El recientemente anunciado equipo de trabajo calderonista –en lo que ya conocemos de su parte social y económica- ha sido recibido por la opinión pública con mucho menos expectativas que el entonces “gabinetazo” de Fox. Se trata de un gabinete cercano al punto medio, a los grises, a los bajos tonos, a un desempeño que garantiza condiciones mínimas de gobernabilidad, pero del cual tampoco podemos esperar ni un nuevo proyecto de país ni la gran visión estratégica que muchos desearíamos. Es un equipo distante de la calidad que se requiere para poner los cimientos del proyecto 2030 de gran alcance que ha propuesto el propio presidente electo al país.
No hay duda que dentro de él hay hombres y mujeres con buenas intenciones, con trayectorias valorables y con las credenciales mínimas necesarias para desempeñar las tareas a su cargo. Pero ante los enormes retos que enfrenta el país un gabinete cercano a las medias tintas no era lo deseable. Felipe Calderón parece haber olvidado dos cosas: primero, que la legitimidad con la que asume el poder está profundamente minada después de un proceso electoral tan competido y cuestionado; segundo, que una de primeras señales con las que hubiera podido combatir esa carencia de consensos, era con la designación de un gabinete plural y profesionalizado.
En la conformación del gabinete, Calderón privilegió las más de las veces las lealtades y el apoyo otorgados durante su campaña presidencial por encima de la capacidad probada y la experiencia acumulada. Favoreció a aquellos que demostraron ser fieles a su persona y no siempre a un proyecto de nación más ambicioso; priorizó el pago de cuotas por encima de la más necesaria promesa de construir un gabinete de coalición; apostó por un gobierno de la mano de su partido para recibir el apoyo incondicional de la estructura y de todas las corrientes que componen el PAN sobre la posibilidad de un gobierno plural, prefirió un gobierno pintado de azul sobre uno teñido de varios colores.
Las tareas que deberán encarar los secretarios ya designados, son mayúsculas y urgentes: poner al país en la ruta del crecimiento económico y la generación de empleo; mejorar la calidad de vida de los mexicanos; avanzar hacia una sociedad más y mejor educada para fortalecer la competitividad y crear puertas de salida a la pobreza.
Convertir a México en el país de las oportunidades y no de las mediocridades requiere impulsar las reformas estructurales pendientes, enfrentar a los monopolios económicos y educativos; garantizar la paz social en todo el país; evitar la proliferación de grupos que buscan desestabilizar al Estado; combatir el narcotráfico; abatir la delincuencia; poner a disposición de los ciudadanos un mejor sistema de salud; generar una política social más vinculada con la política económica, son sólo algunos de los desafíos más inmediatos.
Así como los mercados financieros necesitaban de un Carstens, el sector salud necesitaba de un Jaime Sepúlveda Amor, en ese sentido tendríamos que cuestionar que tan conveniente resultó convocar al gabinete a panistas con trayectoria, en lugar de expertos en los distintos temas de la agenda nacional.
Sin embargo, no podemos juzgar al nuevo gobierno cuando apenas está en proceso de gestación, cuando sólo ha emitido sus primeras frases. Lo que sí debemos temer es un gobierno demasiado cercano (tanto que se tornara peligroso) al PAN más conservador y retrógrado, al más pobre cultural y políticamente hablando, a unos funcionarios que se prueben muy competentes en lo técnico pero demasiado novatos en la operación política y la negociación.
El país requiere de un gobierno con firme liderazgo político; con capacidad para tomar decisiones que afecten intereses poderosos; con creatividad para encontrar soluciones nuevas a problemas añejos y con una enorme disposición a pactar con otras fuerzas políticas.
El calderonismo no inicia con las grandes expectativas que rondaron al foxismo. El nuevo gabinete tiene los pies más plantados en la tierra, pero ante una realidad nacional desafiante preocupa la mediocridad política. Es importante recordar que no fue la falta de lealtad política lo que fracturó al “gabinetazo” de Fox, sino la falta de liderazgo, de conducción de parte del jefe del ejecutivo en turno. Felipe es un hombre con otra visión de ejercicio del poder, más firme y más eficaz. No necesitaba más panistas, necesitaba más expertos. Al filo de arrancar el nuevo gobierno ha desperdiciado una buena oportunidad.
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