El amo del lodo

EUA

Lee Atwater fue a las campañas electorales sucias, lo que Pelé y Diego Maradona al futbol. El éxito de su carrera como estratega electoral en Estados Unidos no se basó en hacer ganar a los candidatos republicanos, sino en destruir la reputación de sus oponentes demócratas. Atwater transformó a la vileza innecesaria en un medio para triunfar en las urnas.

En 1980, en una campaña al Congreso de Estados Unidos, Atwater le pagó a un individuo para que se hiciera pasar por reportero durante una de sus conferencias de prensa. El falso periodista preguntó: “¿Es cierto que el candidato demócrata ha tenido problemas psiquiátricos graves?” Atwater no contestó la pregunta durante la conferencia de prensa, pero después buscó la oportunidad para “confiarle” a los reporteros que el aspirante demócrata Tom Turnipseed había tenido un tratamiento psiquiátrico con choques eléctricos. La información que Atwater omitió es que la crisis depresiva de Turnipseed había ocurrido 30 años atrás, durante el periodo más difícil de la adolescencia. El demócrata perdió la elección.

En los comicios presidenciales de 1988, George Bush padre estaba 17 puntos abajo del aspirante demócrata Michael Dukakis. Atwater entró en escena y comenzó a escarbar en el estiércol para encontrar un proyectil que demoliera la ventaja del puntero. La búsqueda en el fango surtió efecto: Willie Horton era un hombre de raza negra, convicto por asesinato en una prisión del estado de Massachusetts, donde Dukakis era gobernador. El sistema carcelario de la entidad tenía un absurdo programa de permisos que permitía a los presos salir de la cárcel algunos fines de semana y volver al lunes siguiente. Horton aprovechó su asueto de prisión para asaltar a una pareja y violar a una mujer. Lee Atwater diseñó un mensaje de propaganda donde el gobernador Dukakis apareció como el principal responsable de los crímenes de Horton. Después de la campaña sucia más intensa en la historia de Estados Unidos, Bush padre ganó la elección con más de ocho puntos de ventaja.

El amo del lodo tenía dos ambiciones antes de cumplir 40 años: trabajar en una campaña presidencial ganadora y ser el máximo dirigente del Partido Republicano. Logró ambos objetivos a los 39 años. El regocijo de su éxito fue breve. Al poco tiempo de su mayor victoria como Maquiavelo-electoral en 1988, Atwater fue diagnosticado con cáncer cerebral. El tumor era inoperable, sólo le quedaban unos meses de vida.

La proximidad de la muerte le transformó el alma y la forma de ver el mundo. Comenzó a escribir cartas a sus viejos enemigos políticos para arrepentirse por sus cáusticas estrategias de campaña. En una carta a Turnipseed, el candidato que recibió los choques eléctricos, Atwater dijo: “Es muy importante para mí hacerte saber que uno de los momentos más bajos de mi carrera fueron los ataques contra tu persona. Mi enfermedad me ha enseñado cosas que jamás entendí sobre la naturaleza humana y sobre el amor”. En las últimas semanas de su vida, Atwater mantuvo largas conversaciones telefónicas con Turnipseed. Este rival demócrata fue de los pocos adversarios que asistieron a su funeral.

En su testamento político publicado en la revista Life (febrero de 1991), Atwater afirmó: “Mi enfermedad me ha ayudado a ver que lo que le hace falta a la sociedad estadounidense es lo mismo que me falta a mí: un poco de corazón y mucha hermandad… He adquirido más riqueza, poder y prestigio que la mayoría de la personas. Pero puedes tener todo lo que deseas y aun así sentirte vacío. ¿Cuánto de ese poder cambiaría por tener más tiempo con mi familia o una tarde con mis amigos? No sé quién será nuestro líder en los próximos años, pero debe ser alguien que hable sobre este vacío espiritual de la sociedad, este tumor que llevamos en el alma”.

Al ver la campaña presidencial en México es triste observar que nuestros políticos aprendieron bien las lecciones que Atwater enseñó durante su vida. Muy pocos han comprendido el mensaje que le trajo su muerte.

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