Alemania está de moda. No sólo porque el país hizo un plan que lo llevó recientemente a ser campeón del mundo en futbol, sino porque hoy es, también, campeón en productividad.
La relevancia del caso alemán para México es enorme. Al igual que nosotros, el motor de su economía son las exportaciones manufactureras. Pero, a diferencia de nosotros, Alemania logró aumentar consistentemente su productividad durante los últimos 20 años. Entre 1991 y 2011 su productividad laboral aumentó cerca de 30 por ciento mientras que sus horas trabajadas disminuyeron en 9 por ciento.
Y aunque no hay recetas únicas sí hay algunos puntos de contraste interesantes con nosotros.
Desde hace quizás más de un siglo, los alemanes optaron por una vinculación fuerte entre su industria y sus escuelas. Como resultado, además de ser fuertes en ingeniería e invertir en innovación, tienen tal vez el caso más notable de “escuela-empresa”, que forma una enormidad de técnicos que están actualizados y tienen empleo casi garantizado al finalizar sus estudios, pues las clases transcurren dentro de las empresas y fábricas, bajo planes de estudio diseñados conjuntamente con los empleadores. Entre economías similares a la suya, Alemania tiene una de las tasas de desempleo juveniles más bajas.
En México, a pesar de varios esfuerzos que se están llevando a cabo en esta dirección –como el más reciente, donde la COPARMEX y la SEP están comenzando a implementar el modelo de enseñanza técnica alemana–,la vinculación entre empresas e instituciones de enseñanza superior sigue siendo casi inexistente y, cuando ocurre, se reduce generalmente a la colocación de ofertas de empleo en las bolsas de trabajo universitarias.
El éxito del caso alemán refuerza otro punto que ya sabemos: las empresas micro no son productivas. Alemania es famosa por sus empresas medianas, mientras que otros países, como Corea del Sur, se caracterizan por sus empresas grandes. Ambos caminos funcionan. Pero aún no hay, ni habrá, un país que logre aumentar su productividad a través de las micro empresas –los changarros-, aquellas que pululan en México y que ni siquiera hemos logrado formalizar fiscalmente.
Otro punto es que, en el caso alemán, los sindicatos no son villanos de la productividad. Cuando Alemania salió de la Segunda Guerra Mundial hubo una alianza entre sindicatos y grandes empresas que resultó en un modelo donde existen representantes de los sindicatos en los consejos de administración de las empresas. Y, aunque podría sonar como un atentado a la productividad -porque productividad con frecuencia es sinónimo de menos empleo-, muchos estudios prueban que no ha sido así. Por el contrario, factores como la capacitación de la mano de obra e incluso el establecimiento de topes salariales ha sido el efecto de que haya, en Alemania, líderes sindicales buscando que las empresas sean más exitosas en el mediano y largo plazo.
En cuanto al contexto, allá todo está diseñado para que las empresas puedan ser productivas, desde el sistema de carreteras hasta la certidumbre en las reglas del juego y el sistema de justicia.
Por último, el caso alemán nos deja una gran lección: planear, planear y planear. En México, por ejemplo, tener acceso a energía más barata permitiría una mayor integración en la industria automotriz porque se podrían producir insumos como acero y plástico, que hoy conviene importar porque son intensivos en energía. Pero este es un dato que pocos funcionarios y legisladores saben y por lo tanto nunca lo escuchamos los ciudadanos al hablar de reforma energética. Y así, cada reforma sigue siendo vista de forma aislada. Seguimos sin tener una narrativa de país basada en la productividad y el valor agregado.
En las Olimpiadas de Londres 2012, México ganó en futbol porque los jugadores llevaban años jugando juntos como equipo. No fue causa del azar. Si queremos ganar el juego de la productividad en cinco, diez o quince años tenemos que construir el plan hoy y, como equipo, empezar avanzar en la misma dirección. La alternativa ya la conocemos.
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