partido era con un nuevo entorno político que haría mucho más difícil su manera tradicional de hacer política.
El nuevo entorno político ha cambiado la manera de organizar las campañas y de competir por la elección. Estas nuevas realidades son totalmente ajenas a la naturaleza del PRI, partido que modernizó la manera de elegir a su candidato pero que no ha sido capaz de modernizarse en el resto de sus estructuras y facetas. Los priístas emergieron de su elección primaria con la arrogancia del triunfador, criticando a los otros partidos por la manera en que éstos seleccionaron a sus candidatos; su candidato hasta se dió el lujo de enarbolar la bandera de la lucha contra la corrupción, tema por demás delicado para un partido que lleva siete décadas ininterrumpidas de gobernar. Medio año después las cosas se ven diferentes. Ahora resulta que la ventaja inicial no es suficiente para ganar una elección y, más importante, que los instrumentos tradicionales de movilización del voto no son fácilmente empleables ni eficaces. Resulta que todo lo que no se hizo para modernizar al sistema en su conjunto ahora también afecta al PRI. Así, por ejemplo, mientras que algunos gobernadores surgidos de las filas de las oposiciones se dedican a hacer proselitismo de la manera más flagrante, aquellos surgidos del PRI simplemente no pueden siquiera pensar de esa manera (o son inmediatamente fustigados, como le ocurrió al gobernador de Chiapas). La famosa maquinaria del PRI puede acabar resultando ser una de las reliquias más costosas para un partido que se rehusó a cambiar cuando todavía era oportuno hacerlo.
La maquinaria priísta simplemente no cuadra con las reglas del juego que impone la legislación electoral vigente. Esa maquinaria no estuvo diseñada para convencer a la población de las virtudes de los candidatos del PRI o de los programas por los que ese partido propugna sino, simple y llanamente, para comprar el voto. Por décadas, el PRI utilizó todos los recursos gubernamentales –desde el gasto público hasta la Conasupo, el IMSS y el Banrural, en adición a las tamaladas y el acarreo- para promover a sus candidatos. Hoy en día la gran mayoría de esos métodos resultan ser ilegales. Evidentemente, las maquinarias partidistas, en todos los países, tienen un lugar fundamental en las campañas electorales, pero sus métodos son distintos a los del PRI, pues no dependen del uso y abuso de los recursos públicos, sino del proselitismo y, sobre todo, del ejemplo que produce el buen gobierno, algo de lo que el PRI difícilmente puede presumir como arma de promoción. Pero lo peor para el PRI y sus operadores no es que no tengan algo positivo que mostrar ante sus electores, sino que no tienen ni la menor idea de cómo hacerlo: el esfuerzo de modernización del PRI que inició con la elección de su candidato a la presidencia, ciertamente no pasó por la maquinaria electoral.
La mayor de las ironías es que la maquinaria priísta parece no estar operando, pero la razón de ello se encuentra menos en la súbita conversión de los miembros de ese partido a la legalidad, que en su indisposición a cooperar. Por una parte, y en abono al equipo de Labastida, la campaña del priísta parece haber sido diseñada sin incorporar a la maquinaria como uno de sus componentes esenciales. Por la otra, los funcionarios públicos están renuentes a proveer los instrumentos para que la maquinaria pueda operar. Tradicionalmente, la maquinaria funcionaba a expensas de los recursos – dinero, personal, teléfonos, vehículos y demás- que la administración pública distraía para beneficio de los candidatos. Hoy en día, y en virtud de reglas que exigen transparencia y establecen sanciones creíbles para los funcionarios que malusen los recursos públicos y también a la mayor vigilancia que ejerce el IFE y la oposición, muchos funcionarios no están dispuestos a correr ni el menor riesgo. Además, una parte significativa de la operación de la maquinaria dependía de los sindicatos, muchos de los cuales, para todo fin práctico, ya no existen, en tanto que otros se han convertido en férreos opositores del gobierno. Ahora ya no queda mucho más que tratar de chantajear a las clientelas naturales, algo que no siempre arroja el resultado deseado. El hecho es que la maquinaria ya no es lo que alguna vez fue.
Imposible saber si el PRI ganará o perderá esta elección. De lo que no hay duda es que las nuevas reglas del juego han hecho mucho más difícil que el triunfo se obtenga por medios dudosos o francamente ilegales. El otro lado de la moneda es que las contradicciones que experimenta y manifiesta el PRI han hecho que esta elección efectivamente se presente ante los electores como una opción no de personas o proyectos, sino de continuidad o cambio. El PRI acabó jugando bajo los términos de Fox. Vaya ironía.
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