Todas las encuestas los ponen en primer lugar. A más de dos años de la próxima justa presidencial las encuestas son en buena medida irrelevantes, pero el simbolismo es claro y lo que yace detrás del crecimiento del PRI en las preferencias populares lo es más. Es obvio que debemos prepararnos para un retorno del PRI al poder. Lo que no es igualmente obvio es que los priístas estén preparados.
Hace poco leí una historia interesante sobre Einstein que es aplicable al PRI. En una ocasión, sus estudiantes le reclamaron por la calificación de sus exámenes. Su protesta era que los problemas que tenían que resolver eran exactamente los mismos que les había puesto en el examen del año anterior. Pues sí, respondió Einstein. Las preguntas son idénticas. Sin embargo, lo que ustedes tienen que entender es que las respuestas han cambiado. Apócrifa o no, la historia sirve de metáfora para la realidad que el retorno del PRI podría traer consigo.
Las respuestas han cambiado, pero no es obvio que los priístas así lo hayan entendido. De regresar, el PRI sería no más que una caricatura de su antiguo ser, pero su objetivo es el de restaurar lo que existía, comenzando por la vieja presidencia. El PRI que ha ascendido en las encuestas no es distinto al anterior, reformado y transformado: no ha tenido que hacer nada más que esperar a que la falta de vocación para el gobierno derrotara a su oposición histórica.
Lo que nadie puede desdeñar es que la realidad de hoy no es la misma de cuando el PRI estaba en el poder y esa es la razón por la cual las respuestas no pueden ser las mismas. La pregunta relevante hoy debería ser: ¿Cómo construir un país moderno en las circunstancias actuales? Pero los priístas más prominentes en la contienda no se están preguntando eso: la evidencia los muestra mucho más preocupados por restaurar la capacidad de imposición de antes que de desarrollar formas creativas y novedosas de gobernar con una visión de futuro.
La derrota del PRI en 2000 cambió la realidad del poder porque lo descentralizó y con celeridad lo capturaron los gobernadores, líderes legislativos y “poderes fácticos” que adquirieron vida propia al margen del PRI. No va a ser posible restaurar lo anterior. Como dijo Walesa ante la derrota de su partido frente al antiguo Partido Comunista polaco, no es lo mismo hacer sopa de pescado a partir de un acuario que hacer un acuario a partir de una sopa de pescado. Con todas las ventajas con que cuenta, el PRI que regresaría sería estructuralmente distinto al que se fue.
Cambió la estructura del poder pero el país no ha encontrado una manera efectiva de gobernarse. Parte de ello seguro tiene que ver con las capacidades personales de quienes han sido los responsables de conducir los destinos del país, pero mucho es resultado de las dislocaciones reales que han tenido lugar. El país tiene una mala estructura de gobierno y carece de un sistema efectivo de pesos y contrapesos que defina con nitidez los espacios de acción de cada uno de los poderes públicos (por eso tantos intentos de reforma política encaminados a sesgar las reglas a favor de uno u otro). Se vive una lucha intestina entre quienes quieren la perfección y quienes quieren todos los beneficios para sí, ignorando la experiencia de múltiples países que muestra que un país triunfa cuando se logra el mejor arreglo posible que le haga funcionar.
Desafortunadamente, ninguna de las fuerzas políticas, o de los potentados políticos, está pensando u operando bajo esta lógica. Todos quieren la presidencia y muchos están sesgando todo para mantener sus cotos de poder en caso de no ganarla. Nadie está desarrollado una visión de largo plazo que construya y siente las bases para un país distinto. Esto último es particularmente cierto del PRI. Más preocupados por retornar al poder que por ver qué hacer después, se han abocado a fortalecer su estructura territorial, pero también a “corregir” “errores” de la democracia acotando a las entidades autónomas y promover reformas políticas a modo.
El país de hoy ya no es el de la era de los sueños priístas en que todo era negociación interna y donde todos, incluyendo los perdedores, salían ganando. El México de hoy es un país muy descentralizado en el que la lógica de los productores es la de sus clientes y mercados, la de los gobernadores nutrir sus feudos (y sus bolsas) y la del mexicano común y corriente tratar de sobrevivir. Es paradójico que los priístas estén tan contentos de su concebible retorno a la presidencia con sólo 38% de las preferencias electorales. Lo que eso me dice a mi es que 62% de la población no está igual de feliz. La era de las mayorías abrumadoras desapareció del mapa político hace tiempo y no es probable que regrese, por más artificios que se inventen.
Por cierto, tampoco hay garantía de que el PRI regrese. Más que un plan para retornar, llegar o quedarse, respectivamente, para cada uno de los tres partidos grandes, lo que México requiere es una estrategia de desarrollo que reconozca una realidad política tan compleja. El péndulo se mueve porque la población está harta, pero eso cambia con el viento.
La realidad es compleja por dos razones: una porque el poder efectivamente se desconcentró y quienes lo ostentan tienen distintas percepciones de la realidad. Para los priístas México siempre fue democrático, para los panistas la democracia llegó en 2000 y para los perredistas todavía está por llegar. Contar con una mayoría legislativa no resuelve estas diferencias ni disminuye el incentivo para boicotear al presidente. La otra fuente de complejidad es que tenemos una pésima estructura institucional y no hay razón para pensar que sería de otra forma: casos como el de España no se dan con frecuencia. Por eso, en lugar de soñar con lo que no pasó, sería mucho más productivo observar a los pocos países exitosos que han logrado un un proceso de consolidación a pesar de la ausencia de consenso inicial.
India y Brasil son dos buenos ejemplos. Por años nos hemos cegado ante sus cambios por el atractivo de los que nos parecen las soluciones elegantes que ilustran España o Chile. Pero el éxito de esos otros países nos debería alertar a lo que realmente les permitió salir de su atolladero: liderazgo y claridad de rumbo. En ambos casos se ha dado esa poderosa combinación: partidos y presidentes o primeros ministros van y vienen, pero ambos llevan más de tres lustros con una sola estrategia de desarrollo. Nuestro fracaso no está en la imposibilidad de construir una democracia funcional sino en ignorar que lo que importa es que la economía avance para darle espacio a todo lo demás. Gane quien gane.
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