La elección de Barack Obama como presidente de EUA constituye un evento trascendental en la historia de ese país que no se puede minimizar. Es en ese contexto que México tiene que plantear, o quizá replantear, nuestra perspectiva. El gobierno tiene que decidir si adoptará una estrategia meramente defensiva o si tratará de construir una nueva oportunidad.
Obama logró una sólida, si bien no aplastante, mayoría. Aunque el partido demócrata logró un extraordinario avance en las dos cámaras legislativas, no alcanzó a rebasar el umbral que le hubiera eliminado la capacidad de veto a los republicanos. Esto cuadra con una larga y marcada preferencia de los votantes estadounidenses por gobiernos divididos. Además, el sistema de pesos y contrapesos, que se preservó al no lograr los demócratas el control absoluto del senado, no le da tanta latitud a un presidente como ocurre (u ocurría…) en nuestro caso.
Más allá de los detalles, la elección evidenció la extraordinaria capacidad de regeneración del sistema político estadounidense. El activismo y participación de las comunidades mexicanas en ese país es tan sólo uno más de los elementos que muestran la forma en que ese sistema incorpora nuevas personas e ideas y responde ante excesos. Esta perspectiva, la de su capacidad de regeneración y adaptación, es una oportunidad que realmente nunca hemos sabido aprovechar. Más preocupados por los riesgos del elefante que tenemos junto, nuestra actitud tradicional ha sido la de dejar que ellos marquen la agenda. Sin embargo, el cambio por el que hoy atraviesa ese país ofrece oportunidades potenciales que no deben despreciarse.
Quizá el tema más importante para lo que siga tiene que ver con la etapa introspectiva por la que está atravesando ese país y la forma en que la nueva composición de su sistema político responda ante el reto económico que fue, sin la menor duda, el factor que catapultó la candidatura de Obama. El hecho de que la mirada de los estadounidenses sea hacia adentro, cuando no hacia atrás, ya nos dice mucho del desafío que enfrentaremos en los próximos años. Claramente, México no será un tema central de su agenda. En este sentido, una primera pregunta que tenemos que hacernos es si la agenda que acabe siendo relevante podría afectarnos negativamente. Desde luego, en la medida en que su economía crezca con celeridad México se beneficiaría. Pero, dadas las circunstancias, uno tiene que preguntarse si no es tiempo de reenfocar nuestras baterías y pensar distinto sobre el futuro de la relación bilateral.
Hay cuatro factores clave en la nueva realidad de EUA que serán centrales para nosotros: la forma en que decidan atacar su crisis financiera y articulen una estrategia de recuperación económica; los sindicatos que apoyaron la candidatura del hoy presidente electo; la compleja relación entre el nuevo presidente y los viejos lobos del congreso de ese país; y el activismo de las comunidades mexicanas residentes allá. Estos cuatro elementos van a ser clave en la conformación de las estrategias y políticas que adopten nuestros vecinos; en algunas estamos en franca desventaja, pero otras podrían ser oportunidades que no hay que ignorar.
El debate sobre la forma de atacar la crisis económica es crucial para nosotros. Las discusiones se han trivializado al grado de disminuirlas a un binomio imposible de Estado o mercado, pero las implicaciones de lo que hagan podrían ser trascendentales, sobre todo porque, en su mirada introspectiva, muchos sectores de la sociedad norteamericana están demandando una estrategia de cerrazón comercial. Para México, acciones en esta dirección serían devastadoras por la importancia que han adquirido las exportaciones en el crecimiento de nuestra economía. Cualquiera que sea su decisión, lo menos que debemos conseguir es que las reglas del comercio bilateral se preserven al amparo del TLC. Pero deberíamos ser mucho más ambiciosos, planteando nuevas áreas de integración, sobre todo en el ámbito de los servicios, como el de salud, que constituyen enormes fuentes de empleo potencial.
Los sindicatos fueron una pieza clave en la candidatura de Obama. No sólo aportaron 200 millones de dólares, o sea, aproximadamente la tercera parte de sus fondos, sino que fueron un importante factor en la movilización popular. Evidentemente, los sindicatos no hicieron esto por caridad, sino porque esperan cobrar una abultada cuenta. La agenda sindical tiene diversos componentes y varios de ellos tienen que ver con temas nuestros: desde el TLC hasta la migración. Será imperativo encontrar en la agenda sindical los espacios y posibilidades para intercambiar y negociar. No cabe duda que éste será un tema central de la agenda mexicana, decidamos hacerla nuestra o no.
Obama llegará a la Casa Blanca como un político hábil, diestro en el manejo de situaciones complejas y capaz de organizar una extraordinaria campaña. Al mismo tiempo, no es un político experimentado en temas legislativos y se va a encontrar con un contingente demócrata ansioso de avanzar una ambiciosa agenda económica, política y social. El tiempo dirá quién de los tres políticos clave –Pelosi, Reid y Obama- logrará dominar el proceso legislativo, pero no hay duda que en esa interacción se va a jugar el éxito del nuevo presidente. Al menos en el ámbito económico, pero no sólo ahí, todos los temas legislativos nos afectan Nuestra capacidad para estar presentes en esos procesos requerirá un activismo profesional distinto al que tradicionalmente hemos desplegado. Valdría la pena comenzar a entender cómo lo hacen con tanto éxito los canadienses y alemanes, por citar dos ejemplos obvios.
Finalmente, las comunidades mexicanas, esas que hemos despreciado por tanto tiempo, se han convertido en un factor central de la política estadounidense. Todo indica que su organización contribuyó al triunfo de Obama en al menos cuatro estados: Nevada, Nuevo México, Florida y Colorado. Los intereses de las comunidades mexicanas no son los mismos que los nuestros, pero los puntos de encuentro son infinitos. Ellos no van a trabajar para avanzar nuestra agenda, pero ciertamente sería posible trabajar en conjunto. Ello implicaría aceptarlos como iguales, reconociéndoles su capacidad y legitimidad, algo que jamás hemos sabido hacer.
La elección de Obama tumbó toda clase de mitos y verdades absolutas, comenzando por el de ser víctima permanente. Es hora de cambiar y sobreponernos a nuestros propios mitos y prejuicios sobre EUA para ser parte de los beneficios y no, como tantas otras veces, víctimas de nuestra propia incapacidad para entender su manera de funcionar, y actuar en consecuencia.
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