Mercados y credibilidad

Competencia y Regulación

La avalancha de fraudes y corruptelas empresariales que crece día a día en Estados Unidos ha creado un nuevo mito. La nueva mitología afirma que todos los empresarios son corruptos, que la avaricia no tiene límites y que hasta que no se implante un nuevo entorno regulatorio, los mercados financieros seguirán paralizados. La bolsa mexicana, que sin duda padece de muchos de los males que hoy aquejan a la bolsa neoyorquina, hoy sufre los mismos embates casi por reflejo. El nuevo mito, como todos, es apetecible porque parece explicar muchas cosas y, sobre todo, permite justificar los prejuicios de inversionistas y operadores en los mercados financieros. Pero, como todo mito, es sólo una distorsión de la realidad.

Así como las empresas de Internet crearon la era de la “nueva economía” o, al menos, una nueva era de fantasías financieras, la debacle de Enron levantó el telón de la era de los fraudes corporativos. A los anuncios de las calamidades que realizó esa empresa, siguieron las desventuras administrativas de compañías financieras y de comunicaciones, farmacéuticas e industriales. Lo interesante, a pesar del escándalo, es que muy pocas de las faltas en las que incurrieron estas empresas fueron producto de la deshonestidad o de un intento deliberado por engañar a inversionistas y el mercado en general; más bien fueron actos desesperados que buscaban revivir empresas que ya se encontraban en quiebra. Con todo, las acciones que emprendieron los directivos financieros de esas empresas son absolutamente inexcusables y deben ser penalizadas, pero la clave consiste en ir más allá. Consiste en crear las condiciones para que estas prácticas no se vuelvan a repetir.

Desde siempre, los historiadores de los mercados financieros han puntualizado una verdad que parece repetirse de manera cotidiana: cada vez que se presenta un boom bursátil sigue un periodo de resaca, en el que con frecuencia se exhiben los excesos de que éste vino acompañado. Desde la burbuja financiera creada por los tulipanes holandeses hace varios siglos, la historia se repite una y otra vez: los precios de las acciones suben y se hacen tan apetecibles que los accionistas invierten más, lo que hace subir los precios en una espiral que parece no tener fin. Unos convencen a los otros de que los múltiplos no importan o, peor, de que las pérdidas, como en el caso de las empresas de Internet, son irrelevantes. Las utilidades, así sean de papel, crean su propia moralidad, hasta el momento en que la burbuja revienta, sorprendiendo a todos de lo que era casi obvio desde el principio.

Lo que sigue en Estados Unidos es la suma de una corrección en los precios de los activos financieros, misma que ya ha comenzado a operar y que, en sólo unos cuantos meses, ha destruido más de quinientos billones de dólares de valor y la introducción de nuevos mecanismos tanto formales (nueva regulación), como informales (una más exigente supervisión interna y externa de las empresas que cotizan en bolsa por parte de los inversionistas) que impidan abusos por parte de las empresas. El mero hecho de que se hayan tomado cartas en el asunto con tanta celeridad evidencia, una vez más, la flexibilidad y capacidad de respuesta de la economía norteamericana. En condiciones normales, esto le permitiría recuperar el crecimiento en un plazo no demasiado extenso. El problema es que éstos no parecen ser tiempos normales, toda vez que la vulnerabilidad macro de la economía estadounidense (sobre todo su déficit en cuenta corriente) bien podría impedir que esa recuperación se materialice en el corto plazo.

El problema para México es doble. Por un lado, la economía mexicana padece las consecuencias del estancamiento de la estadounidense; por el otro, mientras que los conflictos de interés que aquejan a muchas de las empresas de allá se están tratando de resolver con una mejor regulación, aquí ni siquiera existe la intención de dar un paso en esa dirección. De esta manera, los problemas macro de la economía mexicana bien pueden transformarse en desconfianza por parte de los inversionistas, en tanto que la propensión a posponer las reformas necesarias nos puede dejar como a los japoneses en la última década: atorados y sin capacidad de salir adelante.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.