Estancado y sin salida

Transporte

Circula insistentemente la noción de que el país se encuentra estancado y que no tiene salidas, que los problemas son abrumadores, que la única solución es cambiar “el modelo”, abandonar las estrategias de desarrollo que se comenzaron a instrumentar a mediados de los ochenta y regresar a una política económica “nacionalista”. La realidad es que los problemas son bastante obvios para todo aquel que los quiera ver y que la única frontera real es nuestra indisposición a enfrentarlos. Es decir, los problemas no son técnicos ni estrictamente políticos, sino de organización y de disposición a enfrentar intereses creados en diversos ámbitos. En otras palabras, no sólo hay salidas, sino que están al alcance de nuestras posibilidades. La pregunta es si tendremos la capacidad de actuar en consecuencia.

1. Nuestro problema central reside en una transición económica inconclusa. A lo largo de las últimas dos décadas se adoptaron medidas de política económica que alteraron la estructura de la economía mexicana, pero no lo hicieron de una manera integral. Es decir, se emprendieron diversos cambios en la manera en que estaba organizada la economía del país, pero no se transformaron las formas de hacer las cosas ni los criterios con que se toman las decisiones. Por ejemplo, se introdujeron mecanismos de mercado a través de la liberalización de las importaciones, pero no se liberalizó la competencia interna en servicios (como banca y comunicaciones), ni se sujetaron a la competencia sectores clave y fundamentales para el desarrollo como la energía y el gas. Al mismo tiempo, se pretendió que las nuevas formas de organización económica (a través de mecanismos de mercado) podían funcionar con las mismas instituciones políticas, es decir, con un gobierno autoritario, una burocracia abusiva y despótica y, en general, sin Estado de derecho. En palabras de un observador extranjero, se adoptó el hardware de la economía de mercado (la liberalización de importaciones, la eliminación de controles de precios y la disminución del peso del gasto público en la economía en general), sin adoptar el software que la hiciera funcionar (Estado de derecho, un sistema judicial eficiente y efectivo, seguridad pública, derechos de propiedad y mecanismos efectivos para hacer cumplir los contratos).

2. Los problemas específicos que enfrenta la economía del país se derivan de lo anterior. Por algunos años, la economía creció gracias a dos circunstancias que ahora se han agotado: una fue el impulso que introdujo la inversión privada, nacional y extranjera, que fluyó de manera impresionante al inicio de los noventa, sobre todo ante la expectativa de que las nuevas medidas de política económica, las privatizaciones y el TLC norteamericano se traducirían en un ritmo de crecimiento elevado e imparable. La otra fue el impresionante dinamismo de la economía norteamericana que atrajo exportaciones mexicanas de una manera casi incontenible. Ahora ha quedado claro que las reformas de los tempranos noventa, aunque necesarias, fueron insuficientes para consolidar los cimientos de una economía capaz de crecer en el largo plazo. Completar las reformas que no se hicieron o se hicieron a medias, en lugar de intentar encontrar nuevas panaceas en donde no las hay, es un imperativo que no se puede postergar más.

3. En sentido contrario a lo que se da por hecho, la economía norteamericana ha estado creciendo de manera significativa en el último año y medio; sin embargo, su crecimiento se ha dado en sectores en los cuales México tiene pocas ventajas comparativas o hacia los que no se ha enfocado (como alta tecnología y la industria de defensa). Además, la mayor parte de su crecimiento está consumiendo capacidad instalada ya existente en ese país; tarde o temprano comenzará a atraer exportaciones mexicanas, siempre y cuando nuestra planta productiva sea capaz de adaptarse a las cambiantes condiciones de la economía mundial y de agregar valor de una manera competitiva.

4. No cabe la menor duda de que China nos ha quitado una parte importante del mercado de exportaciones, sobre todo aquél que depende estrictamente del costo de la mano de obra. Por una década, nosotros dominamos las exportaciones de bienes cuya competitividad dependía enteramente de salarios bajos, esencialmente porque no hicimos nada para que se pudiera agregar más valor a la producción mexicana. Para hacerlo era necesario elevar nuestra productividad y eso requeriría dos cosas: hacer competitiva al conjunto de la economía (no sólo la planta manufacturera, sino los servicios, la energía y el entorno institucional y político para que los mercados pudieran funcionar de manera integral) y transformar a la mano de obra mexicana mediante una revolución educativa de altos vuelos, misma que permitiera a los trabajadores mexicanos competir no por el costo de su mano de obra, sino por sus conocimientos y capacidad de producir más con menos recursos.

