El fracaso previsible

Educación

Políticos del mundo entero se congregan en Monterrey para discutir, una vez más, la esencia del desarrollo. En esta ocasión, el tema no es el desarrollo en general, sino algo específico: su financiamiento. La conferencia da la oportunidad para que se expresen todas las ideas y teorías sobre cómo se financia el desarrollo y quién tiene
que hacer qué en esta materia. Concluida la reunión, sin embargo, el desarrollo seguirá siendo tan distante como siempre. La razón del previsible fracaso es una muy simple: el desarrollo no depende de grandes iniciativas internacionales, sino de las seguridades que cada nación brinda a sus habitantes, empresarios e inversionistas en particular, para que puedan prosperar. Las personas, tanto en su calidad de ciudadanos como de inversionistas, responden a incentivos. El mejor incentivo para promover el desarrollo reside en garantizar los derechos de propiedad. En ausencia de esa seguridad, todos los demás ingredientes del desarrollo acaban siendo en buena medida irrelevantes por insuficientes.
La idea del desarrollo nació después de la Segunda Guerra Mundial. Con un optimismo rampante, la creación de las Naciones Unidas y las instituciones multilaterales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional parecía inaugurar una nueva era de prosperidad. Medio siglo después, el escenario, si bien no desolador, es ciertamente
contrastante. Aunque hay razones para un enorme optimismo, sobre todo por la experiencia de un gran número de naciones –sobre todo en el sudeste asiático, pero también en otras latitudes- que efectivamente lograron romper con un pasado de pobreza, la mayor parte de la humanidad sigue viviendo en un entrono de pobreza y desolación.
A lo largo de este medio siglo, las modas han dominado la política del desarrollo, pero el desarrollo ha alcanzado tan sólo a una parte, relativamente pequeña, de la población mundial. Las instituciones multilaterales lo han estudiado todo: desde la infraestructura hasta las instituciones, la dinámica de la pobreza y la desnutrición, las estructuras de gobernabilidad y las herramientas de financiamiento. Y, sin embargo, la mayor parte de las naciones que han sido objeto de esos estudios y blanco de los programas de desarrollo siguen siendo igual de pobres. En una época se pensaba que
los créditos multilaterales generarían oportunidades para el desarrollo. Más tarde, cuando el endeudamiento de esas naciones se volvió inmanejable, se propuso la condonación de esa deuda. A pesar de que programas e ideas han ido y venido, el desarrollo sigue siendo más la excepción que la regla. En el fondo, el gran error de las estrategias supuestamente orientadas a promover el desarrollo reside en que nunca se han abocado a entender las causas del éxito y, en su lugar, se han dedicado a tratar de comprender las causas del fracaso y la pobreza. Uno pensaría que lo esencial en el desarrollo debería ser el tratar de imitar a los países que han sido exitosos y no a los que han sido un fracaso o, puesto en otros términos, lo relevante sería comprender las causas de la riqueza y dedicarse a avanzarlas. Sin embargo, lo común, lo que se ha convertido en la norma, es exactamente lo contrario. Las estrategias orientadas a promover el desarrollo tienden a ignorar la esencia del éxito de ciertas naciones y se abocan a repetir experiencias que, generalmente, no hacen sino explicar componentes del mismo y no el todo. Lo que está claro es que hay factores -como la infraestructura y la educación, el financiamiento y las instituciones- que juegan un papel clave en el desarrollo. Pero la esencia del desarrollo reside en cosas mucho más fundamentales, pero también menos
espectaculares, como los derechos de propiedad y las garantías a la inversión, la confiabilidad de las reglas del juego y la permanencia de las instituciones.
Lo que une a los países exitosos en materia de desarrollo no es la existencia de proyectos de inversión faraónicos, ni la disponibilidad de fondos prestables o de inversión, sino la presencia de garantías sólidas de que los derechos de la población, sobre todo los derechos de propiedad y la permanencia de las reglas del juego, son inamovibles. Esta es la esencia del TLC norteamericano: las garantías a la inversión que trae consigo aunque, lamentablemente, sólo para inversionistas del exterior. Sin ellas, el TLC sería un acuerdo más, sin mayor relevancia. Mientras los políticos y las burocracias financieras multilaterales sigan ignorando lo esencial de la naturaleza humana y sus derechos elementales, comenzando por los de propiedad, las conferencias seguirán siendo oportunidades para conversar, pero no
para avanzar el desarrollo.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.