Lao Tzu, el padre del Taoísmo, decía que “aquél que no confía suficiente no será objeto de confianza”. Los gobernantes mexicanos nunca han confiado en la población, quizá la razón por la que la confianza de la ciudadanía en ellos es efímera. El tema es fundamental para identificar nuestras carencias sobre todo ante la posibilidad de adoptar una estrategia de desarrollo susceptible de ser exitosa.
Un viejo debate respecto a la capacidad de un gobierno de funcionar tiene que ver con qué pesa más: los líderes o las instituciones. Típicamente, las sociedades menos desarrolladas se caracterizan por instituciones débiles, en tanto que las más desarrolladas son aquellas que cuentan con estructuras institucionales fuertes que regulan la vida de la sociedad y atajan a éstas de las veleidades de las personas. Desde esta perspectiva, no cabe la menor duda que la fortaleza de las instituciones de un país constituye un factor clave de su capacidad de desarrollo.
Las instituciones son importantes porque despersonalizan los procesos de decisión y le confieren certidumbre al ciudadano. Una sociedad institucionalizada no depende de que un individuo -igual el presidente o primer ministro que el más modesto burócrata- se levante de buenas cada mañana o que tenga ganas de atender a la ciudadanía. Más bien, las instituciones establecen límites y procesos que impiden que esos individuos abusen del poder. Así, un buen gobernante puede lograr que toda la estructura gubernamental funcione de manera coherente y eficaz, pero uno malo no tiene el poder suficiente para dañarlo. La fortaleza institucional permite evitar que un líder excepcional pero perverso abuse de la ciudadanía.
La función del liderazgo es más compleja. Un buen líder puede hacer magia en una sociedad, pero uno malo puede causar un daño terrible. Paul Johnson* afirma que Churchill fue un gran líder porque se ganó la confianza de la sociedad. “Confiamos en Winston Churchill para salvarnos y él también confió en que los británicos tendrían el valor, la entereza, inteligencia y fuerza para hacer posible la salvación”. En sociedades institucionalizadas, un buen líder puede ser el factor transformador sin poner en riesgo la estabilidad social.
Algo similar puede ocurrir en las sociedades subdesarrolladas pero los riesgos son mucho mayores. Uno nunca sabe si un líder fuerte será un factor positivo o negativo. La ausencia de instituciones fuertes que limiten y obliguen al líder a rendir cuentas lo convierten en un factor incierto que igual puede acabar siendo un dictador que un constructor extraordinario. Cualquiera que observe el panorama de nuestra historia o de naciones similares a la nuestra podrá encontrar ejemplos esclarecedores al respecto. Lula, el ex presidente de Brasil, probó ser un líder excepcional, pero tuvo que contender cuatro veces por la presidencia para ganarse la confianza de la población.
En los ochenta tuvimos un ejemplo formidable de los aciertos y riesgos de un liderazgo fuerte. Carlos Salinas fue un líder excepcional que rompió con los cartabones tradicionales del gobierno, alteró estructuras fundamentales, sobre todo en la economía, y rompió con factores de poder que hoy llamamos “poderes fácticos”. Todo eso le ganó la confianza de la población e hizo posible avanzar un significativo proceso de reforma. La misma persona eventualmente tomó decisiones en materia cambiaria y de conducción del proceso de sucesión presidencial, además de contención familiar, que llevaron a una de las crisis más profundas de nuestra historia reciente. Vicente Fox no condujo a una crisis económica, pero fue electo en un entorno de expectativas exacerbadas que no sólo no satisfizo, sino que ni siquiera fue capaz de administrar, todo lo cual llevó a una enorme y profunda desilusión. Ambos casos muestran dos caras de una misma moneda: los riesgos y virtudes de un líder en una sociedad sin instituciones fuertes.
Es posible que mucho del pesimismo que permea nuestro entorno actual sea producto de la destrucción de ilusiones que generaron esos dos personajes. Líderes excepcionales, acabaron desilusionando a una ciudadanía que confió en ellos y que acabó sintiéndose traicionada, al grado de repeler cualquier propuesta de cambio: la población les dio su confianza a cambio de nada. De haber tenido instituciones fuertes, el daño habría sido menor, aunque no así la desilusión. Cuando las expectativas son tan grandes, como ahora viene descubriendo Obama, la desilusión es inevitable.
En el mismo artículo, Johnson argumenta que la trascendencia de líderes como Margaret Thatcher y Ronald Reagan en sus respectivos países se debió a que se ganaron la confianza de sus ciudadanos porque los líderes confiaron en la ciudadanía. “Los procesos de ganar y recibir confianza son graduales y casi metafísicos. Así es como un buen líder, en algún momento, deja de ser un mero político -un funcionario gubernamental- para convertirse en una institución confiable. A partir de ese momento la nación se hace más saludable, más segura y, por lo tanto, más feliz”.
Este año tendrá lugar la nominación de los candidatos a la presidencia para el 2012. La población seguramente esperará que contiendan personas capaces de ejercer un liderazgo efectivo pero dentro de los marcos institucionales vigentes que, por débiles que sean, son cruciales para evitar replicar casos como el venezolano. Quizá el mayor de los retos será encontrar un líder capaz de inspirar a la población por su integridad y por la fuerza de su carácter, así como por su visión y juicio, todo lo cual es indispensable para ganarse la confianza de la ciudadanía y ejercer la presidencia con efectividad. Si algo requerimos es de un líder susceptible de enfrentar a los intereses creados que acosan y paralizan al país pero, al mismo tiempo, uno capaz de entender los límites que confiere la necesaria confianza de la ciudadanía.
Fukuyama, autor de Trust, afirma que las sociedades que se logran desarrollar son aquellas que construyen un fundamento sólido de confianza: confianza entre los ciudadanos para poder realizar intercambios y transacciones en el mercado o para llegar a acuerdos en el terreno político. La única posibilidad de romper tanto con nuestras debilidades institucionales como con los poderes que paralizan al país reside en un liderazgo que sea capaz de entender los riesgos y retos y, a pesar de ello, ganarse la confianza de la ciudadanía. Para Paul Johnson eso sólo es posible cuando el líder confía en el ciudadano, algo mucho más difícil de lograr y peor dadas nuestras experiencias recientes.
* Forbes noviembre 18, 2010
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