De noviembre a julio

PRD

La nominación del candidato del PRI constituye el banderazo de salida de lo que será, quizá, la contienda más sui géneris de la historia del México moderno. Se trata de una justa electoral inédita tanto por la creciente madurez política de la población y la fortaleza relativa de al menos dos partidos de oposición, como por la nueva manera en que el PRI eligió a su candidato a la presidencia. Por más que los candidatos intenten diferenciarse, lo que estará en disputa en los próximos meses no serán grandes programas de gobierno, porque no existen mayores temas de contención en ese plano, sino si efectivamente el país ha entrado en una nueva etapa de su historia. Puesto en términos metafóricos, lo que habrá que dilucidar en julio es si la problemática del país se parece más, en términos conceptuales, a la etapa fundacional del México organizado cuando se creó el PNR, el abuelo del PRI, al final de los años veinte, si se trata de 1988, el momento más caótico -en la economía y política- del país en su época moderna, o si, finalmente, la situación tiene más parecido con 1994, cuando el PRI ganó con amplitud una competencia reñida.

La escena política en este momento difícilmente podría ser más contrastante. El PRI logró concluir un proceso de nominación de su candidato a la presidencia sin rupturas significativas y con legitimidad, algo que no había logrado en casi tres décadas. Por más que muchos observadores, analistas y miembros de otros partidos quieran desdeñarlo, es más que evidente que, lejos de una farsa, el PRI logró una exitosa faena. Se trata, de hecho, de una verdadera revolución en la política mexicana, misma que igual puede acabar bien que mal. Independientemente de las inercias que motivaran a la maquinaria priísta a volcarse sobre un candidato, no hay manera de explicar los casi diez millones de votos en esta elección primaria sin una amplia presencia de la población detrás del PRI, tal como las encuestas de salida lo evidencian. El nuevo proceso de nominación entraña el fin de la ancestral disciplina de los priístas, sustentada en buena medida en el dedazo, circunstancia que abre profundas interrogantes sobre la estabilidad política futura. Pero, por ahora, el PRI fue exitoso en rebasar las disputas que, en años recientes, habían impedido que emergiera un candidato legítimo, capaz de articular una presencia nacional. Lo que sigue será probar que, además, puede conferirle a una población golpeada por décadas de crisis, criminalidad y expectativas frustradas un sentido de certidumbre y dirección, que parece ser la principal demanda ciudadana.

Ahora que los priístas dieron el primer paso hacia la institucionalización del proceso de nominación de su candidato, les queda convertir ese triunfo en una nueva etapa de vida institucional para el país, pero esta vez, en contraste con el pasado, fundada en la legalidad, competencia y rendición de cuentas. Pasado el procedimiento democrático de selección del candidato, su mayor riesgo reside, paradójicamente, en ignorar el otro lado de la moneda: el del manejo de los perdedores. Los priístas viven un momento de lujuria por su reciente éxito, pero esa lujuria fácilmente los puede hacer retornar a la arrogancia que por décadas los caracterizó en el pasado, haciendo imposible un triunfo semejante en el futuro. Lo importante de la democracia, como decía el expresidente español Felipe González, reside en aceptar la derrota (lo que incluye el trato a los perdedores), porque aceptar el triunfo es siempre fácil. La manera en que los priístas, comenzando por su nuevo líder, traten a los contendientes perdedores va a constituir una señal trascendental para la consolidación del proceso de nominación y, sobre todo, para avanzar o impedir un nuevo proceso de institucionalización del poder en el país. La salida fácil, la que han venido exhibiendo muchos priístas desde su elección primaria, es la de la arrogancia del poder. Entre noviembre a julio habrá muchos meses y oportunidades para mostrarle al electorado si efectivamente existe una nueva cara en ese partido. La evidencia de fraude que ha comenzado a surgir ciertamente no ayuda.

Lo partidos de oposición no han sabido leer en la elección primaria del PRI la nueva realidad política que vive el país. Nadie puede dudar que una abrumadora proporción de la población demanda cambios profundos en la administración pública y política del país y exhibe un enconado enojo contra el gobierno. En condiciones normales, ese solo hecho justificaría una extraordinaria oportunidad para un candidato de oposición. Sin embargo, la experiencia de Roberto Madrazo demuestra que el hecho de presentarse con un discurso opositor y redentor no es suficiente para ganar el corazón de los votantes, ni tampoco para ganar una elección, por más que los tres millones de votos que logró sean todo menos que irrelevantes. Los estudios y análisis que se desprenden de las encuestas que se levantaron a lo largo de los meses de campaña priísta y, particularmente, de las encuestas de salida el día siete de noviembre muestran a una población que está harta de promesas insatisfechas, una población que quiere cambios pero que no está dispuesta a pagar el costo de los mismos y una población que, por encima de todo, quiere saber hacia dónde va el país. La demanda de autoridad y certidumbre parece dominar las preferencias electorales de la población en este momento, razón por la cual la apuesta que parecen estar haciendo los candidatos del PAN y del PRD de capitalizar el descontento de la población criticando al gobierno saliente y a la situación general del país, bien puede traducirse en un fracaso más.

