El cambio que no llega

Educación

Mientras el país se consume en conflictos estériles, el mundo avanza y nos deja en la retaguardia. La limpieza electoral y el financiamiento de las campañas son clave para el desarrollo político del país, tanto como lo es la transparencia de la función pública y el respeto absoluto e irrestricto a la ley y a las resoluciones judiciales. Pero todas éstas son sólo precondiciones para el desarrollo, no su substancia fundamental. El hecho de que en ellas se concentren las disputas cotidianas es testimonio fehaciente de lo lejos que estamos del camino hacia el desarrollo. Tal vez la conectividad permitiría acelerar el paso.

El mundo cambia a la velocidad del sonido, pero también se está dividiendo. Algunos países aceleran su paso, en tanto que otros se rezagan. Los primeros ven crecer su economía y el nivel de vida de su población. Los segundos se quedan atrás, aumentan el resentimiento de una población que se incrementa en forma descomunal y cierran la puerta al desarrollo de su ciudadanía. La misma dualidad la encontramos en el seno de muchas naciones, comenzando por la nuestra. Una parte de los mexicanos se integra al mundo moderno, participa en las oportunidades de desarrollo y se incorpora a los circuitos educativos, tecnológicos, comerciales, políticos y financieros del mundo del futuro. El resto se rezaga y permanece, si no exactamente en la edad de piedra, sí en el mundo del pasado. Muchos de esos mexicanos no viven de manera distinta a la época colonial. Pero las diferencias se acentúan cada día más, toda vez que el nuevo factor diferenciador es la conectividad.

La conectividad (el acceso a Internet) se ha vuelto el nuevo factor diferenciador en el mundo. La diferencia entre China y Afganistán en cuanto a su incorporación al mundo moderno puede medirse en términos de conectividad. Lo mismo puede afirmarse de decenas de naciones africanas, muchas latinoamericanas y asiáticas. Pero el fenómeno no es sólo signo distintivo entre naciones, sino que también caracteriza a muchas en su interior. En algunos casos, como China, se trata de un proceso que va avanzando sin pausa, pero las distancias físicas y psicológicas (y, sin duda, de control político) son enormes; aun así el gobierno del gigante asiático tiene claro que el futuro depende de la inserción cabal de su país en los circuitos modernos del mundo y que lo que es válido para sus zonas costeras, donde se concentra la mayor parte de su población y también de su crecimiento económico, deberá serlo también para el resto del país. En un número de años, toda China se habrá integrado a la modernidad electrónica.

En México la división es brutal. El México moderno convive con un México que difícilmente se distingue de la era colonial. Y entre uno y otro, la mayoría de la población se encuentra un verdadero vacío: una población con la capacidad de integrarse al mundo moderno, pero sin los medios para lograrlo. De esta manera, el país se rezaga menos por lo que su población no puede hacer que por la falta de visión de sus autoridades. La población rural, la más pobre del país, no cuenta ni con el capital humano (sobre todo una educación que contribuya a su desarrollo y no a su sometimiento político), ni con la infraestructura para su integración al mundo moderno. La población urbana, por su lado, vive en zonas donde la conectividad existe pero con serias restricciones. El hecho de que innumerables familias se comuniquen hoy en día con sus parientes en Estados Unidos por medio de correo electrónico sugiere que las barreras son artificiales, pero aún así en muchos casos insalvables. De lo que no hay duda es que el país carece de una política de conectividad que funcione y en esto nuestras diferencias con países como China son abismales.

La conectividad es el vínculo directo a la revolución informática que ha sobrecogido al mundo. La conectividad le abre una ventana de oportunidades a cada persona que tiene el acceso y esas oportunidades se traducen en información, reconocimiento y desarrollo personal. Quien cuenta con acceso a Internet tiene una ventana a fuentes de información que nunca antes fueron asequibles. Un individuo, de cualquier edad, puede saber lo que existe en otras latitudes y, con ello, informarse y compararse. De la comparación surge el reconocimiento tanto de sus fuerzas como de sus debilidades: en qué soy mejor que el francés o el chino y en dónde enfrento deficiencias notables. El reconocimiento le puede permitir al estudiante saber qué tiene que aprender, qué le falta y qué no le están enseñando. Lo mismo es cierto para el empresario, que puede comparar sus productos, encontrar nuevos medios de distribución y, sobre todo, una perspectiva novedosa sobre lo que está ocurriendo en su sector o rama de actividad en otros puntos del planeta. El valor y la utilidad del Internet se convierten en una cosa obvia para quien lo tiene, pero constituye una barrera infranqueable para quien se quedó fuera del círculo.

