El futuro y el PRI

PAN

“En ocasiones errado, pero nunca en duda” es una caracterización que fácilmente se podría aplicar al PRI. El partido de la revolución estabilizó al país en el siglo XX pero nunca logró superar su pecado de origen: un sistema dedicado íntegra y exclusivamente a la llamada familia revolucionaria, a servir a los intereses del poder y sus negocios. El riesgo de la próxima elección es regresar a ese mundo de complacencia. México claramente requiere un gobierno eficaz y la forma en que evolucionaron los dos gobiernos panistas recientes fue todo menos eso. Pero la solución no reside en un gobierno en control absoluto del poder.
Los priistas se precian de su capacidad para gobernar. Sin embargo, su probada capacidad de ejecución no es lo mismo que un buen gobierno: México tuvo muchas décadas de gobiernos hábiles pero no buenos gobiernos. De haberlos tenido, el país sería rico y próspero, como Corea u otros países de similar nivel de desarrollo. Claramente, requerimos un gobierno eficaz, pero también un buen gobierno. La pregunta es cómo lograr esa combinación exitosa.
El PRI que hoy flexiona el músculo no es un PRI moderno o visionario. Su vista está decididamente concentrada en el espejo retrovisor, en lo que para muchos priistas nunca debió abandonarse. En el mundo idílico del profesor: un gobierno en control, una sociedad subordinada y una economía en crecimiento. Los sesenta.
Para el viejo sistema nunca existió la sociedad más que como instrumento manipulable. Esto no implica que se impidiera el crecimiento económico pues la evidencia de lo contrario es enorme, pero sí de que su función objetivo, su razón de ser, fuera la de servir a los intereses de la familia revolucionaria: mantenerse en el poder y explotarlo para su beneficio. Eso es lo que las mayorías absolutas hacen posible: la imposición.
Cuando el PRI perdió la presidencia se creó la oportunidad de transformar al sistema político, remontando los traumas previos pero construyendo sobre lo existente. Lamentablemente, las dos administraciones que sucedieron al PRI (y, de hecho, las últimas tres) no tuvieron la visión, grandeza o capacidad de trascender lo que heredaron. Los ciudadanos acabamos con una democracia enclenque que no ha satisfecho las expectativas o cambiado el rumbo del país. La conclusión de muchos es que el problema yace en la ausencia de mayorías legislativas. Yo difiero: el problema yace en la incompetencia de nuestros gobernantes recientes, en su inhabilidad para construir mayorías y transformar al sistema político. No es lo mismo.
Ese malogro es la principal explicación de la situación actual del PRI. En franco contraste con los partidos del viejo régimen en otras sociedades, el PRI la tuvo fácil: no tuvo que reformarse para volver a sobresalir en las preferencias electorales. El riesgo ahora es que sea la sociedad quien pague los platos rotos.
Más allá de las encuestas y de las diferencias de perspectiva entre jóvenes y viejos –los que vivieron la era del PRI abusivo y los que viven el desconcierto actual- el hecho tangible es que el país es un gran desorden. La propuesta del PRI para restaurar el orden ha sido convincente: un gobierno eficaz. El problema es que eficacia no implica un buen gobierno y esa es la historia del PRI. La realidad es que la incompetencia de los últimos gobiernos impidió que se substituyeran las estructuras e intereses priistas por instituciones funcionales y pesos y contrapesos debidamente estructurados.
Nadie puede dudar que el país requiere un gobierno eficaz. En la era priista, la eficacia estaba casi garantizada porque el sistema era tan fuerte y ubicuo que permitía que hasta malos gobernantes funcionaran de manera efectiva. Sin embargo, desde que el PRI se dividió en los ochenta, su capacidad de imposición disminuyó drásticamente. Desde entonces, el éxito de un gobierno ha dependido de la habilidad política -individual- del presidente: no es casualidad que entre 1982 y el presente sólo Salinas haya sido efectivo.
En este tiempo el país se ha descentralizado de una manera notable pero no contamos con estructuras consolidadas de pesos y contrapesos que le den estabilidad y predictibilidad al sistema en su conjunto. Es este el factor que crea tanta incertidumbre: la posibilidad de que el PRI regrese a restaurar el viejo sistema opresivo o que López Obrador destruya lo poco que se ha avanzado de manera decisiva. Nuestro problema es de ausencia de contrapesos y eso no se resuelve con un gobierno “eficaz” ni mucho menos con mayorías absolutas en el legislativo. Lo que México requiere es una negociación entre las fuerzas políticas que le de vida a un cuerpo institucional de pesos y contrapesos y nos lleve a otro estadio de desarrollo.
El país ha cambiado notablemente, aunque no siempre para bien: la realidad del poder ya no es de centralización política sino de dispersión del poder con una enorme concentración en los liderazgos partidistas y los gobernadores, además de los llamados poderes fácticos. En franco contraste con la vieja era priista, la multiplicidad de contactos que caracteriza al mexicano promedio con el resto del mundo es impactante. La única razón por la cual el país ha seguido adelante en los últimos veinte o treinta años es precisamente que los mexicanos encontraron formas de funcionar independientemente del gobierno. Son los resabios del viejo sistema –el del PRI y el de AMLO- los que mantienen atorado al país. No hay nada a donde regresar.
El reto del país consiste en desmantelar, ahora sí de manera definitiva, la estructura corporativista que persiste en las paraestatales, en el sindicalismo corrupto y en los negocios particulares, muchos de ellos ilícitos, de sus próceres. Es decir, afectar las bases de poder priista y sus estructuras de soporte. México requiere consolidar el modelo de apertura –en lo económico y en lo político- y eso implica afectar intereses fundamentalmente priistas. La pregunta es si el monstruo puede funcionar rompiéndose las entrañas y, más importante, si controlando la presidencia, el congreso y el senado tendría incentivos para hacerlo. Lo dudo.
El mexicano quiere orden, factor que ha fortalecido al PRI en esta contienda. Pero el orden sin contenido no es respuesta. Para restaurar el orden y acabar de construir el camino del crecimiento es imperativo romper con lo que por tantos años fuimos, es decir, con el sistema priista. ¿Quién podría lograrlo? Sólo un presidente con habilidades políticas pero guiado por el imperativo de tener que construir un acuerdo político con el resto de los partidos. Regresar a la era de mayorías absolutas sería una enorme regresión.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.