La vehemencia con la que por quince años tres sucesivos gobiernos nos han venido anunciando que elevadas tasas de crecimiento para beneficio de todos están a la vuelta de la esquina, debería ser razón suficiente para ponernos a dudar de las nuevas promesas de lograr un crecimiento palpable que hoy escuchamos. A lo largo de estos tres lustros, la economía mexicana se ha transformado de una manera espectacular. Hoy tenemos un gran número de empresas que son tan buenas como las mejores del mundo, exportan cantidades de dólares que hace sólo unos años parecían inconcebibles y pagan sueldos que, si bien todavía no se acercan a los de los países con quienes es atractivo compararlos, son muchas veces superiores al salario mínimo. La transformación de la economía mexicana es real y sin duda permanente, sobre todo porque su éxito no depende de un burócrata tomando decisiones (generalmente erradas) por todos, sino de millares de empresarios actuando cada cual por su cuenta, lo que por definición reduce los riesgos de una nueva crisis. El éxito de la parte progresiva de la economía mexicana es espectacular como lo muestran las tasas de crecimiento del PIB. En especial, los últimos dos años han mostrado una vitalidad que invita a pensar con optimismo sobre el verdadero potencial de la economía del país.
Pero los indudables avances que se han observado en los últimos tiempos, resultado de años de ajustes, inversiones y liderazgo empresarial, no garantizan el éxito del país en su conjunto. La parte de la economía que funciona bien, emplea a menos de la cuarta parte de los trabajadores y empleados del país y, aunque su crecimiento ha sido espectacular, dista mucho de contar con la capacidad para sacar al conjunto del país de su letargo. Si el tiempo no fuese relevante, se podría pensar que, en el curso de las próximas dos o tres décadas, si todo caminara bien y si no incurriéramos en nuevas crisis políticas o económicas, habría un buen chance de que el conjunto de la economía se integrara en cadenas productivas ultracompetitivas para beneficio de todos los mexicanos. Pero el tiempo obviamente sí es relevante, sobre todo para una población con el perfil demográfico de la nuestra, que además no se ha beneficiado de una tasa positiva de crecimiento per cápita (en promedio) desde 1981.
Si uno pudiera creer la retórica gubernamental, no habría la menor duda sobre la permanencia de la recuperación económica que ahora experimentamos. Sin embargo, si se observan los resultados económicos de 1970 para acá, uno no puede menos que albergar severas dudas sobre la probabilidad de que la economía mexicana logre tasas sostenidas de crecimiento del seis por ciento anual o superiores en el curso de las próximas dos décadas, tasas ya de por sí menores en cincuenta por ciento (o más) a las logradas por décadas por muchos países asiáticos y, más recientemente, por Chile. Muchísimas cosas tendrían que pasar para que pudiese ser posible lograr semejante éxito. La evaluación de la probabilidad de éxito depende de todo lo que se haga de aquí a entonces. Entre esas muchas cosas que tendrían que pasar, las siguientes son las mas urgentes.
En el ámbito político, la certidumbre y estabilidad del viejo sistema político se ha evaporado, lo cual es obvio para todo mundo, excepto muchos priístas, quienes siguen soñando con lo que ya no existe ni es posible. Para que pudiese ser posible alcanzar elevadas tasas de crecimiento por décadas al hilo sería necesario, en materia política, llevar a cabo acciones muy específicas: apresurar la reinstitucionalización del sistema político, alentando entendidos entre los partidos, fraguando coaliciones capaces de atraer a la población y forzando a que toda la actividad política se realice a través de las insituciones idóneas para ello (las elecciones, el Congreso, el debate público y los partidos), y no a través de asesinatos y manifestaciones en las calles; cambiar toda la estructura de incentivos que hoy tienen los políticos a fin de que se dediquen a servir los intereses de sus electores en lugar de atender a la burocracia de su partido o del gobierno. Quizá el cambio mas elemental para lograr este propósito sea la reelección; de igual manera, sería necesario fortalecer al poder judicial, alterar radicalmente la estructura de la administración de la justicia, formar jueces, pagarles salarios comparables a su responsabilidad, introducir mecanismos para fortalecer su independencia y, en general, crear las condiciones para que pudiese prosperar el estado de derecho; finalmente, para que todo lo anterior pudiese ser logrado, sería necesario comenzar por resolver el problema de la criminalidad y la inseguridad pública, tema cotidiano para la ciudadanía, pero, en forma icreíble, irrelevante en la agenda política actual.
