Luis Rubio(@lrubiof) / Reforma
España se abocó a la conformación de una estrategia integral de desarrollo turístico en el ámbito cultural cuando identificó como oportunidad para atraer a ese tipo de visitantes el desarrollo de las pequeñas comarcas y pueblos. Fue así como nació la red de paradores, hoteles que, en muchos casos, se instalaron en antiguos fuertes, palacios y monasterios, pero cuyo objetivo era darle contenido y viabilidad al desarrollo turístico en lugares en ocasiones remotos. Luego vendrían carreteras de primera y líneas férreas de alta velocidad, a lo que siguió una enorme proliferación de tienditas, cafés, restaurantes y una interminable determinación de los locatarios para convertir al turismo en fuente de progreso. El número de turistas que visitan a esa nación supera con mucho a la población total del país y una parte importante de esa fuente de ingresos se debe precisamente al turismo cultural.
El concepto -pueblos con enorme atractivo potencial para el turismo- es obvio, por lo que no sorprende que se haya tratado de imitar en nuestro país. Así nacieron los llamados “pueblos mágicos,” descritos como “localidades con atributos simbólicos, leyendas, historia, hechos trascendentes, cotidianidad, magia que te emanan en cada una de sus manifestaciones socio-culturales, y que significan hoy día una gran oportunidad para el aprovechamiento turístico.” Con ese criterio, el gobierno ha denominado como “pueblos mágicos” a 111 localidades a lo largo y ancho del país. Gran idea, pero construida a la mexicana: con pura retórica y sin contenido.
El contraste con la experiencia española difícilmente podría ser más grande. Allá comenzaron por la infraestructura -los hoteles, seguidos de carreteras- dando contenido y fundamento a toda una estrategia. Se trataba de una gran visión anclada en inversiones reales (no siempre rentables), a las que siguieron inversiones privadas en toda la parafernalia que exigen los turistas. En México, se mandaron imprimir unas etiquetas que decían “Pueblo Mágico” y con eso queremos atraer al turismo de altos vuelos. Me recuerda la forma en que hace un par de décadas se amplió la capacidad urbana de la ciudad de México: con un bote de pintura se agregó un carril al viaducto, aumentando con ello la capacidad en 50%. El problema es que lo barato sale caro.
Primero que nada, lo que más se escucha de los pueblos mágicos es la falta de infraestructura: es difícil llegar, no hay estacionamientos, ciertamente no hay hoteles y, una vez llegando, no hay cafés, tiendas y otros atractivos para el turismo. Lo que es más, ni siquiera se han preparado los lugares con potencial atractivo para el turismo -como antiguos edificios, iglesias, conventos y otras construcciones- para que sean visitables. La estrategia se ha limitado a emitir decretos (o declaraciones), no a construir el proyecto. A nadie debiera sorprender sus pobres resultados.
En segundo lugar, si a la falta de infraestructura mínima se agrega el hecho de que muchos de los denominados “pueblos mágicos” se encuentran insertos en regiones sumamente violentas cuando no francamente territorio narco, el resultado acaba siendo un fiasco. Una buena idea se trastoca a tal grado que resulta una perversión y, probablemente, el principio del fin de un enorme potencial. Una vez que una familia visita a uno de esos pueblos y sale frustrada o, peor, acaba siendo asaltada, la voz cunde y nadie quiere volver a saber de ello.
El caso de los pueblos mágicos no es inusual. Es, de hecho, nuestra forma de ser: como reza un dicho ruso, primero rompemos los huevos y luego buscamos el sartén. Así se legisla, se organizan los Frentes y se construyen los pactos. Se hacen grandes anuncios sin que se contemplen las consecuencias e implicaciones: los legisladores no leen el contenido de las iniciativas de ley que aprueban, lo que lleva a que se peleen cuando viene el tiempo de implementarlas. Lo mismo ocurrió con el Pacto que llevó a la aprobación de las reformas impulsadas por el actual gobierno: a menos que alguno de los autores del mismo haya tenido una estrategia maquiavélica ulterior, es claro que al menos el PAN y el PRD no midieron las consecuencias para ellos de ser identificados con la corrupción del gobierno. Estos ejemplos son la norma, no la excepción: es nuestra forma de proceder.
La construcción del nuevo aeropuerto de la ciudad de México sin duda cabe bajo esta misma lógica: los costos se han salido de todo presupuesto seguramente por corrupción, pero también porque no se contaba con que las tierras de ese lugar son lodosas y requieren una cimentación mucho más cara y compleja de la presupuestada (es decir, quienes lo planearon no sabían que se trataba del Lago de Texcoco porque éste es de nueva creación…). Primero se rompen los huevos y luego se busca el sartén…
Por sobre todo, el fracaso del programa de los pueblos mágicos revela una total incapacidad por parte del gobierno por comprender lo importante que es la seguridad de la población. Es claro que el narcotráfico tiene mucho que ver con este asunto, pero la seguridad no ha sido una prioridad del gobierno y esto se manifiesta en todo lo que hace. No se puede construir un mejor futuro con cimientos de barro.
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