Los trabajadores mexicanos de aquí y de allá

Migración

El 1º de mayo transcurrió en una ciudad de México donde los trabajadores sindicales tomaron las calles. Es una de las muchas manifestaciones obreras que veremos. Si en 2003 los campesinos aprovecharon las secuelas de Atenco para cosechar en año electoral; 2006 se presenta como el de las muertes de Pasta de Conchos y Sicartsa, el año en que cosecharan los obreros. La fuerza –y no otro- fue el mensaje coreado repetidamente en las calles de la ciudad de México: “Se ve, se ve, la fuerza del SME”. Lejos de la ciudad de México, pero muy cerca del país y de su latido, los trabajadores mexicanos que han migrado a Estados Unidos también mostraron su músculo, en calles mil veces recorridas pero sólo hasta ahora con una bandera política propia.

Ni aquí ni allá, la toma de las calles por los trabajadores fue políticamente inocente. Quienes participan en las manifestaciones tienen una intencionalidad política que rebasa lo laboral. En México resulta difícil no ver tras las movilizaciones los intereses de los tres principales contendientes del 2006. Cada líder lleva agua para el molino de su aliado y, sobre todo, para el propio. Los maestros están en las calles, sirviendo a Elba Esther y a sus alianzas; los telefonistas hacen lo propio con Hernández Juárez y las suyas; los mineros de Napoleón sirven a un amo -y sus rivales al otro. En Estados Unidos las movilizaciones de trabajadores migrantes han dividido al partido republicano, logrando lo que ningún otro esfuerzo demócrata del último lustro

Pero las similitudes entre los trabajadores mexicanos de aquí y los de allá acaban pronto. Hay un mundo de diferencias entre el indocumentado que trabaja sin prestaciones y sin seguridad lavando platos en Detroit, y el electricista mexicano del SME que espera jubilarse a los cuarenta para seguir recibiendo su salario completo hasta su muerte. Las diferencias son explicables. No podía ser de otra manera, los mexicanos que trabajan en Estados Unidos son los que no pudieron hacerlo en México -entre otras cosas- porque los sindicalistas de acá defienden un sistema laboral rígido que les resulta muy conveniente para preservar sus privilegios y los de sus líderes.

Es difícil decirlo con seguridad, pero es muy probable que las respuestas de la clase política mexicana y estadounidense a los trabajadores mexicanos en sus calles acaben siendo muy diferentes. Cuando los campesinos tomaron las calles en 2003, los políticos mexicanos respondieron aventándole dinero a los campesinos y a sus líderes. Pocas veces ha habido tantos recursos para el campo mexicano, tantos y tan desperdiciados. Lo más probable es que este año de movilizaciones obreras arroje un resultado similar. Veremos mayores aumentos en salarios y prestaciones, veremos garantías y seguridades de que las cosas seguirán como siempre en los sectores de la economía controlados por los nuestros grandes sindicatos: en la educación, en la salud, en la electricidad y el petróleo. Dinero y statu quo: la clase política mexicana no parece conocer otras respuestas. De Estados Unidos –con todo y sus racismos y egoísmos – es posible esperar otras respuestas.

Felipe Calderón tocó una fibra sensible cuando eligió presentarse ante el electorado como “el presidente del empleo”. El riesgo que corre el –o cualquier otro que acabe llegando a la presidencia- es seguir presidiendo sobre una economía que crece a paso de hormiga, una economía que se ha revelado incapaz de transformarse para ofrecerle a los mexicanos otra cosa que empleo informal, y sobre todo, empleo en los Estados Unidos.

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