El periodo de campaña que acaba de concluir nos mostró a un Cárdenas deseoso de ganar a toda costa, pero no a un Cárdenas definido en cuanto a sus objetivos, prioridades y, sobre todo, a los medios que emplearía para alcanzarlos. Cuauhtémoc Cárdenas logró convertirse en el catalizador de los electores cuya preferencia era derrotar al gobierno, lo que le ha permitido nunca tener que explicar quién es el verdadero Cuauhtémoc y que es lo que realmente quiere. Ahora que ha sido electo a la gubernatura más importante del país -y al puesto político con mayor visibilidad después de la presidencia-, Cárdenas ha puesto su mira en la elección presidencial del año 2000. Es hora de que defina con toda claridad sus programas y prioridades.
La pregunta de quién es hoy Cárdenas y qué quiere lograr no es irrelevante. Acaba de ganar una reñida competencia en la que logró que una pluralidad de los electores lo eligieran para el gobierno del Distrito Federal. Ese es el puesto que se ganó. Sin embargo, nadie alberga duda alguna de que, por conveniencia propia y por el ridículo diseño de una gubernatura que dura tres años y concluye precisamente al final del sexenio, Cárdenas va a enfocar todos sus actos hacia la sucesión presidencial. Por supuesto que esa estrategia es válida y legítima. Sin embargo, el hecho de que lo sea no lo exime de tener que definirse, por voluntad propia o porque lo vaya haciendo a través de sus actos. De una manera o de otra, al buscar visibilidad nacional, va a estar mostrando su calidad de estadista.
Luego de más de diez años de ser candidato a nivel nacional, todavía no es claro cuáles son las políticas con las que Cárdenas está de acuerdo o en desacuerdo. Sabemos muy bien que está en desacuerdo, en términos generales, con muchas cosas, pero nunca sabemos con precisión qué es lo que objeta. A lo largo de su última campaña, Cárdenas logró pasar sin jamás tener que definirse sobre tema alguno y la prensa le dejó salirse con la suya, en buena medida porque había suficientes electores en la ciudad de México para los cuales deshacerse del PRI era más importante que analizar las alternativas. Sin embargo, como gobernante, Cárdenas ya no va a poder responder a cualquier cuestionamiento con frases como “habrá que revisarlo ” o “debe abrirse una consulta sobre el tema”, y la prensa tendrá que ser tan crítica con él como lo ha sido con gobiernos emanados del PRI. Hay cuatro persistentes imágenes que quedan del último periodo electoral: Cárdenas el del modelo chileno; Cárdenas el del viejo PRI (cuya coalición aparentemente pretende recrear); Cárdenas el de la revancha por la elección de 1988; y Cárdenas el que simplemente quiere ser presidente y ya. ¿Cuál de todos estos Cárdenas es el bueno?
Una buena manera de comenzar a comprender quién es y qué quiere el gobernador electo de la ciudad de México sería preguntándole si comparte la plataforma económica que publicó su partido y, si no, que defina sus diferencias. Ese programa constituye una dramática mejoría sobre todo lo que había publicado el PRD en el pasado, toda vez que fue realizado por economistas serios y responsables, pero sigue siendo un programa que parte del supuesto de que el gobierno tiene todas las cartas en la mano, que no hay restricciones insalvables y que las personas y los mercados van a reaccionar de acuerdo a los designios gubernamentales. El programa está saturado de ejemplos que muestran que el PRD concibe a la economía como algo fácilmente manipulable por el gobierno; esto es, parte del supuesto de que los deseos del gobierno necesariamente se materializan en la actividad económica. Por eso es tan importante que se defina en temas cruciales como el del Tratado de Libre Comercio y la autonomía del banco central, dos instrumentos diseñados ex profeso para disciplinar al gobierno. Si opta por alterarlos, va a abrir la caja de Pandora.
