El costo de las campañas negativas

Migración

El nivel del debate político en nuestro país nunca ha sido precisamente admirable. Pero las recientes campañas políticas se han visto acompañadas de nuevos y más agresivos recursos lingüísticos que forman parte del arsenal para atacar a los contendientes. Las campañas negativas han adquirido carta de naturalización en las contiendas electorales desde hace unos años. El recurso para Fox fueron las tepocatas y las víboras prietas, y ahora las chachalacas hacen lo suyo para López Obrador. ¿Hasta dónde resulta útil la estrategia de vapulear, de mofarse, de insultar al otro? ¿Es ésta una verdadera estrategia ganadora? La evidencia parece demostrar que la denigración del oponente en las campañas tiende a ser eficaz hasta cierto grado y que, después, puede implicar costos políticos, en ocasión severos.

El debate de propuestas ha quedado al margen de las actuales campañas. Los insultos y la reprobación son el medio para atraer votantes: AMLO dice “puras mariguanadas”, es igualito a Hugo Chávez y, por ende, encarna el populismo; Madrazo es sinónimo de corrupción y nadie debe confiar en él; Calderón es “más de lo mismo” y garante de la continuidad del foxismo. Esas son las claves del mensaje que la clase política busca transmitir al electorado.

A través de las campañas televisivas y radiofónicas los ciudadanos somos bombardeados con esa retórica agresiva, y ésta se convierte en la referencia primaria para orientar nuestro voto. No es de esperarse que los próximos debates entre candidatos presidenciales vayan a superar este esquema de invectivas y confrontación. Lejos quedan nuestras aspiraciones de recibir mejor asesoría política.

Las cualidades son volátiles, mientras que los hechos o rasgos negativos de un partido o un actor político tienden a fijarse fuertemente en la memoria colectiva y definir el voto. En las recientes elecciones mexiquenses dos escándalos (Montiel y el “gober precioso”) detonaron el voto de castigo al PRI. El spot que compara a AMLO con Hugo Chávez, seguido de toda una campaña para criticarlo por denigrar la imagen presidencial “castigó” el posicionamiento del perredista en las encuestas.

El electorado mexicano ha demostrado ser muy vulnerable a este tipo de campañas. Los candidatos presidenciales han sabido explotar bien la sensibilidad del electorado a este tipo de fenómenos. La gente repudia a los políticos mentirosos, rechaza el enriquecimiento ilícito de los representantes populares, reprueba la falta de respeto a la figura presidencial que promueve el desgaste de su liderazgo y legitimidad, reprocha la falta de resultados del gobierno, no se contenta con el estado de las cosas y lo hace manifiesto en su voto.

Los votos no sólo se han convertido en una herramienta para expresar demandas y canalizar institucionalmente intereses, se han transformado también en un instrumento para castigar a los políticos. En este sentido, las campañas negativas son características de las estrategias contemporáneas de lucha por el poder. Sin embargo, la profundidad que han alcanzado en las actuales campañas demuestra que el signo de la política mexicana sigue siendo la confrontación. A nadie debe extrañar entonces que el 87% de los mexicanos tenga poco o ningún interés en la política; que el 45% considere que los partidos son poco o nada necesarios para que el país mejore y que sólo 22% manifieste confianza en estas organizaciones.

Este proceso electoral en México es sui generis en muchos sentidos: una plural oferta política, la expectativa de un elevado abstencionismo (sobre todo de la población más joven, la más desencantada de la política y sus actores), estrategias impredecibles, fuerte migración de cuadros de una a otra fuerza, las encuestas ya no como “fotografías” sino como elemento conductor de la toma de decisiones, la notable ventaja del puntero perredista, entre otros aspectos singulares. Y las campañas negativas se han convertido en un recurso fundamental en este peculiar ambiente político.

Ahora es el momento de preguntarnos si éste es en verdad el nivel del debate que esperamos los ciudadanos, si ésta es el manera más lúcida de comunicar mensajes al electorado. Es muy claro lo que la guerra sucia reporta en términos electorales para nuestra clase política, que capitaliza las críticas con el fin de atraer a un electorado volátil como el mexicano. Lo lamentable de esta situación es que las campañas negativas no hacen más que reforzar la desconfianza de los ciudadanos en los políticos y su ejercicio, debilitando aún más los delicados cimientos de nuestra democracia.

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