El reportaje del domingo pasado en el diario The New York Times que trata sobre los millones que gastó Walmart en sobornos para su expansión en México no sorprende a nadie. Pero, por muchas razones, ha causado reacciones interesantes y dado pie a las siguientes reflexiones. Veamos.
Todas las trasnacionales se enfrentan y se seguirán enfrentando a un dilema: ¿Seguir las reglas de su país de origen y/o códigos de ética globales, aunque esto entorpezca su capacidad de expansión internacional, o adoptar el modus operandi local, con el riesgo de ser sancionados? En el caso de Walmart, el Departamento de Justicia de los Estados Unidos lleva una investigación de oficio por prácticas corruptas, mientras que en México no se está llevando a cabo ninguna investigación, pues falta una denuncia, y difícilmente nos podemos imaginar la construcción de una tienda sin sobornos a las autoridades.
Es interesante que se utilice la velocidad como escusa. En la nota de The New York Times se comenta que los sobornos fueron utilizados para lograr una rápida expansión de Walmart en todo el país. No dudo que las autoridades, al pedir un soborno, pongan de pretexto el tiempo. Sin embargo, un proceso lento tampoco está exento de corrupción. En el País se requieren sobornos simplemente para avanzar, independientemente de la velocidad.
Walmart es el blanco perfecto pero hay otros casos de corrupción. Por poner sólo un par de ejemplos, Tyson Foods, que experta pollos a México, y Siemens, la empresa de ingeniería más grande de Europa, han sido sancionadas por prácticas corruptas en México.
Hay ventajas de que sea una empresa pública. Lo que lleva a Walmart a tomar medidas drásticas ante el escándalo, entre ellas la designación de un “zar” anti-corrupción, es su naturaleza pública y la caída en el valor de su acción. ¿Habría reaccionado igual la empresa si fuese privada? Probablemente no. En ese sentido, si bien se critica mucho la búsqueda de ganancias a corto plazo por parte de las empresas públicas, queda claro el aspecto positivo de la rendición de cuentas a los inversionistas, reguladores y la sociedad.
En México la energía de quienes abogan por el “bienestar” se va a las causas equivocadas. Intelectuales y activistas reaccionaron cuando se construyó un Walmart cerca de Teotihuacan. El tono era que se estaba violando la soberanía nacional porque desde la pirámide uno no podía evitar ver aquella tienda, símbolo del capitalismo a ultranza. Sin embargo, no recuerdo a nadie que, a raíz de eso, haya enfocado su lucha en combatir los sobornos que se otorgan para poder conseguir permisos de construcción, no sólo en Teotihuacán, sino en todo México.
El costo de la corrupción es enorme pero hay pocos incentivos a corregirlo. México pierde millones de pesos y oportunidades de empleo cada segundo como resultado de la incertidumbre que existe en torno a invertir en el País. Pero nadie se siente personalmente agraviado por esto. Pedimos agua, seguridad, precios bajos, etc. pero pocos exigimos a los políticos transparencia, rendición de cuentas y honestidad. Quizás en este proceso electoral, sobre todo en las elecciones que tendremos para gobernador y presidentes municipales, más mexicanos podamos poner la lupa sobre este vital tema.
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