Las regulaciones sirven para suavizar los ajustes que de otra forma el mercado realizaría de manera abrupta, pero también son un arma de doble filo.
Desde que detonó la actual crisis global, uno de los temas que mayor impacto mediático ha recibido es también uno de los debates más incomprendidos: la necesidad de regular las actividades económicas para evitar que se repita esta gran recesión.
El debate no es menor, involucra a todos los países, tanto en lo individual como a nivel regional y global, y también a todas las actividades económicas, en particular a aquellas cuyo giro de negocio se encuentre estrechamente vinculado con “tomar riesgos”.
No hace falta levantar mucho la vista para encontrar ejemplos de nuevas regulaciones que buscan controlar los instintos de los mercados. Un ejemplo nos lo ha dado el presidente Obama, quien en un timonazo, cuyo único precedente histórico se encuentra en el New Deal, no sólo pretende cobrar la factura al sistema financiero de su país, sino que además intenta ponerle una camisa de fuerza.
La propuesta de Obama busca hacer caso a un reclamo social que se funda sencillamente en que el pueblo estadounidense demanda que los culpables de la crisis paguen por sus errores y ambiciones. Visto así, una política de cobro y control tiene un claro sentido moral; lo que no necesariamente implica que sea eficiente desde la perspectiva económica.
El caso de la nueva regulación bancaria de Estados Unidos pareciera que se limitara al dilema shakesperiano de regular o no regular. Lamentablemente éste es un debate falso. Regular no tiene que ver con posturas morales; regular se trata de evitar que comportamientos ineficientes vinculados con fallas de mercado ocurran. Puesto en corto, regular es un problema económico, no un dilema político.
En el caso de la propuesta que se discute allende las fronteras, cobrar un impuesto a los activos bancarios es un claro desincentivo a la inversión.
Mientras que limitar el tamaño y capacidad de operación bancaria frena la innovación o promueve la localización de instrumentos financieros riesgosos en subsidiarias que no sean estrictamente bancos. En ningún momento se indica que el incentivo a tomar riesgo financiero sea eliminado.
Bajo la nueva regulación sólo será necesario tomar caminos más complejos y costosos para llegar a los mismos resultados.
Entonces, ¿cómo sería una buena regulación? Lo primero es tener claro que el objetivo es evitar que los intermediarios financieros tengan incentivos a tomar posturas de alta propensión al riesgo. Lo siguiente es entender qué quiere decir “riesgo” en el mundo financiero, que curiosamente no tiene mucho que ver con la acepción que usualmente le damos. Riesgo financiero tiene que ver con grados de incertidumbre y con el hecho de que a mayor nivel de ésta el inversionista buscará mayores rendimientos. Éste es el factótum a regular.
La propuesta de regulación bancaria de Estados Unidos es una referencia importante para México, pero de lo que se debe evitar. La lección es importante: la regulación es necesaria, pero se debe asegurar que ésta se aplique sobre la causa de la falla de mercado y no a su efecto.
Las regulaciones sirven para suavizar los ajustes que de otra forma el mercado realizaría de manera abrupta (como la recesión que hoy vivimos), pero también son un arma de doble filo. Si ocurre que no se regula de manera responsable y se hace más caso al dilema político intrínseco en esta clase de decisiones; seguramente terminaremos en el peor de los mundos: con una falla de mercado aún no resuelta y con un nuevo problema emanado de una inadecuada regulación.
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