Una vez estabilizado el país tras los momentos revolucionarios, México siguió un camino propio: desarrolló una industria nacional y buscó la mejoría de la población mediante la omnipresencia del Estado en la sociedad y la actividad productiva. Este esquema funcionó bien hasta que se cayó en el estancamiento económico y en un endeudamiento excesivo hacia el exterior. Los efectos son conocidos: inflación de varios dígitos y pérdida del poder adquisitivo de los salarios. Y esto porque la economía no es ya la suma de las economías nacionales y se ha convertido en una economía integrada. Por lo anterior, el gobierno mexicano propuso a los Estados Unidos de América, a principios de 1990, la negociación de un Tratado de Libre Comercio. En septiembre de ese año, Canadá se unió al proyecto y las negociaciones trilaterales empezaron el 12 de junio de 1991.
A Luis Rubio, uno de los primeros en proponer la apertura económica en diversos foros y publicaciones, le sugirió Jaime Serra Puche, secretario de la SECOFI, y funcionario responsable de la gestión del tratado por parte del gobierno mexicano escribir, con plena independencia de criterio, un libro acerca de las negociaciones del TLC: ¿Cómo va a afectar a México el Tratado de Libre Comercio?, en el que se aclaran las dudas, se siguen las pláticas, y se explican las negociaciones y expectativas de éste.
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