El éxito del microfinanciamiento

Sustentabilidad

En un país donde un alto porcentaje de la población se encuentra en la economía informal, se requerirá de mucho más que microcréditos para avanzar

Lejos quedaron aquellos tiempos cuando el Estado era el único capaz de promover el desarrollo social. Cada vez más soluciones a los problemas de los mexicanos surgen de organizaciones de asistencia social y, sorprendentemente, de la iniciativa privada. Pero, mientras que en otros países el vínculo entre la iniciativa privada y el desarrollo de su gente es más explícita, en México todavía nos cuesta trabajo hacer esta conexión. Muchas personas siguen esperando que todas las soluciones provengan del Gobierno.

No hay un mejor ejemplo que Muhammad Yunus de Grameen Bank recibiendo el Premio Nobel de la Paz para ilustrar el vínculo entre desarrollo e iniciativa privada. Hace 10 años hubiera sido impensable que una persona que creó un modelo exitoso de microfinanciamiento pudiera recibir, al igual que la Madre Teresa, Lech Walesa o Nelson Mandela, el Premio Nobel de la Paz. El que Grameen Bank haya sido puesto en la misma categoría que organizaciones como las Naciones Unidas o Médicos sin Fronteras es algo que da pie a la reflexión.

Hoy cualquier persona entiende por qué el microfinanciamiento, además de ser relevante para la sociedad, es un buen negocio. Sin embargo, hace más de dos décadas, cuando organizaciones como Grameen Bank y Acción Internacional daban sus primeros préstamos, esto no quedaba tan claro. Las agencias de microfinanciamiento cambiaron paradigmas, detectaron incongruencias, entendieron las necesidades y adoptaron un nuevo esquema para satisfacerlas.

Así, la historia del microfinanciamiento es una de innovación. El reto fue en su momento el siguiente: las personas para quienes un préstamo tendría el mayor impacto en sus vidas no contaban con las credenciales para obtenerlo. Mientras que la banca comercial seguía esperando que “los pobres” se integraran a la formalidad y cumplieran con los requisitos vigentes para poder recibir sus servicios, el modelo de microfinanciamiento se hizo la pregunta inversa: ¿qué necesitamos para otorgarle créditos a personas que no tienen colateral, historial crediticio o propiedad alguna y al mismo tiempo mantener un bajo nivel de baja cartera vencida?

El resultado fue un modelo que se apoya en redes y mecanismos sociales ya establecidos para dar créditos no sólo individuales, sino también grupales. Las personas pagan sus deudas porque hay una presión social o de grupo, porque están interesadas en volver a recibir préstamos y porque valoran la oportunidad que nadie antes les había brindado. Otro aspecto que en ese entonces fue innovador fue el que este esquema se apoyara en las mujeres como pilar de su modelo de negocios, algo que programas como Progresa y Oportunidades adoptaron hasta mucho después.

No cabe duda de que el éxito del microfinanciamiento cambió paradigmas, convirtiéndose en un modelo escalable y replicable. En México, el microfinanciamiento sigue creciendo y hoy vemos casos de organizaciones más consolidadas, como Compartamos y FinComún. En una categoría similar, cadenas de tiendas como Elektra, Famsa y Coppel han entendido muy bien que los grupos sociales más necesitados no sólo pagan sus deudas, sino que ahorran y quieren consumir. Estas empresas también se han beneficiado de brindar crédito al consumo para un grupo social hasta entonces excluido.

El reflector de los últimos meses sobre el tema del microfinanciamiento ha incluido también a los críticos de estas instituciones. El reproche más frecuente es que las tasas de interés que muchas de estas empresas u organizaciones cobran son muy elevadas. Sin embargo, el peor crédito es el que no se tiene y el éxito de estos esquemas demuestra que la mayoría de la gente prefiere pagar tasas altas versus no disponer en lo absoluto de este servicio. La mejor manera de combatir estas altas tasas es finalmente vía una mayor competencia, y es aquí donde la buena regulación del gobierno es clave.

Por otra parte, porque los microcréditos en muchos casos no llegan a las personas más necesitadas, se ha propuesto que sean organizaciones sin fines de lucro -y no bancos tradicionales- las que se encarguen de otorgar créditos a sectores sociales en desventaja. Lo cierto es que la oferta de préstamos por parte de organizaciones filantrópicas complementa, pero no sustituye, la creación de servicios financieros lucrativos dirigidos a la población de menos ingresos. Debe subrayarse que son precisamente los elementos no-filantrópicos los que han permitido que el microfinanciamiento se expanda tan rápido. Este modelo ha dado pie a la creación de estructuras auto-sustentables, adaptables a los cambios en el entorno y, por lo tanto, menos vulnerables.

En un país donde un alto porcentaje de la población se encuentra en la economía informal, se requerirá de mucho más que microcréditos para avanzar. La labor del gobierno será clave en áreas de regulación y en propiciar la innovación cuando de temas de desarrollo social se trate, venga ésta de organizaciones lucrativas o no lucrativas.

Así como no fueron las compañías de ferrocarriles las que inventaron el automóvil ni Sony el creador del iPod, tampoco fue la banca comercial tradicional la que entendió el negocio escondido en el microfinanciamiento. Enhorabuena por los emprendedores con visión social.

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