Desigualdad y cultura

Salud

La pobreza pasa de ser un dato a un problema cuando existe un punto de comparación. Es decir, cuando se le contrasta con el ingreso de otros segmentos sociales y, por lo tanto, concluimos que pudiéramos estar mucho mejor. Adicionalmente una brecha grande entre ricos y pobres genera problemas institucionales, económicos y culturales. En México hemos avanzado en muchos indicadores, pero la desigualdad se resiste a cambiar. En los últimos 10 años esta ha permanecido prácticamente igual.
La desigualdad tiene diversos agravantes. Uno de los más silenciosos es la caída en la tasa de fertilidad. En la revista inglesa The Economist de mediados de agosto, se muestra cómo las economías se benefician cuando las personas empiezan a tener menos hijos. Pero este cambio se da con mayor velocidad entre quienes tienen más ingresos.
En el caso de México, el promedio de hijos por persona ha caído y sigue cayendo. De 1995 a 2010 pasó de 2.43 a 2.28. Pero de nuevo, la disminución no es igual en todos los segmentos sociales. Por ejemplo, entre 2005 y 2010 cayó en 15 por ciento la tasa de fertilidad entre personas con estudios doctorales, mientras que la fertilidad entre quienes no tienen ningún tipo de estudios permaneció exactamente igual. Lo mismo sucede cuando se considera el ingreso: la caída en el número de hijos es menor entre los estratos más pobres.
Algunas de las razones detrás de esto tienen que ver con que entre menos ingreso y educación se tienen, un mayor número de hijos significará más mano de obra y ayuda en la tercera edad de los padres. Asimismo, conforme desciende el ingreso, la educación de la madre es menor y el acceso a anticonceptivos es más limitado. Por el contrario, papás más educados tienen mejores ofertas laborales, invierten más en la educación de sus hijos y éstos, a su vez, tienen todos los incentivos para mantener una tasa de fertilidad baja.
Además de la caída en el promedio de hijos, existen factores que, aunque pueden no generar mayor desigualdad en el ingreso sí crean una brecha cada vez mayor entre las capacidades reales, es decir, las oportunidades a las que se tiene acceso. Por ejemplo, los avances en la medicina nos llevan a que, mientras que antes el HIV no discriminaba entre ricos y pobres, hoy tener el tratamiento adecuado –poder pagarlo– hace la diferencia entre vivir y morir. En el campo tecnológico, no se aprovechan igual los recursos en Internet si se sabe inglés que si no se sabe. Y en el campo educativo, no es lo mismo que un niño pase un verano viendo televisión, a falta de más opciones, a que pase un verano en actividades formativas.
En México la inequidad se ha vuelto parte de nuestra cultura, adormeciendo así nuestra capacidad para generar soluciones creativas que aborden la raíz del problema: la poca movilidad social y las “trampas de pobreza” que no permiten salir. En este sexenio no se avanzó mucho en esta materia. Hacia delante se requerirá ver más allá de las soluciones tradicionales, buscado evitar que, como lo señaló el escritor Eduardo Galeano, el desarrollo desarrolle la desigualdad.

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