Argumentos para festejar y argumentos para no festejar el bicentenario sobran. Quienes están a favor toman en cuenta principalmente razones históricas y culturales. Mientras tanto, los que se oponen dan una reseña de todos los problemas actuales: cómo festejar si tenemos una crisis de seguridad pública, el crecimiento económico está rezagado, hay dudas sobre la buena administración de los recursos, etc. Sin embargo, se ha hablado poco de los beneficios económicos que pueden traer la conmemoración y el festejo.
Los festejos generan beneficios económicos inmediatos para muchos actores. En esta ocasión, por ejemplo, ganan las empresas de entretenimiento (nacionales e internacionales), los hoteles y restaurantes de las zonas del festejo, empresas que proveen servicios de seguridad, las personas que fueron contratadas exclusivamente para este proyecto, los medios que transmitirán las fiestas y todo el comercio informal en torno al evento. Pero, precisamente porque de esto queda poco cuando termina la fiesta, y son muy pocos actores los directamente involucrados, se debe pensar si de las festividades puede el país ganar en el mediano plazo.
Las festividades del bicentenario se pueden ver como un derroche de recursos públicos en tiempos difíciles o se pueden ver como una inversión y una oportunidad. ¿Podríamos crear un vínculo entre gastar y festejar y la generación de beneficios concretos para el país? En caso afirmativo, las fiestas se podrían pensar como se piensan las olimpiadas o los mundiales de futbol: como ocasiones que sirven para fortalecer la marca país y para impulsar proyectos que creen mejores ciudades.
En el caso del fortalecimiento de la marca nacional, recordemos que en el último año México ha estado en las listas de alertas de seguridad de muchos países. Estados como Michoacán y Chihuahua, por mencionar sólo algunos, se han dado a conocer como destinos peligrosos. Las fiestas del bicentenario pueden ser una buena oportunidad para mostrar que, aunque México está enfrentando problemas serios de seguridad, las zonas de conflicto están focalizadas y existen muchas otras donde los riesgos para los turistas son muy bajos. Esto queda muy bien plasmado en el artículo titulado “Freedom Trail” en el diario New York Times, que es una verdadera invitación a viajar por México.
En el caso de las festividades como pretexto para tener mejores ciudades también hay mucho que decir. Vale la pena mencionar que, no hace mucho tiempo, se llegó a pensar que, gracias a la tecnología, las personas ya no necesitarían vivir unos cerca de otros. Sin embargo, el tiempo ha probado todo lo contrario. Cada vez hace más sentido vivir en ciudades por el valor que se genera al trabajar con otras personas, los servicios que se pueden obtener y la convergencia que se puede dar entre cultura y vida cotidiana. Así, el bicentenario es el pretexto perfecto para mostrar que las ciudades en México pueden celebrar siglos de cultura a la vez que se reinventan y se crean nuevos proyectos culturales.
La verdadera métrica de éxito de las festividades del bicentenario no es quién ganará el debate estéril entre festejar o no festejar, sino el poder responder meses y años después a preguntas como: ¿Entendemos cómo nuestra cultura puede llevarnos a ser una potencia mundial versus limitarnos? ¿Logramos articular una mejor política en torno a nuestros museos y zonas arqueológicas? ¿Logramos tener una ciudad donde la cultura permea la vida cotidiana? Las empresas nacionales que se contrataron, ¿pudieron utilizar esta oportunidad para conseguir recursos para más y mejores proyectos culturales hacia el futuro?
Si la respuesta a estas preguntas no es finalmente positiva, tendremos que inventar nuevos pretextos para cambiar. ¿Los habrá más persuasivos que el bicentenario de nuestra vida política independiente?
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