Cambio de realidad

Migración

La realidad y perspectivas de la economía mexicana cambiaron el pasado 11 de septiembre, en paralelo con la economía mundial. A partir de ese momento, el futuro económico del país depende tanto de nuestra habilidad y disposición para reformar a la economía mexicana, como de nuestra capacidad para adaptarnos a las nuevas realidades geopolíticas que nos determinan. Muchos preferirían adoptar un camino distinto, pero la realidad se ha impuesto y esa acota nuestras opciones. Nuestro futuro va a depender de la velocidad y determinación con que comprendamos la nueva realidad y actuemos en consecuencia.

Nadie puede dudar de la profundidad del cambio. Para cuando se dieron los atentados terroristas en Estados Unidos, nuestra economía ya venía experimentando un proceso recesivo de varios meses que ahora se verá acentuado por la propia dinámica de la economía estadounidense. Según los gurus económicos, la recuperación de la economía norteamericana comenzará a sentirse hasta mediados del año próximo aunque también se prevé que ésta será ahora más vigorosa. De cualquier forma, ese retraso va a impactar negativamente a nuestra economía.

La pregunta importante para México es qué hacer al respecto. Muchos políticos y observadores han avanzado una vieja idea: incrementar el gasto público y proceder a desvincularnos de la economía norteamericana. Su razonamiento es articulado y en cierta forma lógico, pero totalmente carente de realismo histórico, económico y político. Para comenzar, la noción de que, a estas alturas de la historia del mundo, una nación puede actuar de manera independiente del resto es absurda por los costos que entraña: aislarnos implicaría sacrificar a los sectores más modernos de la economía y el distanciamiento de la inversión privada al cerrar la llave a las importaciones. La propuesta de incrementar el gasto público es igualmente arriesgada. Buena parte del debate público sobre temas económicos en el país gira en torno a la idea keynesiana de que una política fiscal contracíclica puede atajar una recesión y contribuir a la recuperación. Sin embargo, a quienes avanzan esta idea se les olvida que para que lo anterior tenga efecto es necesario que exista capacidad instalada ociosa y, más importante, que un mayor gasto no ahuyente la inversión. Desafortunadamente ninguna de las dos condiciones se cumple en la actualidad.

Aunque sin duda un estímulo fiscal (gasto e inversión públicas) puede contribuir a reactivar la actividad económica, ese estímulo correría a cargo de un mayor déficit y endeudamiento, lo que acabaría siendo penalizando severamente por los mercados financieros (como ilustra el intento del gobierno en 1982 de cerrar la economía y lanzar una política fiscal agresiva). Desde luego, esta apreciación podría cambiar de modificarse la política fiscal estadounidense, pieza clave del rompecabezas económico mexicano. Felipe González, el expresidente español, solía decir que su soberanía monetaria era absoluta, pero por dos o tres minutos: el tiempo que tardaba el Banco de España en ajustar las tasas de interés a los cambios realizados por el Bundesbank. Las interconexiones entre las economías y sistemas financieros son tan estrechas que cualquier estímulo que el gobierno mexicano intentara realizar de manera unilateral desencadenaría de inmediato una crisis financiera. De hecho, en estos meses hemos logrado mantener la estabilidad gracias a que el gobierno ha ejercido un estricto control monetario y fiscal. Lo increíble es que, luego de una historia de brutales crisis financieras, la propensión natural de nuestros políticos sea a promover una más.

Lo mismo se puede decir de la noción de desvincularnos de la economía norteamericana o, lo que es lo mismo, de la economía global. Países mucho más grandes que México, como China y Rusia, llevan años preparándose para integrarse a la economía mundial y creando las condiciones para que esa integración resulte exitosa. De hecho, hace sólo unos cuantos días –luego de veinte años- China se incorporó finalmente a la Organización Mundial de Comercio. Además, hay decenas de países alrededor del mundo, comenzando por muchos al sur del continente, que darían cualquier cosa por tener el acceso privilegiado con que cuenta México a la economía norteamericana a través del TLC. El punto es que pretender alejarnos de la economía norteamericana constituiría un virtual suicidio económico con consecuencias económicas, políticas y sociales insospechadas. La propuesta de elevar el gasto público, o de aislarnos en términos económicos del resto del mundo, es estrictamente política e ideológica porque nada bueno podría salir de ella en términos económicos.

Si no es posible ni razonable seguir el curso de acción que hubiera parecido natural hace décadas, como lanzar un fuerte estímulo fiscal, ¿cuáles son nuestras opciones en este momento? En realidad, la única alternativa que el país tiene frente a sí es prepararse para que, tan pronto comience la reactivación en el resto del mundo, la economía mexicana se beneficie de inmediato. Lo imperativo, entonces, es realizar todos los cambios y reformas que son necesarios para que eso pueda suceder. Y ahí comienzan los problemas.

