Good night, and good luck es una gran película. Es sobre el poder, los medios de comunicación, la TV y la libertad de expresión en Estados Unidos. Es una historia sobre los derechos civiles y las batallas de día tras día, para que una democracia se perfeccione, sea viable y, en la medida de lo posible, irreversible. El título es la fórmula con la que despedía su programa de TV el periodista Edward R. Murrow (protagonizado por David Strathairn) en la CBS. La trama se centra en el histórico enfrentamiento entre el periodista de televisión y el senador Joseph McCarthy, presidente del Comité de Actividades Antinorteamericanas del Senado en la década de los 50. Es un filme de gran calidad, en blanco y negro, que combina grabaciones originales de esos años, con actuaciones dentro de una gran ambientación, y con la espléndida música de Dianne Reeves, que crea una sucesión de imágenes muy bien lograda, que realmente logra engañar al espectador. McCarthy se convierte en un actor, al servicio de la dirección de George Clooney, que además, produce, actúa y comparte papeles protagónicos con David Strathairn, Patricia Clarkson, Jeff Daniels, Robert Downey Jr. y Frank Langella.
Es una gran cinta. Pero, sobre todo, una gran lección de democracia. Se aborda, con extraordinaria calidad, una batalla emblemática de la democracia de EU. El conductor de TV Edward R. Murrow (1908-1965), uno de los hombres que mayor respeto cosecharon en el periodismo radiofónico de la Segunda Guerra Mundial y pionero de la TV de EU, se enfrenta y busca desenmascarar al paradigmático e intolerante republicano McCarthy (1907-1957), quien se había convertido en un auténtico “cazacomunistas”, sembrando el miedo en importantes sectores de la sociedad de EU.
La arbitrariedad y los excesos del poderoso senador habían llevado a comparecer ante su Comité, a burócratas, intelectuales, políticos, periodistas, artistas y actores y, en su soberbia, intentó investigar a Harry S. Truman. Cualquier ciudadano podía padecer desprestigio y escarnio, si McCarthy encontraba la menor evidencia que pudiera vincular a la víctima con algo que pudiera interpretarse como “comunista” y pusiera en “riesgo la seguridad” del país. Aquel oscuro episodio de intolerancia y persecución de la política de EU dio lugar al término “macartismo”, hoy parte de los diccionarios de ciencia política, como sinónimo de anticomunismo demencial, de persecución, y de maniqueísmo político. Murrow es un periodista de TV, con prestigio e ideales, que enfrenta las presiones de los patrocinadores y de los dueños de la CBS y decide desenmascarar y enfrentar la actitud alarmista e irracional de McCarthy.
Lo investiga, lo denuncia y articula una batalla política que lo lleva a protagonizar momentos de gran tensión. En la película, hay un momento estelar, cuando Murrow (David Strathairn) tiene la estatura de enfrentarse a William S. Paley (Frank Langella), director de CBS, que le anuncia los peligros de denunciar a McCarthy, y el riesgo de perder a los patrocinadores más importantes. Murrow enfrenta todo por la libertad y la dignidad de los medios y de la TV.
En ese momento, entiende uno el significado de democracia y de ciudadanía. La rebeldía y la libertad de un medio de comunicación y la actitud de un comunicador frente al poder. Es una escena de dignidad. Pero, sobre todo, aprende uno que la calidad de una democracia se mide a partir de las pequeñas grandes epopeyas que son capaces de librar cada uno de sus ciudadanos. McCarthy al final es derrotado. Termina compareciendo ante el Senado, que logra desenmascarar sus excesos y sus mentiras.
Pero el tema central para la reflexión política es la libertad en los medios de comunicación electrónicos y en particular en la TV, que se defiende a partir de su ejercicio. Es una trama de ficción, de abrumadora cercanía. Es cine, pero contrapunto para el análisis político. Es EU, mas también México. Es corolario de nuestros días y epígrafe de los tiempos por venir. Debemos entender la lección: la democracia moderna necesita medios de comunicación libres. Aunque el Estado conserva la división de poderes, como la fórmula clásica y fundamental para controlar y contener al poder. No es suficiente. Más allá de la fórmula de Montesquieu, el gran contrapeso del poder en las democracias contemporáneas está en los medios. En la denuncia seria, profesional, responsable, informada, cuyo soporte es la competencia, la transparencia de la información, la seguridad de los periodistas y el derecho a la libertad de expresión.
La democracia descansa en la crítica. Los medios hoy, son el equilibrio y el contrapeso del poder político y del económico. Se cometen excesos, sí, pero el mayor que puede cometer un medio es apatía, complicidad, comodidad y el no ejercicio valiente de la libertad de expresión. Es una buena película. Hay que verla. Para hacer crítica de cine, pero sobre todo, para hacer crítica política. Es una denuncia, sin nombres. Es una denuncia con muchos nombres.
Buenas noches, y buena suerte.
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