¿Cuál es la explicación detrás del estancamiento económico del país?
El gran ausente en las décadas recientes ha sido el crecimiento económico. Diversos observadores, en particular Gordon Hanson, han analizado el fenómeno y la paradoja de haber realizado una amplia gama de reformas sin lograr el ansiado resultado. Y es cierto, México ha emprendido todo tipo de reformas y acciones supuestamente conducentes a lograr elevadas tasas de crecimiento, pero éste no acaba por materializarse. Hanson argumenta que no es que falten “grandes” reformas sino arreglos y ajustes en las existentes para que liberen el potencial creativo y productivo del país. El gobierno del presidente Peña ha sido particularmente incisivo en la necesidad de reenfocar las baterías gubernamentales para asegurar que, esta vez, el resultado sea distinto. Sin embargo, sus acciones a la fecha no sugieren que logrará su cometido.
¿Cuál ha sido la estrategia del gobierno?
El gobierno ha planteado dos grandes líneas de política pública. Primero, estimular la demanda con un rápido crecimiento del gasto público, lo que logró que creciera el déficit fiscal y la deuda más que la actividad económica.
Independientemente de su viabilidad, esta opción es ahora imposible por los precios del petróleo. Por otro lado, ha hablado mucho de elevar la productividad, pero a la fecha ha incrementado subsidios y protegido a los productores nacionales tradicionales (ej. textiles), más que creado condiciones que hagan competitiva –y por lo tanto más productiva- a la vieja planta industrial. La gran pregunta es si hay algo mejor que se pudiera hacer para, de una vez por todas, sentar las bases para una transformación económica cabal.
¿Qué decisiones han sido clave para dar lugar a la situación actual?
En un artículo reciente, producto de un viaje a México, Dani Rodrik, profesor de Princeton, afirma que “la incapacidad para crecer constituye un enigma para el cual no hay explicaciones simples”. En sus libros ha argumentado que el éxito de los países del sudeste asiático residió en que hubo una combinación óptima entre apertura económica y estrategias industriales que contribuyeron a que las empresas locales se ajustaran para ser capaces de competir en los mercados internacionales. Es decir, que no solo se abrió la puerta a las importaciones (como en México) sino que, dice Rodrik, más como ingenieros que como economistas, los asiáticos se abocaron a asegurar que las empresas locales tuvieran oportunidades de desarrollo.
No es obvio que ese tipo de estrategias hubiera funcionado en el contexto mexicano, pero el hecho es que la economía nacional acabó partida en dos pedazos, uno altamente productivo, el otro rezagado y sin futuro. Por otro lado, reformas como la energética, si se conciben como instrumentos para promover y facilitar el crecimiento (que, dada nuestra muy peculiar forma de ser, es mucho más probable en CFE que en Pemex), podrían tener un efecto similar al asiático. La reforma energética podría constituir una oportunidad excepcional para que se desarrolle un “nuevo” sector privado en una rama económica hasta hoy vedada a los mexicanos.
¿Cuál es el potencial de transformación de la reforma energética?
La oportunidad es evidente, pero también lo es el riesgo. Así como la CFE se está transformando con una clara visión de largo plazo, orientada a convertirse en un instrumento para el desarrollo del país (lo que presumiblemente podría generar posibilidades para que empresas mexicanas compitan directamente con las internacionales), en Pemex es claro que la empresa se está enquistando, tratando de recrear el viejo monopolio pero ahora de manera relativamente independiente del gobierno.
El contraste entre estas dos empresas difícilmente podría ser mayor. Si uno piensa en los términos que plantea Rodrik, es concebible que la CFE cree condiciones para que se establezcan empresas competitivas, libres de interferencia política. Por otro lado, también existe la posibilidad, mucho más clara en Pemex en este momento, de que se promuevan oportunidades para los cuates con mecanismos implícitos de protección. Lo primero contribuiría a acelerar el paso del crecimiento, lo segundo a más de lo de siempre: corrupción, improductividad y compadrazgos.
¿Qué lecciones sería importante tomar en cuenta para impulsar el crecimiento?
No es necesario ir muy lejos: basta con observar el pasado. En México nunca hubo una estrategia orientada a hacer competitiva a la planta productiva tradicional -ni antes ni después del TLC-, pero ha habido otra que es infinitamente más perniciosa: en lugar de promover la transformación de la planta industrial tradicional, lo que se ha hecho es protegerla, provocando informalidad e impidiendo lograr el objetivo central en la lógica de Rodrik: crecimiento económico amplio y sustentado desde la base.
La estrategia “museográfica” que el gobierno mexicano ha seguido en las últimas décadas tiene una explicación político-social (la planta tradicional emplea alrededor del 70’% del sector), pero no deja de ser una estrategia perdedora. Si el gobierno se empeña en una política industrial, lo mejor sería crear condiciones de competencia en el sector energético que hagan posible el desarrollo de una nueva planta industrial, pero si de verdad quiere que ésta contribuya al desarrollo, el entorno tendría que ser libre de interferencias burocráticas, subsidios y compadrazgos. O sea, algo que es poco natural para nuestros gobernantes.
El gobierno ha acertado en definir el problema del crecimiento como uno de improductividad. Su reto es atacar las causas, más que los síntomas de esa condición. La paradoja es que el beneficio político real se deriva de una economía creciente y pujante y no de una entelequia que se apoya sin sentido ni dirección.
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