En las democracias modernas, los beneficios de unos medios de comunicación libres y democráticos se ven empañados, en ocasiones, por el ejercicio irresponsable de estos actores en el manejo de la información que transmiten a los ciudadanos. El caso mexicano es ilustrativo, con medios de comunicación aglutinados en oligopolios informativos celosos de sus espacios de transmisión. Este escenario no favorece la pluralidad de fuentes informativas y no genera la competencia necesaria para mejorar la calidad de los contenidos o la introducción de nuevos foros temáticos y/o de discusión en la prensa, radio y televisión mexicanas.
Nadie duda, hoy en día, del poder que poseen los medios de comunicación. Su participación en la arena política se hace visible en el gran impacto que tienen los mensajes emitidos sobre el comportamiento de las élites y de la población en general: influyen en la decisión del votante, aceleran o retardan procesos de transición democrática, promueven el flujo informativo y la capacidad de los ciudadanos para participar en la arena pública y tomar decisiones, generan ideas sobre lo tolerable y lo repudiable en la vida política nacional e internacional, forman opinión pública, generan consenso o disenso en torno a una política pública, propician el debate público, entre otros.
La enorme libertad que poseen los medios de comunicación actualmente es, desde luego, deseable ya que deriva en una mayor valoración de la pluralidad y de un sentido crítico hacia el ejercicio del poder. Esta libertad, abre espacios informativos que se convierten en parte de la tribuna pública para vigilar el quehacer del gobierno y los actores políticos, haciendo más efectiva la rendición de cuentas.
Desafortunadamente, los medios de comunicación también pueden convertirse en actores que fijan a su antojo la agenda pública, jerarquizan a modo el flujo informativo, o incluso contextualizan un tema para generar cierto impacto dentro de la opinión pública. Los síntomas del padecimiento mediático van desde una prensa, una radio y una televisión que invaden la privacidad con la lógica de vender el escándalo; medios que mienten deliberadamente; que celebran estrepitosamente los tropiezos del Presidente o del Congreso y en general del gobierno; que enfatizan, las más de las veces, los errores por encima de los aciertos del poder; que viven bajo la dictadura del rating y de las encuestas de preferencia del público, haciendo de éstos, y no de la pertinencia de los espacios informativos, el parámetro para decidir “que es útil y que no”; que se aprovechan de la inmediatez de la transmisión de información para bombardearnos con imágenes nocivas y violentas (muertes producto del narcotráfico, inseguridad en las calles); que protegen celosamente sus espacios de transmisión para impedir la entrada de nuevos actores al juego mediático, erosionando la pluralidad y evitando la presión que genera la competencia para un tratamiento de la información más objetivo e imparcial.
Sin embargo, estos horrores mediáticos no sobrepasan los beneficios de unos medios de comunicación libres que contribuyen a modular el debate y el espacio público, a través de la pluralidad y el acceso a la información; que han sacado el análisis político y económico de los estrechos círculos académicos o partidistas para acercarlos al público; que han rescatado la danza, la música, el cine de los espacios de privilegio para distribuir más equitativamente esos bienes públicos que son el arte y la cultura; que revelan y difunden datos sobre nuestra sociedad a través de la investigación profesional y las encuestas; que al mantener la permanente vigilancia sobre los hombres del poder, los obligan a un nuevo comportamiento ético y hacen cada vez más costoso violar la legalidad; que generan expresión abierta, reflexión y consternación ante actos que atentan contra los derechos humanos, y mucho más.
Hay que celebrar la libertad y el poder de los medios de comunicación en México. Pero, también debemos exigirles corresponder a la confianza ciudadana con el ejercicio profesional, plural, moderno, crítico y objetivo. Para que contribuyan a la construcción de una nueva ética en los actores políticos, las instituciones y las empresas informativas, dándole prioridad a los temas sustantivos de la agenda nacional sobre las pulsiones del rating, favoreciendo la competencia que mejora la calidad de contenidos. Esa debe ser la tarea de unos medios libres, responsables y democráticos.
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