La espectacular derrota lopezobradorista en la batalla de Paseo de la Reforma terminó con un par de actos que permitieron a los perredistas salvar cara: obligar a Vicente Fox a dar el Grito en Dolores y ungir a Andrés Manuel López Obrador como “presidente legitimo” por la vía de la aclamación en un Zócalo repleto. Ambas fueron victorias pírricas del Peje. Ceder en la ceremonia del Grito dio a Fox un tinte de estadista que ha sido poco frecuente verle. La Convención y su presidente por aclamación, sellaron el cariz antidemocrático del movimiento lopezobradorista. No hay duda de que el lopezobradorismo persistirá a pesar de las derrotas y los errores: representa muchas cosas, es vía de expresión de múltiples agravios. Pero las reglas básicas de la aritmética política se imponen: las derrotas debilitan, los errores cuestan.
En la misma ceremonia en la que López Obrador se ungió como presidente, el perredista también estableció la agenda de su movimiento. Partes de esa agenda son comunes a la agenda del Estado mexicano, como combatir la pobreza y la corrupción. Otras partes de la agenda representan un clara oposición a las reformas estructurales en sectores como la seguridad social y el sector energético. Obrador lo dijo enfáticamente: “¿Creen acaso que, ahora sí, nada les impedirá quedarse con el gas, la industria eléctrica y el petróleo? Se equivocan. No pasarán.”
Para muchos analistas, la decidida oposición lopezobradorista a las reformas sellará la suerte del gobierno de Felipe Calderón y lo condenará al fracaso. Paradójicamente, si se aprovecha correctamente esa oposición puede ser el elemento faltante que de viabilidad a las reformas.
Hoy AMLO puede regalarle al futuro gobierno de Felipe Calderón la posibilidad de aprobar reformas estructurales, de la misma manera en que Cárdenas le dio esa posibilidad al gobierno de Carlos Salinas. Las reformas del sexenio salinista son inexplicables sin la existencia de una fuerte oposición cardenista en las calles, aliada con varios de los grupos de interés potencialmente afectados por las reformas. Aunque suene paradójico, Salinas no se explica sin Cárdenas; y sus reformas hubieran sido imposibles sin la fuerte oposición cardenista. A muchos de lo que acabaron siendo sus aliados Salinas podía decir: “Si no me apoyan, los dejo a ustedes y al país en manos de los cardenistas.” Para muchos de ellos la decisión no era difícil, el apoyo a Salinas era el apoyo del miedo al otro. Además, Salinas podía justificar muchas de su más duras acciones diciendo: “Es justo afectar al sindicato petrolero, porque es el aliado de mi enemigo jurado, aliado de quien no se detendrá hasta destruirme a mi y al Estado.” En algunos sentidos, la situación de Calderón en el 2006 no es tan diferente a la de Salinas en 1988. Si acaso la oposición lopezobradorista suena más decidida y radical que la que encabezó Cárdenas, y mete más miedo en México y en el extranjero. Por ello seguramente habrá (como ya hubo) muchos más grupos nacionales y extranjeros dispuestos a apoyar a Calderón con tal de disminuir el riesgo de la eventual llegada de un AMLO vengativo. Además, los aliados del perredista son justamente los sindicatos que tienen que ser afectados por una reforma de pensiones o una reforma del sector eléctrico. Cualquier enfrentamiento con esos sindicatos será visto como justificado no sólo en términos de la eficiencia económica, sino de la racionalidad política y de la supervivencia del Estado. Salinas tuvo a Cárdenas, y lo aprovechó al máximo. Calderón tiene a alguien potencialmente mejor: mete más miedo, suena más antidemocrático, esta aliado a intereses más opuestos a las reformas. Habrá que ver si su gobierno es capaz de sacarle tanto provecho a un opositor tan conveniente.
El camino de las reformas exitosas nunca ha sido un camino sin obstáculos. En cierto sentido, las reformas exitosas parecieran necesitar un fuerte ingrediente de oposición para ser emprendidas seriamente, para que la crítica depure sus contenidos, para que la coalición reformista se conforme y se mantenga unida. Sería maravilloso reformar sin oposición. Pero así no funciona. La oposición es inevitable y también necesaria. Aunque se necesite mucha habilidad para aprovecharla.
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