En el ámbito social, a pesar de que a través de los años ha habido algún avance en términos de integrar a todos los mexicanos a la modernidad, nadie puede ignorar el hecho de que una porción abrumadoramente alta de la población del país se encuentra marginada, carente de habilidades básicas para valerse en el mundo moderno (y, ya que estamos en esas, en cualquier mundo) y totalmente aislada de las oportunidades que el desarrollo podría traer consigo. Parte de la solución a este gran reto histórico tiene que ver con programas como los que ha habido recientemente, orientados a disminuir la pobreza, a cambiar los incentivos para que la población deje de depender del gobierno y comience a valerse por sí misma y a asegurar una mejoría cualitativa en la educación, así como en la nutrición y en la salud. A muchos economistas les gusta afirmar que el potencial del país es infinito porque tenemos una población enorme que, al integrarse a la economía, va a generarle riqueza al país. La verdad, todos la sabemos, es que esa enorme población marginal no es integrable a la economía moderna porque no cuenta con esas habilidades básicas que son indispensables. Mientras este círculo vicioso no se rompa, el país va a seguir enfrentando un problema demográfico creciente para el que, en su estado actual, no hay solución posible.
Por el lado económico los retos son tan grandes (aunque diferentes) como los que había cuando se iniciaron las reformas económicas hace cosa de quince años. Si bien es evidente que hay empresas y sectores de la economía que han respondido a todas esas reformas de una manera sorprendente y espectacular, también es evidente que hay otras partes de la economía, pero sobre todo de la población, que se han quedado al margen y que no tienen ni la menor probabilidad de integrarse al mundo moderno en las circunstancias actuales. No es excesivo recordar que una de las principales razones por las cuales funciona tan bien esa parte exitosa de la economía tiene que ver con el hecho de que existe una estructura institucional sólida, el TLC, que garantiza su funcionamiento y, sobre todo, le asegura acceso a mercados de exportación. No existe nada equivalente en el interior del país. La Comisión Federal de Competencia se ha convertido en una maraña que no impide prácticas monopólicas, pero sí burocratiza todas las decisiones empresariales. Un empresario que quiere iniciar una nueva empresa se encuentra con impedimentos enormes para lograrlo: Tiene que sortear las restricciones al financiamiento que impone un sistema financiero ineficiente y, hoy, totalmente disfuncional; superar las trabas interminables que encuentra a nivel municipal (o su equivalente en las delegaciones del D.F.); manejar los costos de una ley del trabajo obsoleta, onerosa e inadecuada; sobrevivir a la acción de empresas paraestatales que indirectamente controlan (y, por lo tanto, limitan el crecimiento) de sectores enteros de la economía; y en general, a ser ignorado por todo un conjunto de entidades gubernamentales dedicado a atender sus propios problemas, y no los de las empresas existentes o, en todo caso, facilitar la creación de nuevas. Además, existen millares de empresas que cuentan con maquinaria, marcas y otros activos potencialmente rentables, todos los cuales están empantanados por el “barzonismo” que el rescate bancario ha creado, por la ausencia de un estado de derecho que haga cumplir los contratos, y por la inexistencia de una ley de quiebras apropiada para un país que quiere ser moderno, pero que sigue teniendo una economía medieval. Todo está estructurado para que lo que debería ser normal sea imposible.
Lo que habría que hacer para lograr tasas elevadas de crecimiento por largos periodos de tiempo es bastante obvio. Quizá sobren o quizá falten algunos elementos en esta lista. Pero el conjunto nos muestra el tamaño del reto que tenemos enfrente, el cual contrasta dramáticamente con el optimismo siempre exacerbado de las autoridades. En lugar de agotar sus energías en tanto optimismo, lo deseable sería que se dedicaran a hacer posible el futuro para los mexicanos de hoy y, sobre todo, para los de mañana.
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