Lo más impactante de los programas económicos propuestos por los candidatos es la superficialidad con que enfocan el tema que más afecta a los mexicanos. Todos los candidatos abordan el tema económico, pero sus propuestas tienden a ser viejas, gastadas y, en todo caso, insuficientes. La mayoría propone -palabras más, palabras menos- hacer lo mismo de antes, pero bien, como si ése fuera el problema de fondo del país. Prácticamente ninguno reconoce el entorno dentro del cual opera la economía mexicana, lo que les lleva a propuestas poco realistas, imposibles y engañosas. Resulta irónico que las propuestas tiendan a aumentar en sensatez en la medida en que el candidato tiene menor probabilidad de ganar. Por encima de todo, la mayoría sigue con la vista firmemente anclada en el pasado. Es difícil imaginar que uno de estos candidatos –con todo y sus propuestas vagas y contradictorias con la realidad- vaya a estar a cargo de la economía a partir del primero de diciembre próximo.
Lo más sorprendente, y encomiable, de las propuestas de los seis candidatos a la presidencia recogidas por Reforma es que existe un amplio acuerdo sobre algunos de los principales retos que enfrenta el país. Lo patético –y sumamente preocupante- es observar la total ausencia de acuerdo sobre la forma de enfrentar esos retos. Virtualmente todos los candidatos mencionan a la desigualdad como el problema más serio a enfrentar y de ahí se siguen a identificar desafíos concretos a vencer: la educación, la reforma fiscal, la justicia social, el empleo, el sistema financiero, el ahorro, la inflación y el campo. No hay mayor dispersión en la categorización que hacen los candidatos de los problemas del país. Pero sus propuestas son tan diversas como sus personalidades. Algunos resolverían todos los problemas del país con subisidios, otros construirían un nuevo marco institucional; para uno de ellos nada se puede resolver, en ningún área, sin un pacto político, en tanto que otros creen en el gasto público como si se tratara de un tema religioso. Al leer las propuestas, uno no puede más que concluir que los candidatos viven en países distintos; y peor, uno juraría que muchos de ellos no han vivido en el México que ha experimentado una transición económica tan compleja y penosa.
Pero eso no les impide regresar al pasado para pedir prestadas soluciones que, no por gastadas o desechadas por inadecuadas y costosas, dejan de tener su atractivo. Quizá sea un signo de los tiempos el que la mayoría de los candidatos crea que la función del gobierno sea la de hacer las cosas en lugar de crear las condiciones para que éstas ocurran. En este sentido, una lectura somera de las propuestas revela que la mayoría de ellos considera que el gobierno tiene facultades ilimitadas y que todos los problemas económicos del país se resuelven si existe la voluntad de enfrentarlos; implícitamente, casi todos ellos argumentan que el gobierno actual no ha tenido la voluntad, pero que ellos sí la tendrían. Sin embargo, el marco de referencia, el paradigma que orienta a casi todos los candidatos es el de los sesenta, setenta y ochenta, respectivamente, épocas en las cuales se hicieron toda clase de experimentos, la mayoría de ellos con resultados desastrosos. En este contexto, no sorprende que abunden propuestas que vienen de épocas que, uno supondría, hace mucho quedaron atrás: volver a crear bancos de desarrollo, recrear Conasupo, aumentar salarios, renegociar la deuda externa, introducir subsidios y crear incentivos fiscales, renegociar el TLC, entablar alianzas y pactos productivos. Algunos de los candidatos se niegan a reconocer que el país está inserto en un entorno internacional lleno de oportunidades; otros prefieren optar por excluir ese factor como si fuera materia de voluntad. Sólo dos de ellos, Gilberto Rincón Gallardo y Vicente Fox, hacen al menos un esfuerzo por buscar fórmulas de congruencia con el hecho –evidente a todas luces- de que la parte más exitosa de la economía y, de hecho, la única que ha generado empleos en los últimos años, es la que está vinculada con el resto del mundo.
Las propuestas tienden a empatarse con la personalidad del candidato. Gilberto Rincón Gallardo enfatiza la necesidad de construir un nuevo marco legal e institucional que haga posible el desarrollo de la economía. Lo urgente para este candidato es articular políticas de Estado de largo alcance para darle un horizonte de desarrollo a los actores en la actividad productiva. Manuel Camacho identifica muchos de los problemas candentes, pero todas las soluciones que encuentra implican politizar el tema: no hay nada que no pueda ser resuelto por el gobierno y todos los problemas se solucionan con pactos y con un gobierno más fuerte. Porfirio Muñóz Ledo tiene una solución para cada problema y ninguno es lo suficientemente complejo como para que el gobierno no lo pueda resolver. Entre sus propuestas destaca la idea, denostada hace sólo unos años, de integrar las maquiladoras a la planta productiva nacional. Francisco Labastida Ochoa es quien aporta la propuesta más detallada y específica de todos los candidatos, pero se desvive por resolver los problemas con estímulos fiscales; para él, el gobierno no es la solución a todos los problemas, pero prácticamente no hay problema económico que no se pueda enfrentar con una cantidad suficiente de subsidios. Lo más grave y preocupante de sus propuestas, sobre todo por tratarse del candidato que hoy tiene la mayor probabilidad de ganar en los comicios del dos de julio, es que muestra una profunda propensión a querer introducir mecanismos de protección a la planta productiva (y, sobre todo, a la agricultura) por la puerta de atrás: condena la propensión a importar, a pesar de que las importaciones son un componente natural y necesario de las exportaciones y propone mecanismos típicamente proteccionistas como las normas de calidad obligatoria y el combate a supuestas prácticas desleales de comercio. Cuauhtémoc Cárdenas resulta ser un súbito creyente de las maquiladoras, pero aporta ideas importantes como la de crear polos de desarrollo industrial para el desarrollo de empresas proveedoras de insumos para la industria exportadora. Su propuesta de “hacer los pactos comerciales, como el TLC, más benéficos para los empresarios mexicanos” sugiere que no ha comprendido la dinámica de la economía moderna ni reconoce que el problema del país reside en la necesidad de ver hacia delante, en lugar de rescatar un pasado que no fue tan atractivo ni benéfico para los productores y los mexicanos en general, como él parece suponer. Vicente Fox parte de la premisa que la globalización es una realidad y que puede ser convertida en una oportunidad. Su propuesta reside esencialmente en buscar la manera de lograr una buena inserción en esa economía global, para lo cual propone reducir impedimentos a la inversión extranjera , negociar una “segunda fase” del TLC e impulsar una simplificación administrativa.
Vistas en un vacío, todas las propuestas tienen méritos importantes y evidencian una visión positiva por parte de los candidatos respecto al futuro económico del país. El problema para la ciudadanía es que la mayoría de los candidatos no reconoce el mundo que le ha tocado vivir. Prácticamente ninguno de ellos acepta que existen restricciones, ni está dispuesto a romper con el paradigma de la administración económica que ha fallado tantas veces en los últimos treinta años. La clave para el futuro de la economía reside de manera fundamental en la creación de un marco institucional capaz de proveer incentivos compatibles con el logro de tasas elevadas de crecimiento económico, alcanzar una descentralización exitosa y elevar la productividad de la economía nacional, pues este factor es, en el largo plazo, el elemento determinante de los niveles de empleo e ingresos de la población. Algunos candidatos ofrecen pequeñas muletillas para avanzar en esta dirección, pero ninguna de las propuestas acaba por abrazarla en forma definitiva. Lo que es seguro es que, querámoslo o no, con ese grado de solidez y certidumbre avanzaremos inexorablemente hacia el amanecer del próximo sexenio.
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