MARIE CURIE, LA CIENTIFICA GANADORA DEL PREMIO NOBEL, EN ALGUNA ocasión afirmó que “uno nunca se percata de lo que se ha hecho, uno sólo puede ver lo que falta por hacerse”. Esa es, en cierta forma, la maldición de los políticos, no importa qué hagan y menos en esta era de expectativas exacerbadas.
La población no reconoce lo realizado y siempre reclama lo que falta o lo que otros ya tienen. Se trata de un círculo que con mucha facilidad se torna vicioso, razón por la cual es mucho más fácil (de hecho, inevitable) actuar cuando hay una crisis, en tanto que lo típico, cuando las cosas marchan bien, es evitar correr riesgos.
Las crisis obligan a actuar simplemente porque el deterioro es inmediato, sobre todo cuando se trata de crisis cambiarias como las que nos tocó vivir hace algunas décadas. Los precios se disparaban en cuestión de horas, las tasas de interés subían, las empresas despedían personal y los consumidores corrían a comprar lo posible, antes de que los precios subieran. Para un gobierno en esa situación hay de dos: actúa o actúa.
Lo anterior no quiere decir que sus respuestas siempre sean las idóneas, en el último medio siglo (o más), Argentina ha sido el perfecto ejemplo de un país que se rehúsa a actuar, pero su caso es un tanto excepcional porque se trata de un país cuya población no crece y el país es superavitario en producción de alimentos. Ésa combinación ha permitido toda clase de tropelías e irresponsabilidades.
Los gobiernos mexicanos no han tenido semejante opción. Cuando las crisis se presentaron, el gobierno tuvo que actuar. En cierta forma, los mexicanos hemos sido muy privilegiados por el hecho de que los gobiernos que enfrentaron las crisis financieras de las décadas de 1970 a 1990 lo hicieron de manera directa y sin miramientos.
Claramente, los gobiernos tenían alternativa, pero lo que es factual es que en cada ocasión fueron los técnicos quienes tomaron las riendas del proceso, aunque después las tuvieran que ceder. El problema en esto último: el país revolvió sus crisis y, por casi 20 años, ha logrado evitar una más, pero eso no quiere decir que haya logrado construir una plataforma propicia para el crecimiento sostenido de la economía, ni mucho menos para la construcción de un país moderno, civilizado y desarrollado.
El problema de México es que se ha quedado a la mitad del río. Se han llevado a cabo innumerables reformas políticas, pero estamos lejos de consolidar un sistema político del que los actores clave (por ejemplo los partidos políticos) estén satisfechos y le concedan legitimidad sin disputas, ni mucho menos uno en el que los políticos le respondan al ciudadano. En la economía conviven dos mundos contradictorios, uno tan exitoso y competitivo como el mejor del mundo, otro que con dificultad se diferencia de los países más retrógradas del tercer mundo.
El Poder Judicial se encuentra atorado en una reforma, que es rechazada por la mayor parte de quienes son sus actores principales y aparentemente no hay nadie dispuesto a conducirla a buen puerto. Las policías del país, con pequeñas excepciones, son inadecuadas, por decir lo menos, para el tipo de reto que enfrenta el país en el ámbito de la criminalidad. En el ámbito social, el país exhibe una desigualdad que hace imposible pretender que nos acercamos al mundo del desarrollo.
“LO QUE MÁS SE NECESITA ES UNA VISIÓN DE DESARROLLO QUE HAGA POSIBLE EMPATAR LAS MEDIDAS QUE SE ADOPTAN HOY CON LOS OBJETIVOS A LOS QUE LOS MEXICANOS ASPIRAMOS LOGRAR MAÑANA”.
Mi punto en todo esto no es decir que todo está mal o que no ha habido progreso alguno, sino que es indispensable reconocer el tamaño del reto, pero sobre todo su naturaleza. El país de hoy en muy poco se asemeja al que vivíamos hace algunas décadas: aunque estamos lejos de haber alcanzado el desarrollo, el México de hoy ya no es el país pobre de antaño.
Por supuesto que se requieren reformas que hagan posible el crecimiento acelerado de la economía, pero lo que más se necesita es una visión de desarrollo que haga posible empatar las medidas que se adoptan hoy, con los objetivos a los que los mexicanos aspiramos lograr mañana. Es decir, el verdadero reto no es de una reforma aquí y otra allá, sino de una claridad de visión y de liderazgo, susceptibles de conducir el proceso para hacerla realidad.
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