La naturaleza nos dio dos golpes esta semana pero con consecuencias muy distintas. El contraste entre lo ocurrido con las plataformas petroleras que chocaron y las inundaciones de Tabasco no podía ser más iluminador. Más significativo y revelador ha sido la forma en que la población y el gobierno han reaccionado en ambas instancias. La lección es que nuestra capacidad de acción es ilimitada cuando nos lo proponemos. El problema es que eso no ocurre con mucha frecuencia.
Se trata de dos ocurrencias de la naturaleza. En ambos casos, el mal clima y las lluvias torrenciales provocaron sendas catástrofes. El choque de las plataformas petroleras es algo que sucede; lo mismo es cierto de las inundaciones. Se puede culpar a los que no previeron la posibilidad de una situación como ésta o a quienes obviaron las medidas que pudieron haber contenido las consecuencias de incidentes que, en última instancia, son imprevisibles. No han faltado acusaciones de corrupción contra los funcionarios de la paraestatal o contra los gobiernos de Tabasco. Tampoco se han hecho escasos los explotadores corrientes de la pena ajena, sobre todo por parte de políticos y ex candidatos que tienen un interés personal en el asunto.
Y en efecto, no hay duda que, con los recursos adecuados y la estrategia idónea, toda tragedia puede ser anticipada y sus peores consecuencias mitigadas. No es improbable que haya mejores maneras de manejar las plataformas petroleras y, sin duda, mecanismos más apropiados para conducir un rescate; tampoco es de dudarse el argumento de que se pudo haber llevado a cabo una serie de obras que evitaran algunas de los peores efectos de los mares de agua que hincharon el cauce del río Grijalva. Todo eso y mucho más se pudo haber hecho en PEMEX y en Tabasco y no se hizo. Pero exactamente lo mismo se puede decir del resto del país donde la previsión y la atención a lo fundamental no es la carta fuerte de nuestros gobernantes. El caso del drenaje colectivo de la ciudad de México habla por sí mismo.
Pero en el momento de las tragedias de esta semana lo impactante para mí ha sido el contraste entre los dos sucesos y la excepcional capacidad del gobierno federal y sus diversas agencias para lidiar con ellos. El choque de las plataformas provocó un alud de quejas y críticas contra la paraestatal y sus prácticas. Se dijo de todo: que el sindicato, que la administración, que la falta de medidas preventivas… Al final del día, el juicio popular pareció dividirse, como suele ocurrir ante incidentes como estos, en dos grandes bandos: los que se apenaron por la pérdida de vidas y los que se detuvieron en la corrupción. La población quizá no quiera cambios fundamentales en el régimen constitucional que norma la actividad petrolera en el país, pero sospecha –con buenas razones- de la forma en que la empresa es administrada, del sindicato abusivo y de los dineros que simplemente se desaparecen.
Exactamente lo opuesto ha ocurrido ante las inundaciones de Tabasco. Ahí se han podido observar conductas ejemplares y una respuesta inmediata. Para comenzar, la capacidad de movilización del ejército es extraordinaria; el llamado “plan DN3” funciona tal como se espera. El contraste con la increíble incapacidad del gobierno estadounidense incluso para llegar al lugar de los hechos cuando el huracán Katrina avasalló a la ciudad de Nueva Orleáns es no sólo notorio sino impresionante. Allá tardaron más de una semana en llevar agua potable mientras que en Villahermosa el preciado líquido fluía horas después de que los ríos se habían desbordado.
Por su parte, el presidente ha tomado un visible liderazgo en las tareas de rescate, organizando a sus funcionarios así como a los responsables de las agencias gubernamentales para que actúen de inmediato. Es ese el liderazgo que la población espera de sus gobernantes y la respuesta no se ha hecho esperar. La tragedia ha evidenciado la existencia de una infinidad de organizaciones privadas, empresariales, sociales y de todo tipo, todas ellas preparadas para actuar ante circunstancias como éstas. Uno debería preguntarse por qué ocurre esto sólo en momentos de tragedia, cuando un liderazgo similar podría ser el disparador de la transformación que el país exige. Pero ese es otro asunto.
El contraste dice mucho. Ante todo, nos muestra a una población esencialmente sensata y razonable que sabe distinguir entre las circunstancias imprevisibles de aquellas que reflejan décadas de desidia y corrupción, y actúa en consecuencia. También nos enseña que aunque todos tenemos muchas, y con frecuencia buenas razones para quejarnos de los distintos niveles de gobierno, la capacidad de acción y reacción del gobierno federal es notable. Es evidente que hay organización, hay previsión y, cuando se presenta un liderazgo efectivo, todo el aparato funciona de manera ejemplar.
La población guarda una legendaria y saludable dosis de escepticismo y suspicacia sobre lo que ocurre en esa caja negra que es PEMEX. Razones para ello bastan y sobran y nada tienen que ver con las personas que trabajan o dirigen la empresa en este momento. Todo ese monstruo es un hoyo negro del que depredan los más diversos e inconfesables intereses. Los accidentes pasan y casi nunca son evitables. El problema para PEMEX es que este accidente mostró mucho más que un choque de plataformas: evidenció su manera de ser y de los políticos que se niegan a imaginar una estructura organizacional y productiva distinta. Es eso y no otra cosa lo que es intolerable para la población.
Quizá debiéramos aprender de las lecciones que esta semana mostró la tragedia tabasqueña: la solidaridad, la capacidad de organización y la existencia de un gobierno que puede ser efectivo cuando se lo propone. En lugar de proteger intereses creados y pontificar al respecto, con esos activos podríamos transformar a todo el país y al peor de sus dinosaurios.
Si algo revelan estos días es que el país tiene una gran capacidad transformadora que no hemos sabido explotar. Si todas esas fuerzas y recursos se emplearan para construir un país mejor, si todo ese liderazgo que se evidenció esta semana se encauzara hacia la modernización que por décadas se le ha prometido a la población pero no se ha logrado y para articular los consensos necesarios para hacerlo posible, México sería un lugar muy distinto. La pregunta es por qué no.
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