El desarrollo está hoy estrechamente ligado a la conectividad, la razón por la cual todos los países con una claridad de visión en términos del desarrollo se han asegurado que ningún ciudadano o región carezca de acceso. Son los casos de todos los países europeos, de Estados Unidos, Canadá, China, el sudeste asiático, Brasil y todos los países que comprenden hacia dónde va el mundo. En todos y cada uno de esas naciones, detrás del esfuerzo hacia la conectividad se encuentra un gobierno con visión. En algunos casos, como en Estados Unidos, el gobierno trazó la visión estratégica y dejó que fuera el sector privado el que la hiciera posible; en otros casos, como Singapur y China, ha sido el gobierno el gestor de la conectividad. El resto del mundo ha fluctuado entre grandes visiones, condiciones a los concesionarios de los servicios, subsidios y acciones directas. Sea como fuere, el hecho es que la conectividad se ha convertido en un factor central del crecimiento económico en todos esos países porque facilita el crecimiento de la productividad, porque incorpora al conjunto de la población y porque eleva la competitividad de las empresas.

Hay países que están dentro del círculo de la conectividad y países que se han quedado fuera. Otros tantos ?nosotros seríamos una suerte de paradigma en este conjunto– permanecen a la mitad del camino. El gobierno mexicano no ha impedido el desarrollo de la conectividad, pero tampoco ha hecho de éste un factor estratégico de desarrollo. En lugar de avanzar la conectividad, los esfuerzos gubernamentales (englobados en el proyecto denominado e-México) se han limitado al desarrollo de portales gubernamentales que le ofrecen información cada vez más amplia a la ciudadanía. En algunos casos, como en el del pago de impuestos, ya es obligatorio para una porción importante de los causantes el uso del portal correspondiente. Pero lo que de verdad revoluciona a una sociedad no son los anuncios de un gobierno por Internet, sino el acceso que el ciudadano pueda tener a ese medio de comunicación. Todavía más importante es que el ciudadano común y corriente tenga la oportunidad de comparar lo que ha hecho el municipio de Seara en Brasil o el de Beijing en China con el de la ciudad de Guadalajara o de México. Eso hará más por el desarrollo de un buen gobierno que todas las buenas intenciones de los políticos del país.

En suma, la conectividad es el factor individual más importante de transformación que el mundo haya conocido desde la Revolución Industrial. El acceso a la información cambia la manera de ver al mundo y lo hace para todos y en todos los ámbitos. Innumerables empresarios mexicanos se han quedado estancados en el mundo de los cincuenta: mientras que sus pares en otras naciones se transforman aceleradamente, muchos mexicanos se han quedado rezagados, frecuentemente sin saber qué está ocurriendo o, incluso para los mejor informados en el sentido antiguo de la palabra (a través de lecturas o televisión), sin haber tenido la oportunidad de encontrar maneras de agregar valor a sus productos o servicios. Hasta el dueño de un taller automotriz podría beneficiarse si conociera la manera en que cambia su industria, cómo operan talleres similares en Corea o en España o qué otros servicios podría estar ofreciendo. Aun cuando ese individuo ya no tuviera la formación o el deseo de aprender, el acceso a la información transformaría a sus hijos de una manera decisiva.

El acceso a la información se ha convertido en una nueva barrera diferenciadora para los estudiantes mexicanos. Aquellos que ?están conectados? ven al mundo como una oportunidad; aquellos que no lo están crecen percibiéndolo como una amenaza. Ahí se forjan diferencias que luego se traducen en un nivel de desempeño educativo muy distinto y, eventualmente, en ingresos familiares dramáticamente diferentes. La conectividad incentiva el aprendizaje de otros idiomas y promueve el desarrollo de habilidades que nadie percibiría como útiles en otro contexto. La suma de estos elementos se convierte en un motor de desarrollo que sólo no lo ven quienes tienen por objetivo la preservación de la pobreza y del subdesarrollo, tanto mental como económico.

El desarrollo del país requiere, como directriz estratégica, extender la conectividad a todos los rincones del país. El gobierno tiene que hacer suyo el propósito de asegurar que todas las escuelas del país estén conectadas (además de sus obvios beneficios, quizá así se pueda ayudar a que los estudiantes logren superar las barreras inherentes a la educación y al magisterio en el país) y que ello se convierta en un factor motriz del desarrollo.

Una vez trazado e rumbo, lo demás tendría que comenzar a acomodarse por sí mismo: la conectividad evidenciaría la lacra educativa y las deficiencias en términos de infraestructura que caracterizan al país. El acceso a la información llevaría a los niños y a los adultos a entender el mundo en que viven y eso les permitiría enfocar sus propias actividades (y demandas al gobierno) de una manera más precisa y práctica de lo que ocurre en la actualidad. En otros términos, si el camino de las reformas por la vía legislativa no avanzan, capaz que se le puede ?pasar corriente? al país a través de la conectividad.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.