El PRI frente a la alianza de oposición

PRD

La peculiaridad del momento político actual se resume en las abismales diferencias que se observan entre el PRI y el PRD. El PRI no tiene ni la menor idea de hacia dónde dirigirse; lo único que parece animar a sus diversos próceres es el preservar un mundo que ya no es posible. Por su parte, mucho en el PRD se caracteriza por exactamente lo contrario: tiene una idea cardinal de hacia dónde quiere dirigirse y todo lo que hace está animado por su ambición de reconstituir la vieja coalición priísta. Se trata de dos caras de una misma moneda: la del México de los setenta. Pero, a diferencia del PRD, lo que le pase al PRI en este proceso es interés de todos los mexicanos.

La alianza opositora que se conformó en la Cámara de Diputados respondió a la obvia necesidad de los partidos -que, en conjunto, lograron una mayoría de los votos en la pasada elección- de demostrar su fuerza. Nadie en el gobierno o en el PRI podía ser tan ingenuo como para suponer que esos partidos se quedarían dormidos frente a la nueva realidad y oportunidad. Lo que hicieron fue sumar sus fuerzas en torno al que probablemente era y será el único objetivo que compartan: impedir que el PRI se coronara como dueño de la Cámara de Diputados y lograr el control de la Cámara y las Comisiones clave. El drama en torno al Informe presidencial evidenció los forcejeos que produjo la tensión entre la necesidad imperiosa de todas las oposiciones de mostrar su nuevo poder y la total renuencia del PRI (y del gobierno) a reconocer la nueva realidad.

La realidad es que las sorpresas no han venido por el lado de la oposición. Nadie que entienda a la política mexicana y a sus personalidades más extravagantes podía imaginar al actual líder de la facción del PRD en la Cámara de Diputados haciendo algo distinto de lo que ha hecho. Si acaso, lo sorprendente fue lo bien que lo hizo. De igual forma, el comportamiento del PAN ha sido congruente con su antipriísmo ancestral. En otras palabras, en lo fundamental, en lo que hemos visto de las elecciones para acá, no ha habido ni la menor sorpresa en cuanto al desempeño de los partidos de oposición. Lo que sí ha sido sorprendente en este proceso es el comportamiento equívoco, contradictorio y con frecuencia carente de sentido de dirección del PRI.

Lo que le pase al PRI es clave para el futuro del país. El PRI, todos lo sabemos, nunca ha sido un partido político. Nació en substitución de un sistema político entonces inexistente y con el objetivo expreso de lograr y preservar la paz política interna. Así se convirtió en la estructura conductora y organizadora del poder en el país. Sus características, las buenas y las malas, fueron adoptadas en prácticamente todas las instituciones, colegios, escuelas, empresas y organizaciones del país. Sus tentáculos lo abarcaron todo: los medios de comunicación, las empresas, las cámaras de comercio e industria, los sindicatos, los partidos de oposición, la vida privada de la población, las procuradurías, las policías, los campesinos, el crédito, la banca, los precios, los impuestos, etcétera. Era difícil encontrar algún lugar en el que el PRI no estuviera entrometido o en que las características de ese partido no fueran también definitorias de su naturaleza.

Esta realidad histórica no puede ignorarse ni alterarse por el hecho de que no nos guste. Los partidos que conformaron la alianza de oposición en la Cámara de Diputados lógicamente quieren desmantelar toda la estructura y los tentáculos del PRI. Pero el desmantelamiento del PRI no puede consistir en una mera reducción de su espacio de acción en el poder legislativo, toda vez que sus tentáculos permanecen en casi todas partes. Es decir, el desmantelamiento del PRI como sistema, en lugar de partido, no es un tema exclusivamente de carácter legislativo, sino profundamente político. Si el país ha de cambiar para bien es porque se lograron dos cosas: un cambio pacífico dentro del propio PRI y la creación de instituciones capaces de consolidar y profundizar tanto las prácticas democráticas como el Estado de derecho. Ambas condiciones son necesarias para que el país avance. Ninguna ha sido reconocida por el PAN o el PRD. Pero ambas, para lograrse, tendrían que pasar por el desmembramiento del PRI original.

