¿Cuánta ropa?

Sustentabilidad

¿Cuántos suéteres tenía tu bisabuelo, cuántos tenía tu abuelo y cuántos tienes tú? En las últimas décadas, la industria del vestido ha sido muy exitosa en aumentar sus volúmenes, reducir costos y lograr que los consumidores compren más de lo que necesitan.

En Estados Unidos las propias tiendas de ropa están colocando contenedores para que los clientes depositen ahí su ropa “vieja” (esa que compraron hace seis meses). Si bien podría ser un pequeño paso hacia la sustentabilidad, también es muestra de que tenemos un problema.

El fenómeno no es muy diferente a lo que, por décadas, hemos observado en la industria de bebidas y alimentos donde pasamos a tener porciones enormes, altos porcentajes de desperdicio, y la proliferación de establecimientos de comida rápida y de bajo contenido nutricional. En la industria del calzado y del vestido las características son similares: más ropa y zapatos de los que te puedes poner, compras instantáneas y, en muchos casos, productos de baja calidad. No por nada esta tendencia se ha ganado el término throwaway fashion (moda desechable).

Tiendas como Zara, por ejemplo, fueron muy exitosas creando una sensación de escasez que llevaba a las personas a visitar las tiendas cada semana. Si algo te gustaba tenías que comprarlo inmediatamente o arriesgarte a no volverlo a ver. La industria, además, se ha vuelto experta en segmentar al mercado. Razón por la que es lógico que Inditex sea dueño de Zara, Zara Kids, Massimo Dutti, Bershka, Oysho, entre otras, y GAP dueño de Banana Republic y de Old Navy. Otro ejemplo son los outlets, que surgen para vender a un precio más bajo lo que sobró en las tiendas originales. Sin embargo, hoy es bien sabido que muchos productos nunca pasan por la tienda original. Es decir, fueron producidos específicamente para el consumidor que busca precios más bajos en un outlet.

Asimismo, antes no existía una oferta tan especializada. Hoy, a la ropa para adultos, jóvenes, niños y bebés hay que sumarle la industria de los vestidos de novia, así como la ropa para embarazadas, personas con sobrepeso, y atuendos deportivos que van, desde ropa para escalar hasta para practicar yoga. Los textiles también se han vuelto más sofisticados, desde dry fit (tecnología de Nike para mantenerte seco mientras haces ejercicio), hasta ropa que te protege contra rayos ultravioleta o que tiene repelente contra insectos, conceptos que jamás hubieran imaginado nuestros antepasados.

Y, mientras vemos toda esta sofisticación, los procesos de producción no necesariamente han mejorado. En abril de este año murieron 800 trabajadores en Bangladesh al colapsarse el edificio en el que confeccionaban ropa para varias marcas “occidentales”. Millones de toneladas de desperdicio de material no utilizado sale de las fábricas en China, donde además hay 6 mil empresas textiles que violan la regulación ambiental. A esto hay que añadir que la industria textil es intensiva en el uso de agua.

Regresando al tema de la comida, resulta interesante recordar que en el pasado el ícono de un rico era alguien con sobrepeso y el de un pobre era alguien flaco. Hoy, sin embargo, son los estratos socioeconómicos más altos los que están migrando hacia patrones de consumo más saludables. En la ropa algo similar podría estar sucediendo. El mercado de textiles que proviene de algodón orgánico empieza a ser relevante. Y quizás pronto veamos más personas entendiendo que cuando se trata de ropa “menos es más”.

Desde siempre la ropa es y seguirá siendo un símbolo de status, y/o una forma de expresión. Pero nuestra concientización acerca del consumo de la ropa y su fabricación está hoy donde nos encontrábamos con respecto a la comida hace 20 años: en la ignorancia total. Este artículo es solo una invitación a empezar la reflexión.

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