La crisis económica mundial que nos ha tocado vivir promete trastocar todos los parámetros y patrones de referencia que hemos conocido. Aunque realmente nadie sabe cuál será la naturaleza de los nuevos paradigmas que emerjan, sí es posible anticipar que habrá cambios importantes en sectores como el financiero, energético y automotriz. Estos ámbitos llegaron a la obsolescencia y tendrán que ser renovados de manera integral. Pero la pregunta importante es si nuestro paradigma político resistirá la presión del cambio que viene.
Nuestro sistema político ha evolucionado de una manera peculiar. Del presidencialismo que concentraba el poder y funcionaba en torno a una serie de negociaciones tras bambalinas, pasamos a un sistema que sigue concentrando el poder, pero en un número mayor de instancias. Antes, el presidente servía igual de promotor que de contrapeso frente a los excesos de terceros (como gobernadores y líderes empresariales y sindicales). Hoy el poder se dispersó hacia nuevos centros concentradores del poder, sobre todo los gobernadores, líderes partidistas y legislativos y los llamados “poderes fácticos”. La descentralización del poder ha permitido un mayor juego político y ha facilitado el fortalecimiento de la ciudadanía, al menos en el ámbito de la libertad de expresión. Al mismo tiempo, el poder sigue sumamente concentrado y ya no existen instancias de contrapeso que funcionen de manera efectiva ni responsabilidad asociada con quienes ejercen el poder y el gasto. El resultado es que el país ha dejado de ser gobernable. La transición política acabó en un sistema de gobierno disfuncional que privilegia el abuso y premia la impunidad.
El sistema político actual descentralizó el poder que antes ostentaba la presidencia, pero no lo federalizó: sigue siendo un sistema semi autoritario en sus formas de decidir y articular el poder. Esto es obvio en la ausencia de incentivos para que la ciudadanía se convierta en un eje articulador de la política, en la forma pre democrática en la que se ejerce el poder y en los vehículos que la población emplea para avanzar sus intereses: por ejemplo, manifestaciones y bloqueos de carreteras en lugar de acudir al poder judicial o presionar a su legislador respectivo. El punto es que, aunque ha habido cambios importantes en la estructura del poder, el sistema político sigue operando en buena medida bajo muchos de los parámetros del viejo régimen presidencialista. Los ciudadanos siguen ausentes.
Los cambios de paradigma en la economía que sin duda vendrán van a impactar al sistema político. La pregunta es cómo serán esos impactos y que resultados podrían dar.
Es de anticiparse, por ejemplo, que la economía que emerja de esta crisis mundial va a caracterizarse por esfuerzos y actividades desperdigados: empresas nuevas, muy dinámicas, relativamente chicas. Por supuesto, no desaparecerán las empresas grandes, pero el dinamismo surgirá de empresas, actividades y sectores que todavía no conocemos, en tanto que mucha de la planta productiva actual dejaría de tener viabilidad. De la misma forma, es probable que mucho de lo que emerja sea intensivo en tecnología, altamente eficiente en el empleo de energía y otros insumos. Pero eso sólo ocurrirá si el sistema político deja de privilegiar a algunos para darle certezas a todos: o sea, no es obvio que México pueda resultar ganador.
Si en realidad emerge un nuevo paradigma (o varios), el país, junto con el mundo, experimentará procesos de cambio que se reflejarán en la forma de nuevos centros de poder económico y nuevas actividades productivas, demanda de personal altamente calificado, sobre todo en áreas tecnológicas y de ingeniería. Estos cambios modificarán los patrones de funcionamiento de las universidades, forzarán a los gobiernos estatales y locales a responder ante demandantes cualitativamente distintos y minará bases tradicionales de poder tanto en el ámbito político como en el empresarial y sindical. En una palabra, se desatarán fuerzas extraordinariamente poderosas en todos los ámbitos y regiones del país.
Frente al cambio que viene, ¿cuál es el “arsenal” con que cuenta el sistema político para procesar las nuevas demandas y responder ante fuerzas productivas y políticas distintas, muchas hoy desconocidas, si no es que inexistentes? Una cosa que parece certera es que el sistema político mexicano sigue siendo, en buena medida, priísta. Aunque los panistas supongan que han transformado al país y los perredistas, sobre todo sus nuevos contingentes social demócratas, constituyan un cambio cualitativo respecto al viejo régimen, la realidad es que el sistema político sigue privilegiando la concentración del poder, el clientelismo y patrimonialismo. O sea, no podrá responder.
Visto desde esta perspectiva, lo que seguramente veremos en los próximos años es que comenzará a emerger una nueva plataforma de desarrollo económico que no responderá a los patrones tradicionales de comportamiento económico o político: va a ser descentralizada, no dependiente de industrias tradicionales (como el petróleo) y altamente concentrada en procesos tecnológicos complejos. Frente a esto, el sistema político actual no tiene mucho que ofrecer más que obstáculos, impedimentos e ineficiencias. Es decir, el paradigma político vigente es incompatible con el tipo de actividad productiva que seguramente se constituirá en la plataforma de crecimiento económico del futuro. En este contexto, el país corre el riesgo de quedarse atorado en un viejo paradigma sin futuro: una planta productiva obsoleta y un sistema político ingobernable.
El choque de culturas, historias y circunstancias va a cimbrar al sistema político actual. A esto se sumará el descontento de una población harta de la inseguridad, impunidad y violencia. Unos demandarán satisfactores que el sistema no puede ofrecer (como un sistema educativo capaz de soportar actividades productivas nuevas, innovadoras), en tanto que otros presionarán por satisfactores elementales como seguridad pública. Además, es posible que todo esto ocurra en presencia de un elevado desempleo y dislocación, producto de la propia crisis mundial.
El sistema político cambiará por iniciativa de los propios políticos si llegan a reconocer la urgencia de responder, o por la presión ciudadana y los cambios de paradigma que se vienen en todos los ámbitos de la vida. Dado que los políticos están pensando en reconcentrar el poder, el cambio vendrá por la presión ciudadana y por el embate de nuevas fuerzas productivas, hasta hoy en buena medida impredecibles. Cualquiera que sea la dinámica del cambio que viene, éste va a ser explosivo.
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