La decisión del gobierno de Texas de no autorizar el desarrollo de un confinamiento especializado en el manejo de desechos tóxicos y nucleares puede ser acertada o errada en sí misma, pero eso no elimina el problema del manejo de substancias peligrosas que todos los países tienen en la actualidad. De hecho, lo más grave que nos podría ocurrir es que del conflicto desatado en torno al basurero nuclear que se planeaba abrir en Sierra Blanca derivemos la conclusión de que ese medio para administrar substancias tóxicas y peligrosas es inadecuado. Mucho mejor haríamos en comenzar a preocuparnos por el manejo de nuestros propios desechos tóxicos.
El problema de los desechos tóxicos y nucleares es por demás obvio. Hoy en día hay un sinnúmero de procesos industriales y tratamientos médicos que arrojan subproductos dañinos para la salud. Hay plantas productoras de electricidad, como la de Laguna Verde en Veracruz, que operan con base en energía nuclear y que producen desechos nucleares que requieren un confinamiento apropiado para evitar producir graves enfermedades. Los hospitales producen toneladas de basura tóxica, jeringas contaminadas, desechos humanos y demás que son focos potenciales de infección. Es decir, todas las áreas de la vida producen desechos que, mal manejados, podrían ser causa de contagio, radiación o contaminación. Nadie en su sano juicio podría negar que se requieren espacios diseñados específicamente para depositar este tipo de substancias.
La alternativa es lo que hoy tenemos en el país: ríos contaminados como resultado del desecho de toda clase de substancias químicas; tiraderos a cielo abierto que producen contaminación en las ciudades; substancias peligrosas que se desechan junto con la basura regular, creando un enorme riesgo para todo el que, directa o indirectamente, entra en contacto con éstas; playas, selvas y bosques destruidos por la manera en que se desechan los subproductos de procesos industriales y humanos. Lo evidente es que se requieren basureros especializados en el manejo de los diversos materiales tóxicos y substancias peligrosas que produce la sociedad y la industria. El tema no debería ameritar mayor discusión.
En la controversia sobre el basurero de desechos tóxicos que se planeaba construir en Sierra Blanca, a algunas decenas de kilómetros de la frontera mexicana con el estado norteamericano de Texas, se han mezclado toda clase de intereses, ideologías y también ignorancia. Nadie puede dudar que en la controversia afloraron sentimientos profundamente políticos, parte antinorteamericanos y parte antigobiernistas. Este filón de la política mexicana actual es siempre rentable, pues permite colocar cualquier controversia o interés de grupo a la luz de las disputas más legítimas que promueven los partidos políticos. Pero para todo mexicano sensato debe ser evidente que no todos los temas que se discuten son igualmente sujetos de legítima disputa partidista. El tema de los basureros tóxicos y nucleares parecería un evidente candidato para consensos partidistas y, en general, consensos nacionales.
El hecho de que esos consensos no existan es indicativo de lo deteriorado del debate político nacional en la actualidad. Ahora que el estado de Texas ha decidido no autorizar el desarrollo del mencionado basurero, muchos diputados y activistas nuestros están clamando victoria. Sin embargo, el hecho de haber forzado al gobierno a encabezar la disputa con el estado norteamericano de Texas y de haber logrado (al menos en una parte menor) derrotar su decisión en esta materia no les da la razón. El ganar una partida política con el gobierno no es suficiente para los mexicanos que requieren protección respecto de los desechos tóxicos y nucleares. Es decir, no todo en este mundo debería ser materia de disputa política. El hecho de haber ganado esta partida debería asustarnos más que darnos razones de júbilo.
Los materiales tóxicos y nucleares tienen que ser desechados en alguna parte. Si no existe un confinamiento especializado en el manejo de los mismos, los desechos acaban en todas partes, produciendo daños terribles, como ya ocurre en algunas partes del país. Hace no mucho tiempo, por ejemplo, se encontró evidencia en la ciudad de Matamoros de que los desechos de una empresa química causaban daños severos en el desarrollo prenatal de los niños (anacefalia) cuyas madres se exponían a dicha substancia. Nadie puede negar que, de haber habido un basurero especializado en el manejo de substancias tóxicas (y la capacidad gubernamental de obligar a las empresas a utilizarlo, algo siempre dudoso en nuestro país), los desechos no habrían acabado en el agua que bebieron las mujeres embarazadas. El punto es uno y muy simple: los basureros especializados en el manejo de ese tipo de substancias son no sólo indispensables, sino urgentes.
Según los reportes técnicos que han sido publicados, el lugar idóneo para el establecimiento de ese tipo de basureros es aquél que cuenta con un clima desértico y seco, con mínima o nula precipitación pluvial, y lejos de concentraciones humanas. Sierra Blanca, en ambos lados de la frontera México-Estados Unidos, parece ser un lugar idóneo y propicio para la instalación de esos basureros, precisamente porque cuenta con todas las condiciones ambientales (clima) y sociales (distancia respecto a lugares de habitación humana) para su desarrollo dentro de normas que han probado ser adecuadas para concentrar esas substancias y evitar que contaminen las aguas, el aire o a poblaciones contiguas. Es decir, esa región fronteriza va a continuar siendo, para ambos países, un lugar naturalmente propicio para desechar substancias peligrosas. En cualquier caso, lo importante no es Sierra Blanca, sino el hecho de que los basureros tóxicos son una necesidad: el ambiente y la ecología debieran ser poderosos argumentos en favor de ese tipo de infraestructura y no al revés.
El hecho de que, al menos por el momento, haya concluido la controversia sobre el basurero en Sierra Blanca del lado de Texas no va a resolver nuestro problema. Nosotros tenemos una infinidad de fuentes productoras de desechos tóxicos y nuclerares que no cuentan con lugares apropiados para su manejo. El hecho de que muchos políticos y activistas quieran cerrar los ojos a esta realidad causante de profundos daños a infinidad de mexicanos, no reduce el problema ni lo desplaza de la agenda gubernamental (y, en muchos casos, de la bilateral). Los basureros tóxicos son una solución al problema del manejo de residuos y substancias peligrosas y no el problema mismo. Por ello, pretender que la lección del conflicto en torno al basurero de Sierra Blanca es que se puede impedir el desarrollo de este tipo de instalaciones es no sólo peligroso, sino absolutamente irresponsable. Hay temas que, por elemental sentido común y por un mínimo de verdadero patriotismo, deberían ir más allá de la politización partidista. Aunque infinitos generadores de retórica, temas básicos como el de la salud deberían permitir un respiro en las disputas rumbo al 2000. ¿O será que también ese tema acabará como los desechos tóxicos en el país: ignorado por autoridades irresponsables y utilizado por activistas demagogos para alcanzar fines político-partidistas y no una solución?
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