Con el triunfo del líder cocalero Evo Morales en Bolivia, se consolida el eje izquierdista en América del Sur. El discurso de los países que lo integran parece muy claro: el rechazo al modelo neoliberal y con ello a sus organismos emblemáticos: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional; la crítica abierta al libre comercio entendido como el entramado donde se han consolidado los intereses de los países altamente desarrollados y la intención de darle un rostro social al mercado.
Todo ello salpicado desde inflamados discursos acerca del “perverso imperialismo y de los costos sociales de la globalización; de supuestas conjuras norteamericanas para espiar y derrocar a regímenes democráticamente electos; de la reivindicación de héroes variopintos como Bolívar, Túpac Katari y el Che Guevara; de la “necesidad imperiosa de defender la soberanía de los embates de la ortodoxia económica impuesta desde los “centros hegemónicos del imperialismo hasta la reivindicación del glorioso pasado indígena.
Uno de los mayores contrasentidos de esa retórica izquierdista, es que el principal socio de la Venezuela “bolivariana y antiimperialista sea su jurado enemigo, los Estados Unidos, gobernado por “Mister Danger (George Bush), como lo ha denominado el propio Hugo Chávez.
Venezuela se ha convertido en el principal promotor de esta especie de “bloque sudamericano otorgando apoyos económicos y promoviendo proyectos de gran envergadura como el gasoducto que uniría a ese país con Argentina, una iniciativa que cuenta con el interés y el respaldo de Kirchner y Lula.
Hay varias razones por las que pienso que el proyecto de consolidar este eje izquierdista se puede ir al fracaso:
Es cierto que Venezuela cuenta con recursos económicos sin precedentes, producto de la exportación de petróleo (cuyo precio se encuentra en niveles históricos y que podría elevarse todavía más si estalla un conflicto con el Irán ultrafundamentalista por su proyecto de enriquecer uranio con fines militares). El dinero y la “chequera abierta de Chávez resultan importantes en el intento de consolidar las alianzas e imponer la hegemonía del proyecto venezolano; sin embargo, no bastan.
Brasil y Argentina tienen sus propios intereses hegemónicos, y su propia visión con respecto al alcance de la economía de mercado y la apertura a los mercados globales. Venezuela, fuera del petróleo y la bauxita, es un país con menor integración al mercado mundial que los dos gigantes sudamericanos. El capital extranjero juega un papel de enorme importancia en las economías brasileña y argentina y es responsable de un gran porcentaje de las divisas y de los empleos. Lula aceptará las alianzas con Chávez para impulsar proyectos de carácter regional o luchar por mejores condiciones de intercambio en el mercado global, pero no estaría dispuesto, bajo ningún concepto, a enfrentarse a los Estados Unidos o romper con la disciplina macroeconómica que hoy despierta la confianza de los capitales extranjeros.
Argentina, por su parte, se encuentra todavía recuperándose de la severa crisis económica de 2001-2002, y necesita urgentemente seguir mejorando su calificación de riesgo-país en los mercados de deuda, además de atraer capitales.
Se equivocan quienes mantienen expectativas con respecto al triunfo de Michelle Bachelet. Chile se ha labrado un prestigio y se ha convertido en el país más competitivo de América Latina, gracias a la disciplina macroeconómica y la apertura irrestricta a los capitales extranjeros. Dudo muchísimo que la nueva presidenta, fuera de cierto rostro más social de su gobierno, se atreviera a poner en riesgo los principios que han permitido consolidar el exitoso modelo chileno.
Bolivia es la víctima propicia para las ambiciones de Chávez. Con enormes espacios de pobreza, una grave escasez de recursos fiscales y la minería como única fuente de divisas, el gobierno de Evo Morales, voltea esperanzado hacia Venezuela.
Hugo Chávez en sus ambiciones sin límites, ve en el gobierno dictatorial de Cuba a una de sus mejores cartas para influir en la política regional. No cuenta sin embargo, con que La Habana está cada vez más aislada y sometida a una abierta crítica por la violación sistemática de los derechos humanos.
La ruta que seguirán las alianzas en el espacio sudamericano será compleja y tortuosa y no exenta de futuras contradicciones y choques de intereses entre los ejes hegemónicos de la política regional, a los que hoy se incorpora Venezuela con su discurso izquierdista y la chequera abierta.
Los que celebraban la consolidación de un eje izquierdista-antimperialista en esta región, tendrán que seguir esperando, y sentados.
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