Los priístas parecen estar totalmente estupefactos. Tardaron semanas en nombrar al coordinador de su facción en la Cámara de Diputados; les tomó casi dos meses encontrar un nuevo presidente nacional; acusaron a la alianza opositora de violar la ley, para luego sumarse al proceso sin más (además de que, todos lo sabemos, la ley nunca ha sido consideración de relevancia para los miembros de ese partido); y, por si eso no fuera suficiente, niegan la urgencia de enfrentar el tema de la sucesión presidencial, aun cuando sus dos principales contrincantes ya están plenamente enfrascados en ese proceso. El partido que fue el corazón de la política en el país no sabe a dónde va ni mucho menos cómo llegar ahí.

Más recientemente, diversos grupos de priístas comenzaron a demostrar que su partido no sólo tiene fuerza, sino que hay quienes están dispuestos a hacerla valer. Tanto las manifestaciones individuales, como la de Agustín Basave, como las de los senadores en el grupo que han denominado como “Galileo”, sugieren un enorme potencial de liderazgo futuro. La pregunta es si la reforma que implícita o explícitamente demandan del PRI puede ser posible sin violencia, dadas las riñas y asesinatos de los últimos años.

En este contexto, quienes demandan que el presidente abandone a su partido no comprenden la complejidad del momento político actual. Pero, de la misma manera, la noción de preservar la vieja relación entre el presidente y el PRI es no sólo absurda, sino imposible. Esa pretensión llevó a los bandazos de las últimas semanas, periodo durante el cual el presidente pasó de reconocer la nueva correlación de fuerzas, sobre todo en el Distrito Federal, a la negación total de la nueva realidad en el espacio legislativo, donde la importancia de la oposición es ahora fundamental.

Lo que siga va a depender en buena medida del PRI y, sobre todo, del presidente. Los priístas añoran la era de dependencia absoluta respecto al presidente, pues eso les daba certidumbre, privilegios y poder. El presidente se ha negado con frecuencia a realizar esa función, en parte porque la rechaza, pero quizá también porque ya no es posible. Pero, además, no parece haber diseñado una estrategia alternativa para darle espacio y tiempo al PRI para que se reestructure y modernice, para bien no sólo del PRI, sino de todo el país. Este es el factor clave del momento actual. Con el PRI en su estado actual de creciente descomposición, es, o debería ser, de interés nacional el que ese partido se reforme para modernizarse y ser competitivo o se desmantele sin violencia. No es, por la naturaleza del problema, algo que se pueda dejar para que se resuelva por sí mismo.

Los debates que vienen en el contexto legislativo van a tener un reflejo en la política real, más allá de la Cámara de Diputados. El PRD lleva la voz cantante en ese ámbito, en tanto que el PAN parece haber sucumbido a los cantos de esa sirena. Los priístas articularon su última campaña electoral con base en una plataforma de política económica opuesta a la del gobierno. Con tantos cambios, uno se pregunta cuál de esas plataformas, la del presidente o la de su propia campaña, es la que los priístas sustentan. La ironía es que, en este mar de confusiones, los priístas podrían encontrar en la política económica una fuente de liderazgo y una nueva razón para ofrecer estabilidad y tranquilidad a los votantes. Tal vez hasta en eso les quite el tapete el PRD.

Los cables se han cruzado de tal manera, que lo que beneficia al PRI en la actualidad tiende a perjudicar al presidente y viceversa. Esto es producto de que ambos siguen empeñados en obtener los beneficios de antaño de una relación que ya no existe. En este sentido, el principal problema de gobernabilidad del país en la actualidad no se encuentra en la alianza opositora, cuyos cimientos difícilmente podrían ser más endebles, sino en el PRI y en su relación con el gobierno, que es de donde podrían surgir las chispas que podrían incendiar al país. Para el bien de México, o se reestructura el PRI, o todos los mexicanos volvemos a pagar el pato.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.