POCAS VECES MEXICO HA ESTADO ante la posibilidad de romper con la inercia paralizante que la caracteriza. Hoy es una es una de esas disyuntivas: la pregunta es si podrá lograrlo. Como ilustran los monólogos respecto a la energía, es impactante nuestra propensión a pelear por el pasado en lugar de construir un futuro. Unos quieren regresar a la legislación porfirista en la materia, otros a la década de 1930 y otros más a fortificar la corrupción de Pemex. Nadie está planteando un nuevo paradigma de desarrollo.
Parafraseando a mi padre cuando daba clases de cirugía, “la posibilidad de romper la inercia depende de dos factores: saber qué hacer y saber cómo hacerlo”. El gobierno actual cuenta con una extraordinaria capacidad de operación política, pero sus planteamientos sustantivos son pobres.
Los últimos tres gobiernos adolecieron de esa capacidad política, por lo que incluso las (pocas) buenas ideas que plantearon nunca prosperaron. Como ilustran los avatares de la propuesta reforma energética, saber cómo no es suficiente. La energía es un medio para la transformación del país: el gobierno ha hablado en términos “transformativos” pero no ha propuesto una visión transformadora. De eso depende que lo logre.
El desarrollo es cualitativamente distinto al crecimiento. Arabia Saudita podrá ser muy rica, pero nadie podría afirmar que se acerca a la civilización (definida ésta en términos occidentales). Países como China y Brasil, cuyas economías crecieron con celeridad en años pasados, ni siquiera se proponen alcanzar ese umbral. El desarrollo y la civilización requieren más que crecimiento económico, algo que sin duda podría avanzar con una reforma energética liberalizadora.
La primera tarea es crecer: ésa es la única forma en que el país podrá salir de su estancamiento, promover la movilidad social e incrementar el ingreso per cápita. En esto no hay controversia. La controversia se encuentra en el cómo, aunque las diferencias entre las fuerzas políticas suelen ser mucho menos grandes de lo aparente. Un botón de muestra: en realidad nadie está planteando hacer de Pemex una empresa competitiva, abierta, transparente y comparable a las petroleras del mundo. Las propuestas al respecto son defensivas y apocalípticas, no modernas ni civilizadoras. Falta esa visión de desarrollo, visión que incluya elementos clave como el Estado de derecho, pesos y contrapesos y rendición de cuentas al ciudadano. Lo crucial es que nadie, comenzando por el gobierno, tenga la opción de apegarse a la ley: el Estado de derecho existe cuando no tiene alternativa y de eso ni siquiera se está contemplando.
“MUY POCAS NACIONES NO OCCIDENTALES HAN LOGRADO ROMPER CON EL SUBDESARROLLO. LAS QUE LO HAN HECHO SON ILUSTRATIVAS DEL POTENCIAL DE UNA SOCIEDAD COMPROMETIDA”.
La búsqueda de elevadas tasas de crecimiento es necesaria aun cuando no avance hacia el desarrollo y la civilización. Se podría argumentar, así sea por demás controvertido, al menos en uno de los cases que, en contraste con nosotros (o Brasil y China) personajes coma Mandela y Pinochet crearon mejores condiciones pare avanzar hacia el desarrollo. Más allá de cómo llegó el presidente al poder, el ejemplo chileno es impactante. Sudáfrica enfrenta desafíos mayúsculos, pero cuenta con dos ventajas excepcionales: una visión clara de futuro y, a pesar de la corrupción, nadie quiere reconstruir el pasado. Algo podríamos aprender de ambos ejemplos.
El desarrollo requiere una visión cualitativamente distinta a la del crecimiento. Ambas son compatibles, pero el desarrollo sólo avanza cuando la población comparte una visión. Muy pocas naciones no occidentales han logrado romper con el subdesarrollo, pero las que lo han hecho son ilustrativas del potencial transformador de una sociedad comprometida. Corea, Taiwán, Chile, Sudáfrica y, a pesar de sus problemas financieros actuales, España, son ejemplos palpables de la oportunidad que México tiene frente a sí. Todas ellas vieron hacia adelante y rompieron con la maldición del subdesarrollo. En lugar de reformar un poquito y sin tocar a los intereses creados, optaron por una gran transformación, comenzando por la mental; a final de cuentas, es ahí donde se encuentra el corazón del subdesarrollo.
Cuando en 1998 Corea enfrentó una crisis financiera similar a las nuestras, su gobierno no se dedicó, coma Argentina, a culpar al resto del mundo. Lo único que hicieron fue enfocarse en resolver el problema. Nuestra oportunidad es inmensa, pero tendrá que construirse a cada paso con una visión de grandeza en lugar de una de restauración.
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