La noche quedó atrás en el tema Fobaproa, pero los bancos mexicanos siguen sin cumplir con su razón de ser: intermediar en forma eficiente entre los ahorradores y demandantes de crédito para financiar el desarrollo económico del país. La razón de lo anterior es múltiple, pero en el fondo se reduce a una situación muy simple: la banca no es negocio ni tiene posibilidad de serlo dentro del esquema institucional en que hoy tiene que operar en nuestro país. Para que la banca pueda convertirse en el factor clave del desarrollo económico de México es indispensable dejar de hablar del pasado reciente, no para ignorarlo, sino para comenzar a enfilarnos hacia un mejor futuro. La realidad es que toda la controversia sobre el Fobaproa obscureció la problemática del sector financiero del país en lugar de exponerla y sujetarla a una discusión analítica. Ahora que ese tema ha pasado a otro plano, no menos controvertido por cierto, es tiempo de comenzar a enfrentar el serio problema que representa la ausencia de un sistema bancario funcional.
La pregunta que tenemos que hacernos es muy simple: ¿es posible que exista una economía de mercado, moderna y dinámica que crece y genera fuentes de empleo a la velocidad necesaria, como seguramente todos los mexicanos deseamos, en ausencia de un sistema financiero viable y operativo? La respuesta es más que evidente: no existe país exitoso en el mundo que no cuente con un sistema financiero pujante y vital.
En nuestro caso experimentamos una verdadera paradoja. La economía crece a tasas más elevadas que la mayoría de los países de nuestro nivel de desarrollo, hecho independiente de la distribución de ese crecimiento. Si uno analiza los componentes de ese crecimiento, resulta claro que nuestro éxito relativo no es producto de la casualidad (ni de la ayuda providencial de la virgen de Guadalupe), sino de dos circunstancias verdaderamente excepcionales. Una es que contamos con el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, un instrumento que ha permitido que las exportaciones mexicanas crezcan como la espuma y que nos diferencia de una manera extraordinariamente positiva del resto de los países de la región y de otros de semejante nivel de desarrollo. La otra es que, por la vecindad, los bancos norteamericanos se han convertido en un factor determinante del crecimiento del sector exportador mexicano. En ausencia de un sistema financiero funcional en el país, virtualmente todas las empresas mexicanas que exportan han encontrado que su única posibilidad de sobrevivencia y desarrollo se encuentra en el financiamiento que le proporcionan los bancos extranjeros.
Nos ha salvado la vecindad. Pero esa solución no constituye una salida para el resto de la economía, de la cual depende la gran mayoría de los mexicanos para su ingreso, empleo y subsistencia. Las exportaciones han constituído una verdadera bendición para la gradual recuperación del país, pero no es posible apostar todo el futuro de la economía sobre esa única base. El desarrollo del país depende en gran medida de la existencia de una pujante economía doméstica, para lo cual es imperativa la existencia de un sector financiero fuerte, bien capitalizado y competitivo. Las exportaciones, por mucho que pudiesen llegar a crecer, no podrían llegar a emplear ni siquiera a la mayoría de la población económicamente activa del país. Y no es realista suponer que las mismas fuentes de financiamiento que han permitido el espectacular crecimiento de las exportaciones -es decir los bancos comerciales de (y en) otros países- vayan a estar disponibles para el resto de la economía. Por más que las autoridades pretendan ignorar el problema, es inevitable enfrentar el hecho de que, por el camino que vamos, no tendremos bancos con la solidez necesaria para el desarrollo integral de la economía mexicana.
El desarrollo de la banca mexicana está impedido por dos circunstancias: una es que, en su aislamiento, se ha rezagado respecto al resto del mundo. La otra es que los bancos no pueden funcionar en un entorno jurídico tan adverso como el que existe en el país. No se requiere más que una lectura superficial de los diarios para observar las tendencias que han caracterizado a los bancos alrededor del mundo. Lo que domina a todos los sistemas financieros del orbe es la tendencia a la consolidación, principalmente por medio de fusiones de enormes instituciones bancarias de diverso tamaño y nacionalidad, y de la adquisición de bancos pequeños por los gigantes. Es decir, los bancos han estado consolidándose con gran rapidez en el mundo con el objetivo de reducir sus costos, elevar sus niveles de capitalización e incrementar su eficiencia. El tema no tiene mucha ciencia: es creciente la competencia entre las instituciones financieras por atender a las empresas comerciales e industriales de todos los países del mundo. Las empresas mexicanas más competitivas, sobre todo las exportadoras, ya entraron en esa lógica, lo que les ha abierto extraordinarias oportunidades de financiamiento, a costos verdaderamente inverosímiles cuando se compara con los costos de financiamiento (si lo hay) en el país. La pregunta para el sector financiero mexicano es si se puede abstraer de esta lógica de consolidación.
