En las últimas semanas hemos visto el tema del desempleo en el centro del debate en muchos países, cada uno de los cuales tiene sus propios retos. Para el caso de México, se publicó el libro Profesionistas en Vilo (CIDAC, 2011), escrito por Ricardo Estrada que permite vislumbrar oportunidades importantes para el país.
Ser universitario en México se ha vuelto una aspiración alcanzable y también una realidad de las clases medias. En 1970 el 5% de las personas económicamente activas tenían estudios universitarios; hoy este número asciende a 17%, como se menciona en el libro de Estrada.
A décadas de que se comenzó esta transformación sigue existiendo un incentivo económico a estudiar una carrera. Sin embargo, a pesar de esto hay cientos de miles de profesionistas inconformes porque no encuentran un trabajo de acorde con lo que estudiaron o porque su salario les parece insuficiente.
Al igual que en países desarrollados vemos que coexisten desempleo con empresas buscando talento y con frecuencia no encontrando personas adecuadas. En Profesionistas en Vilo, el autor presenta datos que nos permiten ver por dónde atacar el problema en México. Por ejemplo, al tiempo que la economía, la tecnología y la sociedad han cambiado radicalmente en las últimas décadas, la composición de los profesionistas en México se ha mantenido igual. El que los ingenieros, por ejemplo, lleven los últimos 20 años ganando más dinero que el resto de los profesionistas no ha motivado que más personas sigan sus pasos.
Al respecto existen varias hipótesis. Una de ellas es la falta de información. Aún con herramientas como el Observatorio Laboral (de la Secretaría del Trabajo), las personas con frecuencia piensan que las carreras mejor pagadas son Derecho y Contaduría cuando en realidad no lo son. Incluso entre los ingenieros se piensa que una de las carreras mejor pagadas es Ingeniería en Computación, cuando esta es de las más castigadas en términos salariales. Así, más información podría ayudar.
Otra teoría es que existe un problema de capacidades. Cada nivel educativo tiene que lidiar con los rezagos del nivel anterior. Así, quizás no hay más ingenieros porque las deficiencias previas en áreas como matemáticas limitan las opciones de los prospectos.
Y por último, existen otras variables como los incentivos a escoger carreras “fáciles” para mantener una beca, el pase directo o los espacios que existen en las universidades públicas para cada carrera. Todos estos problemas requieren un mayor vínculo entre educación y desarrollo.
Otro problema que menciona el autor es que en México hay una crisis de habilidades. Estas van desde hablar inglés o utilizar una computadora hasta liderazgo, saber trabajar en equipo, redactar un curriculum o hacer una buena entrevista de trabajo. Y es aquí donde también nos atoramos.
Si bien algunos de nuestros problemas son iguales a los que tienen países desarrollados, nuestras soluciones están a un nivel mucho más básico. No tenemos problemas en la escasez de personas jóvenes, estamos todavía lejos de que la manufactura migre drásticamente a otros países y los mexicanos estamos dispuestos a trabajar muchas horas. Nuestro desempleo tampoco se antoja estructural, como probablemente sí lo sea el de países como EUA, donde empresas como Google nunca van a contratar a tantas personas como lo hacía antes Ford. Así, la naturaleza del desempleo en México aún ofrece varios ángulos desde lo cuales atacarlo con políticas e iniciativas bien dirigidas. El tema es querer hacerlo.
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