Democracia: ¿quién le teme?

PRD

Reapareció el miedo. Otra vez es parte del paisaje en nuestra democracia. Una vez más hay intereses, actores, intelectuales y analistas, del más alto nivel, que introducen el miedo en las campañas. No es sólo una anécdota. El miedo es un vicio de la voluntad, que distorsiona a la democracia, porque impide a los ciudadanos tomar libremente una decisión. Crear condiciones de miedo entre la gente es una vieja y estudiada forma de manipulación política y constituye una práctica absolutamente reprobable en la construcción de una democracia liberal, como la que estamos buscando consolidar en México.

El miedo tiene una larga tradición en nuestro país y ha encontrado, históricamente, en el relevo del presidente su momento más fértil y traumático. A lo largo del siglo XIX, los cambios presidenciales, son los grandes momentos de quiebre político. Es cuando surgen rebeliones, revoluciones, motines, planes desconociendo a gobiernos y las convocatorias a nuevas constituciones. La reacción fue abolir la incertidumbre y los miedos por el nuevo gobierno y fue abolida también la democracia.

El miedo fue también una constante en los cambios de gobierno a finales del siglo XX. Para ejemplificar, baste recordar: 1) los temores a la inestabilidad en 1970 debido al clima provocado por el movimiento de 1968; 2) los temores a un golpe de Estado, a finales del sexenio de Echeverría en 1976; 3) los miedos a la crisis económica y a la devaluación en las elecciones de 1982 y 1988; 4) la sucesión de 1994, plagada de miedos, en la que incluso se acuñó el término del “voto del miedo” y fue producto del clima que se había generado, entre muchas otras cosas, por el surgimiento del EZLN y el asesinato de Luis Donaldo Colosio y, 5), el miedo al caos en el 2000, si el PRI perdía la elección.

Ahora, en la de 2006, se ha planteado el miedo a la izquierda y ello está lastimando a la democracia en su esencia, porque atenta contra la idea de igualdad. El derecho de todos a ser parte de la democracia.

Es una falacia y un grave error argumentar que el triunfo de la izquierda es una derrota y un fracaso de la democracia en México. No es verdad. Es todo lo contrario. Es un éxito que las izquierdas proscritas y perseguidas en México, todavía en la década de los 50 y los 60, hayan dejado la clandestinidad y hayan optado por organizarse y participar en la democracia. Es un logro que las izquierdas, incluso aquella que fue agraviada en 1988, estén jugando en la democracia y no hayan optado por otras formas de acción antisistema, como la guerrilla o el terrorismo.

La democracia es un sistema que parte de la necesidad de la inclusión. De que todos los grupos de la sociedad participen del juego democrático y que la mayoría se beneficie de su desarrollo.

Alexis de Tocqueville en su libro La Democracia en América, publicado en 1836, dice: “Cuando los ricos solos gobiernan, el interés de los pobres está siempre en peligro; y cuando los pobres hacen la ley, el de los ricos corre grandes azares, ¿cuál es, pues, la ventaja de la democracia? La ventaja real de la democracia no es, como se ha dicho, favorecer la prosperidad de todos, sino solamente servir el bienestar del mayor número”.

En la democracia moderna, la alternancia entre opciones de izquierda y de derecha va permitiendo alcanzar los equilibrios necesarios para actualizar y hacer posible esos ideales. Al margen de las preferencias políticas de cada quien, de sus simpatías o antipatías, la izquierda en México es necesaria. Para que nuestra democracia se consolide, necesitamos defender el derecho legítimo de todos a participar, pero también el derecho legítimo a ganar.

La izquierda no estaba ahí sólo para adornar la democracia. Algún día tenía que ganar. Los años de la simulación se acabaron. El PRD no es el PPS o el PARM, que estaban para aplaudir y legitimar el triunfo del PRI. El PRD está haciendo uso de su legítimo derecho a participar y, en su caso, a ganar una elección presidencial. Y si eso sucede, todos los demócratas de este país debemos festejar que hemos logrado un sistema que resiste que cualquier expresión del espectro político llegue al poder, gobierne y se vaya, por medio de los votos y las urnas.

¿Quién le teme a la democracia? La respuesta es muy simple: el autoritarismo. En México le temen a la democracia quienes pueden perder privilegios y quienes se benefician de los muchos enclaves autoritarios que todavía se conservan en nuestro país. El dilema para el futuro es muy sencill ¿confiamos o no en ella? Si lo hacemos, vamos a ejercerla hasta sus últimas consecuencias y a defenderla de sus enemigos. Confiar en la democracia, implica confiar en el método y en sus resultados.

Los mexicanos debemos correr todos los riesgos de la democracia. Incluso, el riesgo de equivocarnos, no una, sino varias veces. Así es la democracia en un país de adultos. Es eso lo que queremos y es inevitable tropezarnos al recorrer ese camino. Los pueblos se equivocan al decidir, suele pasar, pero ese es su derecho y su privilegio. Siempre será preferible equivocase en una decisión de todos, que acertar en la decisión de uno. Los errores que se cometan, ya los corregirá la ciudadanía. No hay que temerle a la democracia.

e-mail: sabinobastidas@hotmail.com

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