La realidad del mundo cambió el once de septiembre de dos maneras. Por un lado, alteró la realidad geopolítica del mundo, o al menos trajo las consideraciones geopolíticas al corazón de las decisiones en Estados Unidos y el mundo occidental. Por el otro, el ataque terrorista acentuó la recesión que ya se manifestaba y va a hacer mucho más oneroso y prolongado el proceso de recuperación. Si queremos que la economía mexicana se reactive con gran dinamismo cuando lo comience a hacer la norteamericana, tenemos que actuar en estos dos frentes.

La nueva realidad geopolítica nos obliga a concentrarnos en lo fundamental, comenzando por los graves problemas que caracterizan al país: desde la criminalidad y la falta de competencia en la economía, hasta la ausencia de Estado de derecho y la corrupción, el narcotráfico y las guerrillas, el contrabando y la evasión fiscal. Todas y cada una de estas realidades disminuye la capacidad de crecimiento de la economía mexicana, deteriora los niveles de vida y penaliza la calidad de los empleos que se generan, así como la riqueza que se crea y distribuye. Por si lo anterior no fuera suficiente, cada una de estas realidades crea problemas y tensiones en la frontera con Estados Unidos. En la nueva realidad geopolítica, esas tensiones van a ser determinantes del tipo de vecindad que lleguemos a establecer.

Para los estadounidenses, el reciente golpe terrorista entrañó un brusco despertar. Súbitamente se encontraron con que los actos terroristas no sólo se consuman en embajadas remotas o en las aguas de mares distantes, sino también en el corazón de su propio país. Su primera reacción fue la de proteger sus fronteras y exigir definiciones a sus aliados y enemigos. Dada nuestra localización geográfica, los nuevos criterios geopolíticos norteamericanos nos impactan de manera directa. Las exportaciones mexicanas se han visto severamente afectadas por la nueva lógica fronteriza: la revisiones son extensas y minuciosas. De la misma manera, los cruces de personas se han obstaculizado, lo cual sin duda también va a afectar la migración ilegal de mexicanos hacia el vecino país. Todos estos factores amenazan con profundizar la problemática económica interna y agudizar las tensiones sociales. Si las nuevas circunstancias llevan a que las empresas norteamericanas regresen a producir partes y componentes a su país por lo oneroso que resulta su importación, el efecto sobre México sería brutal. De la misma manera, si los norteamericanos “sellan” su frontera al acceso de mexicanos ilegales, el problema interno de empleo adquiriría una inédita complejidad.

En este contexto, los mexicanos tenemos dos opciones: aceptamos las nuevas circunstancias fronterizas, confiando que el tiempo las cambiará, o nos dedicamos a resolver nuestros problemas internos con el objeto de hacerlas irrelevantes. El caso de Canadá es ilustrativo: aunque el acceso de mercancías canadienses hacia Estados Unidos también se dificultó por algunos días, pronto se restableció la normalidad. Lo mismo no ha ocurrido en la frontera con México. La diferencia, aunque inconfesable, es que entre esos dos países existe un acuerdo tácito en el sentido de que Canadá cuidará sus propias fronteras, puntos de acceso y circunstancias internas de tal suerte que no constituyan una fuente de riesgo para los estadounidenses. La situación con nosotros es totalmente distinta: aunque existen relaciones por demás cordiales, es evidente que los norteamericanos perciben que nuestra frontera es porosa, que las autoridades migratorias son corruptibles, que existen fuentes permanentes de violencia y que el Estado de derecho puede ser una buena aspiración, pero todavía una distante realidad. A la luz de lo anterior es imperativo que comencemos a limpiar nuestra propia casa si es que queremos competir por la inversión extranjera, garantizar el acceso de nuestras exportaciones a nuestro principal socio comercial y, más importante, comenzar a construir una sociedad moderna, rica y desarrollada.

Es igualmente crítico acelerar el proceso de modernización económica a fin de crear condiciones propicias para el crecimiento de la economía. Para ello se requiere avanzar con seriedad la reforma fiscal propuesta, resolver problemas básicos de (ausencia) de competencia en la economía, enfrentar de lleno el problema de seguridad pública y emprender acciones contundentes en materia de electricidad. De hecho, en las nuevas circunstancias internacionales, el país tiene que comenzar a contemplar cambios mucho más profundos y trascendentes de los propuestos hasta la fecha. Un ejemplo dice más que mil palabras: para el país es crítico resolver el problema migratorio de millones de mexicanos en Estados Unidos, más los que se vayan sumando con el tiempo. Igualmente crítico es el tema de la energía (tanto el de la generación de energía eléctrica como el de la producción de gas para ese mismo propósito). Tal vez haya llegado el momento en no tengamos más opción que negociar con los Estados Unidos un acuerdo migratorio y otro en materia energética a fin de que ambos problemas se comiencen a resolver de manera conjunta. Los tiempos difíciles exigen de capacidad de decisión. Nadie puede dudar que los estamos enfrentando.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.