El miedo

Democracia

El miedo como estrategia de campaña. El miedo como política. El miedo como forma de gobernar. El miedo como protección. Muchos son los usos del miedo, ninguno de ellos novedoso. La historia está plagada de ejemplos de uso y maluso del miedo como instrumento del y para el poder. Detrás del uso del miedo se encuentra siempre al anhelo del poder, la defensa de un interés o de un proyecto. El uso del miedo tiene una larga historia y el que sea parte del panorama electoral actual no debería sorprender a nadie. Pero hay dos cosas inéditas: una es el uso del miedo como mecanismo de alineación política. La otra novedad, la más grave, que el miedo ha permeado tan profundamente que casi nadie se ha atrevido a denunciarlo.

En la contienda electoral podemos constatar la presencia de dos estrategias, una concentrada y otra difusa, ambas orientadas a infundir miedo entre los votantes y la población en general. La primera, la preconcebida y cuidadosamente estructurada y organizada, es inteligente, hábil y, hasta ahora, sumamente exitosa. La otra, fundamentalmente reactiva, es difusa, tiene muchos padrinos y nadie la ha organizado como campaña, aunque en el conjunto adquiera esa forma. La primera es la de AMLO: instigar miedo de que “ahí viene el coco” en forma paralela al “ya ganamos” y no hay de otra, así que todo mundo tiene que alinearse. La segunda, la que surge de preocupaciones y temores sobre un eventual triunfo electoral de AMLO, se manifiesta en conversaciones, correos electrónicos y artículos periodísticos. Independientemente del objetivo que cada lado persiga, ambas constituyen una burla a nuestra incipiente y frágil democracia.

La estrategia que diseñó el campo electoral de Andrés Manuel López Obrador es, con mucho, la más acabada e inteligente. Su probada capacidad de manipulación es pasmosa. Su efecto sobre la sociedad mexicana, desde los mexicanos más modestos hasta los más encumbrados, es impactante. El ingenio y creatividad que yace en el corazón de la concepción estratégica es encomiable y ojalá hubiese sido puesto al servicio de una mejor causa. Pero su objetivo es uno y sólo uno: manipular a la población, descalificar cualquier oposición, imponer una visión del mundo y, al mismo tiempo, crear la sensación de que no hay de otra: se trata de un fait accompli. El poder por el poder, a cualquier precio.

Esa campaña de miedo ha tenido el efecto deseado. De hecho, de no haber sido por el cambio reciente en la tendencia de las encuestas, la estrategia habría sido perfecta y, por lo tanto, un éxito rotundo: arribar a la Semana Santa con muchos puntos de ventaja, una oposición opacada y la expectativa de que el “puente” Semana Santa-campeonato de fútbol pasara con rapidez y sin alterar las preferencias de los votantes. Hoy que se comienzan a apilar encuestas que muestran un posible cambio de tendencia, y que anticipan la reñida contienda que es inherente a una democracia que se respete, es necesario echar una nueva mirada a este proceso, así como a los efectos de la estrategia del miedo que fue empleada.

Si uno quiere medir el impacto de la estrategia del miedo no tiene más que observar dos circunstancias. Una, quizá la más impactante, ha sido la forma en que se fueron alineando toda clase de grupos e intereses. La otra es la emergencia de un credo casi religioso tanto en la bondad del candidato como en la perfidia de los demás. Independientemente de sus preferencias o temores, el alineamiento con la campaña de AMLO ha sido espectacular, igual por parte de sindicatos que de empresarios, intelectuales y periodistas, políticos y medios de comunicación. El miedo no anda en burro reza el dicho y el miedo ha sido tan contagioso que ha llevado a respuestas inusitadas: desde el alineamiento hasta la tolerancia infinita. Si en algo ha sido excepcional esta campaña es en que AMLO ha podido decir barbaridad y media sobre lo que se propone hacer, sobre el presidente, sobre los otros candidatos y sobre quienes dudan de su enfoque, sin que nadie se atreva a ponerlo en evidencia. Pocas dudas caben que, buena o mala, el celo con que Televisa impuso la nueva ley en materia de medios tenía todo que ver con el temor y poco con el diseño futuro de la industria.

No menos extraordinario ha sido la aparición de legiones de “creyentes” dispuestos a denostar cualquier desviación, atacar cualquier crítica, destruir cualquier oposición. Poseedores de la verdad absoluta, estas legiones han recurrido a fuerzas de choque, negado el derecho de pensar diferente y cancelar toda avenida de disenso. En otras palabras, exactamente la tolerancia que uno espera y asocia con la democracia.

En su estudio sobre este tipo de fenómenos, Eric Hoffer (El Verdadero Creyente) apunta que “una vez poseído de la fe, todo el resto entra en acción”. Para Hoffer, un creyente es aquel que “está en posesión de la verdad única y nunca niega su propia rectitud y probidad; siente que uno está apoyado por una fuerza misteriosa, sea ésta Dios, el destino o las leyes de la historia; está convencido de que su oposición es la encarnación del mal y tiene que ser aplastada; se regocija en la auto negación y la devoción hacia la misión. Todas éstas son cualidades admirables para la acción decidida y despiadada en cualquier medio”. El cuadro se completa cuando a los creyentes se les agrega una estrategia para manipularlos y una fuerza de choque para que su devoción no se quede en mera filosofía. Y por ahí vamos.

Esta contienda apenas está comenzando: hasta ahora, más que contienda, parecía aplanadora. La estrategia del miedo sirvió para negar la posibilidad de una contienda, para anular la competencia y para imponer una candidatura, una forma única de pensar. Fue tal el abuso y los excesos de que vino asociada la estrategia que cayó por su propio peso y eso es lo que ahora comienzan a revelar las encuestas. De aquí en adelante, la contienda puede adquirir muchas formas y el resultado ser el que anticipaban las encuestas anteriores o cualquier otro. Pero el voto que resulte habrá sido producto de una competencia en la que todos los contendientes gozaron de la misma legitimidad y en la que se debatieron ideas y programas, no la visión monopólica y consumada de una sola de las partes. Si de aquí al 2 de julio se da esa contienda, la democracia mexicana habrá dado un paso adelante. En ausencia de una competencia real, la democracia quedará herida, potencialmente de muerte.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.