Hace mucho que la economía tradicional dejó de ser central para el desarrollo. Entendida como agricultura y luego industria, por décadas constituyó el fundamento y pilar del crecimiento económico del país a lo largo del siglo XX. Esa plataforma le dio a México la estructura que hoy distingue la actividad económica y la organización del gobierno e, incluso, la forma en como se desarrollaron los asentamientos humanos de acuerdo a la clasificación de zonas urbanas y rurales. Lo novedoso es que la economía tradicional aporta cada vez menos empleos y los pocos que ofrece son cada vez peor pagados. El futuro no está en la economía industrial y agrícola que representa la esencia del programa gubernamental, sino en los servicios. Ahí, en servicios y valor agregado, es donde debemos colocar todos los pesos y los esfuerzos.
El concepto de servicios ha ido cambiando con el tiempo. Obviamente, el sector servicios no es algo nuevo y es visible y hasta preeminente en todas las sociedades industriales y urbanas. Pero la concepción tradicional de los servicios se reduce al transporte y los hoteles, los medios y los hospitales, los taxis y los restaurantes, incluyendo por supuesto al más costoso de todos, el gobierno. En su nueva acepción, los servicios no son algo adjetivo a la economía industrial y urbana, sino el futuro del desarrollo económico.
En esta perspectiva, el rubro servicios agrupa las principales fuentes de riqueza y empleo de las sociedades desarrolladas. Es decir, software, genética, biotecnología, informática, pero también centros de llamadas (call centres), servicios de alto valor agregado, tecnología, asesoría, logística, manejo de marcas. El concepto revoluciona día con día y hoy integra una multiplicidad de empresas y actividades que se han convertido en el corazón del desarrollo en el mundo moderno.
En algunos países, esos servicios se localizan en el punto más alto en la escala de generación de valor (donde destacan Estados Unidos, Canadá, Suiza y Singapur), en tanto que otros, aprovechando sus propias ventajas comparativas, han explotado puntos más bajos de esa escala (desde Irlanda hasta India). El común denominador en todos estos casos es que los servicios son ahora la principal fuente de nuevos empleos, típicamente en el nivel más alto de ingresos de sus respectivas sociedades.
La diferencia entre los “viejos” servicios y los “nuevos” radica en el conocimiento. Mientras que cualquier persona con un mínimo de habilidades o entrenamiento puede ser un mesero o telefonista, sólo alguien con elevados niveles de educación y especialización puede desarrollar software. En cierta forma, por siglos, la mayor parte de los empleos industriales y agrícolas eran indistinguibles de los que generaba el sector servicios: la mayoría requería de un entrenamiento modesto. Ciertamente, un médico o un ingeniero requieren una formación muy amplia y seria, pero en el viejo mundo industrial eran la excepción, no la norma.
En la realidad actual, los empleos industriales y agrícolas, así como los de servicios tradicionales, son esencialmente los mismos en todos los países y, por lo tanto, compiten sobre la base del costo. Así, la ventaja competitiva de un país en productos manufacturados y agrícolas tiene cada vez más que ver con el costo de la mano de obra (y, sin duda, los factores climáticos y geográficos) que con las habilidades o factores excepcionales de una nación. Puesto en otros términos, si el gobierno se empeña en fomentar un desarrollo industrial y agrícola como si estuviéramos en los albores del siglo XX, terminaremos arrollados por países mucho más productivos y con menores costos como China o India.
La verdadera riqueza en el siglo XXI se encuentra en los servicios de alto valor agregado dependientes del conocimiento. A diferencia de los viejos servicios, los nuevos requieren de habilidades excepcionales que sólo se pueden lograr con un sistema educativo volcado hacia la ciencia, la tecnología, las matemáticas y la lengua, todos ellos con criterios de calidad y mérito, algo virtualmente desconocido en nuestro medio. En contraste con un barrendero (un servicio tradicional), un empleado del conocimiento trabaja en las fronteras de la ciencia, aplica conocimientos acumulados, procesa información o diseña procesos de transformación. Se trata de una nueva manera de ver el mundo e impulsar el desarrollo económico.
Como ilustra el resurgimiento de la India en los últimos años, lo extraordinario de los servicios del conocimiento es que pueden florecer en cualquier medio, incluso en países pobres. Ciertamente, hay condiciones esenciales que deben estar presentes para que un país pueda “subirse al carro” de la economía del conocimiento, pero ellas, aunque difíciles de lograr, no son barreras infranqueables. Entre esas condiciones destacan algunas obvias (un sistema educativo de excepción y comunicaciones eficientes de muy bajo costo, por citar sólo dos ejemplos) pero también otras menos evidentes e igualmente críticas, como seguridad pública, existencia de mecanismos para dirimir disputas en materia de contratos, etcétera. Como muestra la India, ninguno de estos factores es insuperable si existe la voluntad política y la capacidad de acción gubernamental.
La alternativa a la construcción de una economía fundamentada en el conocimiento es el empobrecimiento. No hay de otra. Fomentar la economía industrial y agrícola, como eje de la política gubernamental, implica no sólo perder otra oportunidad más para lograr el desarrollo del país, sino que supone una ingente transferencia de recursos hacia actividades y sectores que no tienen futuro como plataforma de desarrollo del país. Lo anterior no quiere decir que las actividades industriales y agrícolas existentes sean irrelevantes o que el gobierno no deba tener una estrategia para fomentarlas, pero debe hacerlo no con transferencias y otros mecanismos discriminatorios y de protección, sino con una elevación sistemática de la productividad a través de una mejoría sustancial de la calidad educativa y la infraestructura, así como mediante la eliminación de barreras y obstáculos burocráticos y de otro tipo. Es decir, debe agregarle valor en la forma de servicios a la producción tradicional.
Los franceses fueron arrollados en la segunda guerra mundial porque se prepararon para una invasión como la que habían sufrido en la primera guerra. Pretender construir o reconstruir una economía industrial a estas alturas sería equivalente a esa pifia. A México le urge un gobierno que piense cincuenta años adelante, no medio siglo atrás.
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