Claramente, los perredistas no creen en los mercados y no reconocen el hecho indisputable de que los gobiernos -todos- tienen cada vez menor latitud respecto a su capacidad de manipulación, es decir, de regresar a nuestra añeja práctica de tratar de vivir en la “economía ficción”, como pudimos ver a principios de 1995. Cuando un gobierno se sale de la norma, los mercados financieros responden, en ocasiones hasta en forma violenta, a través de vehículos como la bolsa, los movimientos de capital, y en las decisiones de ahorrar e invertir. Si Cárdenas va a intentar recrear el mundo perfecto del pasado priísta, tendremos que amarrarnos los cinturones en serio; si, en cambio, quiere presidir y encauzar la gran transformación política y económica que México requiere con urgencia, sería mejor que se preparara para recrear el ejemplo de Aylwin en Chile, donde nada, ni una coma, fue cambiado en materia económica al finalizar la era de Pinochet. El éxito de Cuauhtémoc provendría de lograr hacer más humano y eficiente el programa económico, pero sin alterar sus estructuras e instituciones fundamentales. En eso, y no en tratar de echar para atrás la esencia de lo que sí funciona, reside su verdadero reto. El proceso de aprendizaje confiadamente será corto, pues cualquier cosa que el próximo gobernador haga tendrá un costo. Nada es gratuito.
Los próximos tres años van a ser sumamente complejos tanto para el nuevo gobierno del D.F., como para la definición de responsabilidades entre la ciudad y el gobierno federal. El gobierno que Cárdenas va a presidir en la ciudad de México podría haber estado severamente limitado en su capacidad de acción. Con el acuerdo al que llegó con el presidente respecto a los nombramientos de sus principales colaboradores, sobre todo en materia de policía y procuraduría, Cárdenas va a tener toda la responsabilidad del gobierno de la ciudad. Con ello no tendrá incentivo alguno de culpar al gobierno federal de lo que salga mal y, a la vez, asumirá los beneficios, pero también los costos, de su gestión. Con suerte, estos acuerdos impedirán que la relación del gobierno de la ciudad con el federal se convierta en el factor de mayor confrontación y desquiciamiento que jamás hayamos visto.
Por otro lado, nadie, comenzando por el propio Cuauhtémoc Cárdenas, puede ignorar el hecho de que fue elegido por menos de la mitad del electorado de la ciudad. Si bien eso no le resta legitimidad electoral, si constituye un factor clave para su desempeño. Los defeños no le dieron un mandato absoluto e ilimitado para llevar a cabo cambios drásticos. Muchos de los votos que captó de por si fueron votos de protesta, lo que constituye un mensaje poderoso en sí mismo. Como gobernante, Cárdenas tendrá que hacer lo que él mismo exigió a los dos últimos presidentes: gobernar para todos, sin distinción de preferencia partidista o lugar de residencia. Esto le otorga la mayor oportunidad de desligarse de los extremos de su partido y de crear con ello una base de credibilidad y confianza entre la población y los agentes económicos de que gobernará con prudencia, reconociendo las limitaciones inherentes a toda actividad gubernamental. Cárdenas tiene la enorme ventaja de ser muy conocido en el país, lo que lo coloca kilómetros adelante de cualquier posible contrincante a la presidencia para el año 2000. Pero esa visibilidad también entraña el otro lado de la moneda: todo mundo lo va a juzgar en los meses y años que vienen por lo que haga en función de una futura presidencia y no en la medida de un simple gobierno de la ciudad. A Cárdenas le tomó más de una década llegar a donde está. Ojalá no desperdicie la oportunidad.
La nueva gubernatura de la ciudad de México está mal diseñada porque dejó para después las definiciones que debieron haberse establecido antes de la elección. En los meses próximos será imperativo que el gobierno federal y el equipo del próximo gobernador precisen qué es de quién y cómo se van a diferenciar sus funciones. El gobierno federal tendrá ahí la oportunidad de construir los cimientos de un gobierno plural, pero también podría adoptar la estrategia de hostigamiento y rechazo que tanto daño nos ha hecho en las últimas dos décadas y que, de alguna manera, condicionó el resultado de ahora. Por su parte, Cuauhtémoc Cárdenas va a tener que reconocer la complejidad del mundo real y demostrar que sabe gobernar tanto como criticar al gobierno, y que sabe los límites de lo que un gobierno puede hacer antes de generar reacciones desaforadas como las que vivimos en 1976 y 1982. Hasta ahora, la tolerancia de los electores ha sido magnánima; cuando los problemas no resueltos de la ciudad comiencen a agobiar a ese mismo electorado, Cárdenas tendrá que actuar. Su presencia y estrategia no deja lugar a dudas de que su objetivo es la presidencia de la República. A partir de ahora será juzgado a la luz de ese umbral. ¿Tendrá el tamaño?
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