Los bancos mexicanos enfrentan enormes dificultades para fortalecerse no sólo por la ausencia de capital, sino porque esa industria no ha sido negocio por muchos años en el país. El negocio bancario es precario en el país porque el marco jurídico en que opera es inadecuado y sumamente débil. Si uno acepta que la función de un banco es la de hacer circular los recursos del público ahorrador hacia los usuarios del crédito, los bancos deben de tener una razonable certeza jurídica de que la persona o empresa que recibe el crédito lo va a pagar en la forma convenida. Por su parte, si el acreditado, quien recibe el crédito, no se encuentra en disposición o posibilidad de pagarlo, el banco debe tener la posibilidad de ejercer las garantías que le hubieran otorgado en el momento en que se concedió el crédito. Esto, que parece muy simple, es lo que no ha ocurrido en el país en los últimos años. Lo frecuente han sido las empresas que han dejado de ser viables (y, por lo tanto, han suspendido sus pagos a los bancos), pero que han continuado operando gracias al hecho de que cuentan con la posibilidad de una protección legal excesivamente generosa. Es decir, por más que los bancos se hayan comportado como ogros y hayan incurrido en prácticas imprudentes y por demás riesgosas, la realidad es que los bancos no cuentan con instrumentos apropiados para cumplir con su función.
La economía mexicana tiene dos opciones: una es continuar por la vereda de la diferenciación creciente entre la economía exportadora y la economía doméstica, con las consecuencias políticas y sociales que eso inevitablemente traería. La otra es reconocer la necesidad de reconstituir al sector financiero y comenzar a actuar en consecuencia. Este segundo camino implicaría comenzar por aceptar que, después del desastre de los últimos años, sería absurdo pretender reconstruir un sistema bancario aislado y protegido, aun con la presencia de instituciones bancarias propiedad de bancos extranjeros. Los bancos deben operar dentro de un entorno de competencia que los obligue a reducir sus costos, ser innovadores, elevar sus niveles de eficiencia y actuar con prudencia, tal y como ha venido ocurriendo en el resto del mundo. También requieren de una estructura institucional que penalice el abuso por parte de los usuarios del crédito, práctica tan recurrida a lo largo de todo el asunto del Fobaproa. Lograr tanto la consolidación de instituciones financieras fuertes y viables como una sana competencia entre ellas, va a exigir romper con el marco de aislamiento en que vive, e históricamente ha vivido, la banca mexicana. Es decir, el país requiere un marco jurídico moderno que favorezca el desarrollo de bancos competitivos y funcionales, dentro de la lógica de la globalización en que ya está inserta gran parte de la economía mexicana. Ante todo, requiere de una decisión gubernamental sobre la clase de banca y bancos que quiere y que cree que es posible para el país. Sin esto el desarrollo bancario -y, con éste, el de la economía en general- será imposible.
La economía mexicana difícilmente va a poder crecer y desarrollarse en forma saludable y acelerada si no cuenta con un sistema financiero competitivo, exitoso y rentable. En la actualidad ninguna de estas circunstancias existe. No se cuenta con una regulación moderna que promueva la competencia, ni con una ley de quiebras que favorezca una relación equitativa entre bancos y usuarios del crédito e incentive la reconfiguración de una planta productiva anticuada e ineficiente. Los bancos están descapitalizados y esa situación no va a cambiar mientras no enfrenten una verdadera competencia, lo que sólo ocurrirá cuando cambien las actuales regulaciones que los protegen y, a la vez, limitan. Requerimos bancos con capacidad, capital y tamaño que los haga viables. Nada de eso es posible en la actualidad.
El problema bancario no se va a resolver con una nueva estatización, como sugieren algunos, ni con mayores controles, como pretenden otros, ni mucho menos con no hacer nada, como ocurre diariamente. Estos caminos implicarían la desaparición permanente del crédito, para perjuicio de todos los mexicanos, independientemente del partido de su preferencia. La única solución es inscribir a los bancos en la lógica de la globalización, lógica en la que ya opera toda la industria manufacturera del país. No hay razón para pensar que el sector financiero debe ser distinto. Modernizar al sector bancario es un imperativo económico y político para el país; más vale entrarle pronto, porque el deterioro continúa con el paso del tiempo y el costo de una solución (o la falta de solución) continuará incrementandose día con día.
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