5. Hoy, nuestra única ventaja competitiva relevante se reduce a un factor geográfico: nuestra cercanía con el principal mercado del mundo. Nuestra capacidad de competir se ha reducido a aquellos bienes en que la oportunidad y el tiempo son vitales (como la moda en la industria del vestido y el calzado) o donde el tamaño o peso de los bienes hace incosteable su transporte desde Asia. Pudiendo competir en industrias de alto valor agregado (como el software, en el que un país como India es una potencia), competimos por salarios, o sea, por la pobreza de la mano de obra mexicana.

6. En lugar de concebir a las reformas del inicio de los noventa como el principio de un proceso de cambio, modernización y transformación del país, se les consideró como un fin en sí mismo. Esto explica por qué, una vez instrumentado el TLC, el país se estancó en materia de reformas: no se ha hecho nada en el ámbito de la educación, la tecnología, la energía o la infraestructura. O sea, se forzó a la industria manufacturera a competir sin los instrumentos para hacerlo de manera exitosa. Hoy en día estamos sufriendo las consecuencias de una estrategia de reforma insuficiente e incompleta. Lo que procede es acelerar el paso de reforma, no detenerlo y menos pretender que existen alternativas cuando en realidad no las hay.

7. La ironía de todo lo anterior es que, más allá de la cercanía con el mercado norteamericano, la única ventaja que no es natural y con la que el país sí cuenta en la actualidad es una que muchos empresarios y no pocos políticos atacan: la estabilidad financiera y fiscal. En contraste con innumerables países similares al nuestro, México goza de una estabilidad excepcional. Sin embargo, la discusión pública respecto a la economía sugiere que, luego años de crisis, hiperinflación y estancamiento en los setenta y ochenta, todavía no se aprende la lección de que un gasto público elevado y deficitario no sólo no resuelve los problemas, sino que es una de sus principales causas. De no contar con la estabilidad fiscal que hoy nos caracteriza, el PIB estaría cayendo, como ocurre en tantas otras latitudes del mundo: observemos a Venezuela, Argentina y Filipinas como muestra de lo obvio.

8. Sin el impulso al crecimiento proveniente de la economía norteamericana, el estancamiento que hoy padecemos sólo puede ser resuelto con medidas de política interna. Hay sectores de la economía que ofrecen un enorme potencial para el desarrollo y que, sin embargo, han sido abandonados e ignorados por un sistema político que se resiste a ver lo obvio. Por ejemplo, hablamos del petróleo y de la electricidad como sectores “estratégicos”, pero nos negamos a convertirlos en pilares del desarrollo. Siendo estratégicos, deberían crearse las condiciones para que ahí se concentren recursos e inversiones que, a su vez, saquen de su letargo a industrias como la siderúrgica y de la construcción, por hablar sólo de dos casos con enorme potencial de creación de empleos. Un buen marco regulatorio permitiría atraer inversión privada y elevar la productividad, todo ello dentro de un estricto control soberano. Quien no quiera ver esta obviedad está aceptando los mitos que mantienen bajo la pobreza a millones de mexicanos y/o protegiendo los intereses de sindicatos y políticos que se benefician del statu quo.

9. La falta de instituciones sólidas y confiables (como derechos de propiedad, mecanismos de resolución de disputas, seguridad para las personas y la propiedad y, en general, un Estado de derecho) crea dos vicios muy nuestros: uno es una dependencia excesiva en la persona del presidente; y el otro es la reticencia a invertir con un horizonte de largo plazo. El TLC se concibió, al menos en parte, como un mecanismo para atajar estas deficiencias; sin embargo la insistente discusión en torno a la idea de revisar, reabrir o renegociar el TLC no hace sino erosionar su fortaleza institucional: ¿quién en su sano juicio invertiría con un horizonte de largo plazo al amparo del TLC cuando todo mundo parece creer que los problemas del país se resuelven renegociándolo? La debilidad de nuestras instituciones es quizá el rasgo más preocupante y dominante del México actual.

10. Nuestros problemas no sólo tienen solución, sino que ésta se encuentra a nuestro alcance. Sin embargo, para atender la problemática que aqueja al país se requiere de disposición para enfrentar intereses profundamente arraigados que ponen freno al progreso de la nación. La corrupción, los intereses creados y la creencia generalizada en las soluciones burocráticas no hacen sino mermar el potencial de crecimiento de la economía y desarrollo del país. Es urgente una reforma política que permita que los poderes ejecutivo y legislativo tomen decisiones de una manera efectiva, es decir, dentro de un contexto de pesos y contrapesos. En la actualidad, el Congreso se rehúsa a actuar y el presidente carece de los instrumentos para negociar. Tenemos pesos, pero no contrapesos. Si queremos construir un país moderno, debemos adoptar el software de una economía moderna, cuyas características son evidentes a todas luces. De lo contrario, podemos seguir pretendiendo que el país está estancado por causas artificiales y que no existen soluciones razonables y asequibles.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.