México está padeciendo las consecuencias de todas las crisis que sufrió de los setenta a los noventa. Esa es la conclusión a la que llegó un panel de discusión sobre las causas del pobre desempeño económico. El planteamiento principal es que los mexicanos no le creen al gobierno y suponen que ningún cambio los va a beneficiar porque todo está sesgado para preservar los privilegios de unos cuantos (“los de siempre”). Es decir, más allá de asuntos técnicos, detrás de la parálisis que caracteriza a la economía mexicana y a sus ínfimos niveles de productividad promedio, lo que hay es una profunda desconfianza de la población en su gobierno y en las instituciones. De ser válida esta conclusión, las reformas que ha promovido el gobierno no van a resolver nada porque ahí no radica el problema.
Los análisis y explicaciones –el supuesto “sobre diagnóstico”- de lo que aqueja a la economía mexicana normalmente se concentran en asuntos igual coyunturales que estructurales: la falta de crecimiento de la economía americana; la crisis de la industria viviendera; la reforma fiscal; los excesos de facultades y atribuciones que está acumulando el gobierno; la alienación de los empresarios por parte del gobierno; el Estado de derecho; la sobre regulación; las arbitrariedad burocrática; la falta de reformas. Todos estos asuntos son reales y constituyen impedimentos a la aceleración de la economía. Sin embargo, la conclusión del panel es que todo eso tiene que ser atendido, pero que el verdadero desafío es la confianza. De vuelta al futuro.
Este es el resumen de lo que yo aprendí del panel:
•La economía está creciendo con enorme rapidez pero solo una parte: la moderna. Hay una enorme brecha en el crecimiento de la productividad: mientras que en unos sectores y empresas ésta crece al 6.5% anual, en otros se contrae al 5.7%. Es decir, el promedio no nos dice nada y, por lo tanto, es indispensable entender las causas de la brecha. Según el sapo la pedrada.
•Existe un profundo sesgo en contra del mercado, del capital y de la actividad empresarial que se expresa de las más diversas formas. Por un lado el gigantismo que exhiben los monopolios: en México todo es grande y se promueve la consolidación de grandes entidades, igual en el mundo empresarial que en el sindical y en el político. En otros países no hay partidos políticos tan grandes y poderosos ni empresas como Pemex. No es solo empresas grandes: en todos los ámbitos hay una enorme concentración de poder y riqueza. Hasta los carteles del narco son enormes. Se trata de un fenómeno político: es producto de las regulaciones existentes y no del tamaño de los activos. Su permanencia responde a una decisión política.
•Por otro lado, nuestra cultura castiga y fustiga la creación de riqueza. Deirdre Mccloskey afirma que el crecimiento sólo es posible cuando la creación de riqueza adquiere legitimidad. No es casualidad que en México pocos quieran arriesgar su capital, requisito indispensable para el crecimiento de la economía.
•La estructura institucional no es conducente al crecimiento: hay demasiadas reglas para todo pero éstas no se hacen cumplir y, cuando se hacen cumplir, es de manera discrecional. Muchas de las reformas recientes (ej. competencia) han acumulado instrumentos para amenazar a los empresarios e inversionistas, confiriéndole vastas facultades discrecionales a la autoridad. Hace veinte años, con el TLC, el gobierno se comprometió a no modificar las reglas del juego para la inversión. Las nuevas facultades amenazan ese enorme logro, que explica virtualmente la totalidad del crecimiento en estos años.
•Además de ausencia de visión estratégica, el contenido de muchas de las reformas sugiere que no ha habido capacidad, o disposición, para entender la naturaleza del problema, sobre todo su complejidad (problemas distintos en cada sector o actividad) y una gran propensión a apilar cambios sin lógica ni coherencia. Ninguna de las reformas se aboca a crear instituciones que garanticen estabilidad o transparencia.
•En suma, en el fondo del problema económico yace un profundo déficit de confianza. Mientras éste no se resuelva, todo lo que se haga no cambiará la trayectoria pero sí podría tener el efecto de desacreditar a los partidos y políticos tradicionales, abriéndole la puerta a los populistas de antes y a los que vengan.
Gordon Hanson, profesor de Economía de UCSD, lleva tiempo argumentando que pocos países han llevado a cabo tantos cambios y reformas como México y, a pesar de ello, han logrado cosechar muy poco. Su conclusión es que más reformas, aunque se requieran, no resolverán los problemas “idiosincráticos” que México enfrenta. Esos problemas se reducen en buena medida a lo único que el gobierno actual no ha estado dispuesto a hacer: dedicarse a convencer a la población y a los actores clave para el crecimiento de su compromiso con las reglas del juego, la permanencia de las reformas y la confiabilidad de su proyecto. En el camino, arriesga minar lo único que sí ha funcionado bien en los últimos veinte años: la certidumbre con que cuenta (¿contaba?) el empresario e inversionista.
Alguna vez le preguntaron a Tolstoy cómo había sido posible que treinta mil ingleses sometieran a 200 millones de hindúes. Su respuesta fue lógica pura: “Las cifras hacen evidente que no fueron los ingleses quienes esclavizaron a los hindúes, sino los hindúes quienes se esclavizaron a sí mismos”. Algo similar parece ocurrir con el crecimiento económico en nuestro país.
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