Las opciones para los candidatos de oposición dependen tanto de la manera en que evolucione el PRI como de sus propias estrategias. El PRI puede igual haber creado una plataforma triunfadora que haga irrelevante cualquier estrategia opositora, pero también puede acabar haciéndose harakiri, de salir al ruedo a imponer condiciones, a ser excluyente y a perder al electorado con la arrogancia que siempre lo ha caracterizado. La oposición inevitablemente tendrá que apostar a que el PRI se perderá en la cruda posterior a la fiesta. Para comenzar, a pesar de los casi diez millones de votos, alrededor de la mitad de éstos acabaron en las manos de candidatos distintos al ganador. Francisco Labastida igual podrá hacer suyos esos votos que regalárselos, por default, a la oposición. Pero, por encima de todo, el éxito o el fracaso de Vicente Fox y de Cuauhtémoc Cárdenas dependerá íntegramente de su capacidad para comprender el mensaje del electorado en la primaria del PRI.

La democracia se apuntala en muchos elementos, pero ninguno tan poderoso, por su simplicidad, como el del voto. Un voto, aunque parezca algo efímero, refleja toda una concepción del mundo y del momento específico que vive quien por ese medio se expresa. Si bien la democracia se conforma de elementos tan complejos y diversos como el equilibrio de poderes, el Estado de derecho y la rendición de cuentas, el voto, aunque infrecuente, es el instrumento más inmediatamente disponible al ciudadano para expresarse. Aunque toda la población es beneficiada o perjudicada por el funcionamiento de los diversos componentes de la democracia, muy pocos individuos en una sociedad tienen capacidad real de hacer uso directo de esos instrumentos; por ello, cuando un ciudadano deposita su voto en una urna está enviando mensajes extraordinariamente significativos: en un papel, con una cruz, el ciudadano resume todas sus expectativas, dudas, quejas y peticiones. No es razonable desdeñar tantos y tan poderosos mensajes.

Nadie puede negar la existencia de la llamada cargada en el voto priísta. Muchos priístas seguramente se irán con la finta de los diez millones de votos y de la democracia que supuestamente distingue al nuevo PRI, lo que podría producirles un descalabro. El voto popular en la primaria del PRI difícilmente dio muerte al viejo PRI, pero estuvo lejos de ser la farsa que muchos críticos han querido atribuirle. Las encuestas muestran que hay un conjunto de factores que motivaron al votante, a muchos votantes, a expresarse por medio de un voto en esa primaria. Para comenzar, asistieron a las urnas muchos más mexicanos que los que la maquinaria priísta razonablemente podía movilizar. Sería excesivo suponer que los casi diez millones de votantes fueron acarreados o todos priístas convencidos. Más bien, muchos de ellos reflejaban quejas, preocupaciones y, sin duda, temores respecto al futuro. La pregunta importante para la oposición es por qué es el PRI el partido que está capitalizando esas quejas y temores.

Seguramente habrá muchas respuestas a esta interrogante, pero quizá la más evidente tiene que ver con la percepción, muy generalizada en la población, de que la oposición no ha satisfecho las expectativas de cambio. La percepción popular, justificable o no, es que el poder legislativo se ha caracterizado por el desorden y por los obstáculos que han impuesto los legisladores de oposición al funcionamiento de la Cámara. El desempeño del gobierno perredista en la ciudad de México ha sido, además de destructor de las expectativas positivas que había despertado, revelador de la poca disposición a introducir grandes cambios y transformaciones en la forma de gobernar. La aparentemente interminable tensión entre Vicente Fox y el PAN no le ha ayudado a su credibilidad. En suma, los votantes parecen haber visto el panorama general y han concluido con el viejo dicho de “más vale malo por conocido que bueno por conocer”. Lo irónico es que ninguno de los partidos, el PRI incluido, ofrece garantías sobre lo que más parece interesar al electorado -un sentido de autoridad y certidumbre-, pero los electores parecen estar dándole al PRI el beneficio de la duda.

La historia de este proceso electoral apenas comenzó en las últimas semanas. De aquí a julio hay tantos meses como los candidatos y partidos decidan aprovechar o desperdiciar. En el camino, tendrán la oportunidad de mostrar si vamos en la ruta de una nueva institucionalidad, como la que el PNR logró a partir de 1929 (aunque, de ser así, confiadamente, sin el autoritarismo de antaño). En lo inmediato, sin embargo, la disputa se limitará a la lectura que los candidatos hagan del momento actual: ¿los votantes perciben que estamos en la mitad del caos como en 1988 o ante la expectativa de finalmente haber encontrado el principio del fin de tres décadas de altibajos interminables?

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.